Chorizos de Contrabando


No vamos a hablar de comida a estas alturas que ni toca ni interesa. Lo que viene al caso es lo de esos pobres subsaharianos (que pueden haber nacido en Albacete, pero guárdese de mal llamarles negros, aunque lo sean más que el tizón) que, forzados por su triste y desamparada situación, se dedicaron a estafar a gente que, al igual que ellos, se jugaron el tipo y los cuartos a un número en la ruleta de la vida -a la mayoría les salió impar y negro mientras ellos consiguieron llegar a la playa -. El timo de la estampita es nuevo para estos recién llegados y como la necesidad manda, acaban cayendo siempre los que más tienen que perder. Pardillos de importación, que tras mucho dejarse tomar el pelo acaban por denunciar lo que otros tantos callaron antes, por miedo a que de rebote los facturasen de regreso a su país con una mano delante, otra detrás y colorados de vergüenza por haberse dejado engañar tan tontamente. ¿Cuánto dinero se habrán podido llevar esos infelices? Pues lo justo para recargar el móvil, pagar la gasolina del Toyota de tercera mano y cubrir un par de meses del abusivo alquiler sin contrato que tienen, poco más. Seguramente el cerebro de la operación (que será más blanco que la leche y con apellido terminado en "ez") aún esté en busca y captura y organizando un nuevo casting para Operación Estafa entre los cientos de nuevos aspirantes que inundan nuestras costas todos los años. Pero hablamos de un delito menor ¿no? Seguramente no, pero a ojos del pueblo eso de quitarle cuatro duros a un extranjero puede resultar hasta simpático, en realidad no están haciendo más que continuar la tradición de la famosa picaresca española. Es como cuando escuchas ese argumento en defensa de la inmigración (legal o ilegal) que tanto utiliza la clase dirigente, eso de que los puestos que cubren africanos, sudamericanos y europeos del este son aquellos que los españoles ya no queremos, simplemente porque aquí ya somos demasiado señoritos para acarrear sacos de naranjas en el campo, destripar pescado por horas o alquitranar carreteras en verano (bueno, no por menos de 1.200 €). Pues resulta que ahora tampoco nos dedicamos al arte del timo en primera persona. Siempre ha sido más fácil, y seguramente más beneficioso, eso de dirigir desde lejos y en la sombra, pero sobre todo más seguro, que el pato ahora no lo pagan Pepito Pérez y compañía, y los que acaban dos días en la trena (porque las penas siempre han estado de rebajas en este país) serán Igor, Walter y su amigo Patrick el nigeriano. Esto y más cosas por el estilo son lo que trae la política de fronteras abiertas y la libre circulación de personas, porque la idea es buena, la intención también, pero las consecuencias nunca se meditan demasiado. Y por cada patera llena de desesperados por mejorar su vida, por cada vuelo con origen en Lima, Minsk o Tallín repleto de obreros preparados, se nos cuela también lo peor de aquellos lares, atraídos por un clima mejor, una gente hospitalaria -y cada vez más adinerada- y una justicia que más que castigar parezca que tire de las orejas (siempre comparando con lo que dejaron atrás). Y los que no vienen con las ideas claras acaban por mal camino, carne de cañón de mafias. Pero eso parece que no es un problema para los que tienen que solucionar los males del país. Es mucho mejor quedar ante el mundo como el gobierno más liberal de la galaxia que representar a un país racista y xenófobo que controla a todo Dios, aunque eso suponga ganar en seguridad, que es lo que les pide todo el país, incluida la mitad que les votó. La libertad no se pierde porque a uno le pidan el pasaporte en la aduana o los papeles en regla para acceder a los servicios públicos. No, la libertad se pierde cuando te pegan cuatro tiros de rebote mientras le cortas el pelo a un mafioso ruso, o cuando apalean y acuchillan a tu hijo porque pandilleros ecuatorianos lo han confundido con un rival. No entiendo el miedo de los políticos a tomar medidas preventivas para evitar males mayores, que no se trata de violar los derechos de los ciudadanos, simplemente tener un control de lo que ocurre en el país que, supuestamente, dirigen. Saber quién entra y quién sale, qué se introduce por las fronteras y qué se "exporta" no es un acto de tiranía, es un privilegio del estado y una exigencia de los ciudadanos para con las instituciones. Yo quiero saber si tengo de vecino a un tipo que ha sido condenado por violación de menores en otro país y si no me lo quieren decir, por mi bien y por dejarme vivir en la felicidad de la ignorancia, al menos que lo tengan controlado en todo momento y que así se sienta él. Como me decía un amigo ayer mismo, "a mi no me importa si me tienen que poner una cámara en el mismo culo, yo no tengo nada que esconder, si con eso se consigue solucionar algo y revierte en mayor seguridad para todos". Si se quiere solucionar algún problema, no es precisamente en el culo de mi amigo donde deberían poner una cámara.

Comentarios

Entradas populares