Aún así, vemos con cierta simpatía los actos de rebeldía. A esos que se enfrentan al orden establecido, habitualmente en desventaja, pero supliendo sus carencias con valentía, pundonor y convicción ciega en sus ideales. Que nosotros ya estemos apaciguados, no significa que estemos ciegos o que seamos tontos. Vemos lo que ocurre a nuestro alrededor y sabemos que, al final, los de arriba nos manejan como quieren. Ya no estamos para salir a quemar las calles (tampoco es que lo hayamos hecho antes) así que vemos bien que los jóvenes empiecen a querer tomar las riendas de la situación, al fin y al cabo, este va a terminar siendo su mundo.
Me voy a poner ahora un poco en plan "abuelo Cebolleta", para decir que, antes... o mejor dicho, en mis tiempos mozos (esto suena mejor, si) los rebeldes parecían más épicos. Recuerdo todavía las protestas estudiantiles en el Madrid de los 80. Los grupos de jóvenes corriendo por todas partes, entre el humo de los botes de gas lacrimógeno y las cargas de los "maderos". Todavía guardo en la memoria las imágenes de las pandillas de "punkies" arrasando con todo lo que se pudiera romper, desde escaparates hasta contenedores, estatuas y coches aparcados. La famosa grabación del "cojo manteca" rompiendo los focos de las farolas del centro de la capital con sus muletas, es algo que todos los de mi generación recodarán para siempre. Hoy en día, los herederos de aquellos guerrilleros urbanos, anarquistas convencidos, que reventaban ciudades, un poco perjudicados por el alcohol y las drogas (todo hay que decirlo) a ritmo de "Siniestro Total", han llevado a menos el espíritu de rebeldía de sus padres y abuelos. Cada vez que veo una protesta violenta en televisión siempre es igual, cuatro "perroflautas" que acaban rompiendo el escaparate de una tienda para robarse unas "Nike", unas camisetas del Real Madrid o un iPhone último modelo, al grito de antifascismo y anticapitalismo, pero pillando los productos más representativos del capital, supongo que los ideales anarquistas han cambiado un poco.
Toda esta reflexión me ha venido al hilo de algo que me sucedió el viernes pasado. Tenía que ir a comprar al supermercado y, al ir a pagar, en la cola de la caja, justo delante de mi había un "Punk". Pero no un "perroflauta" de los que he hablado antes, desaliñado, desarrapado y zarrapastroso, no, un "Punk" de manual. Pantalones de pitillo, multibolsillos y con cadenas, botas de media caña con suela gruesa, cazadora de piel bastante gastada con un símbolo anarquista en rojo que le ocupaba toda la espalda, escrito a mano pero bien hecho. La cabeza perfectamente rapada, tocada con una cresta, también roja, ligeramente peinada hacia arriba, pero no en punta, caía con estilo hacia la izquierda (siempre hacia la izquierda, claro está). El tipo, que ya había superado los cincuenta y muchos, canijo y arrugado, dejaba ver cicatrices por toda la cabeza y tenía una actitud cordial hacia el cajero, nada chulesca, tampoco le hacía falta, con esa imagen ya intimidaba bastante. Se veía que le conocían en el barrio.
La imagen me hizo sentir algo de nostalgia. No de tiempos mejores (ya escribí hace tiempo que los 80 no fueron tan "guays") sino de tiempos más jóvenes. Pero, los detalles de la situación, me hicieron pensar en que de todos aquellos rebeldes, ya sólo queda la imagen para vender camisetas con una A dentro de un círculo, igual que como con el Che Guevara o la bandera de la URSS. Aquel tipo tenía en la cinta de la caja del Mercadona un paquete de cervezas "Steinburg, Suave", que pagó con la tarjeta Blue del BBVA, con lo que, en menos de diez segundos se cargó cualquier resto de imagen romántica que yo pudiera tener sobre el movimiento "Punk" y su lucha contra el capitalismo. Aquello más bien parecía un miembro de una chirigota de carnaval que iba camino del ensayo del viernes por la tarde.
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