Durante los cuarenta y tantos años que llevo escribiendo, habré enviado cientos de cartas y, aunque ahora lo hago menos y sólo en ocasiones muy especiales, todavía envío unas cuatro o cinco al año. Para mi es uno de esos pequeños placeres de la vida. Tengo a tres o cuatro amigas privilegiadas a las que, de vez en cuando, les envío una sorpresa dentro de un sobre. Y, en esas cartas, les cuento aquello que pasa por mi cabeza y que siempre tiene relación con el momento que estamos viviendo. Unas veces escribo palabras de ánimo y esperanza. Otras veces son de consuelo y fuerza. También envío deseos y felicitaciones, como en Navidad, sobre todo en los últimos años, que hemos retomado la costumbre de enviar christmas a los amigos.
Como he dicho, ya sólo envío cartas de manera esporádica, hace ya mucho que no mantengo una correspondencia activa con nadie. La culpa la tiene Internet, las redes sociales y los servicios de mensajería. Que están muy bien, han agilizado la forma de comunicarte con la gente a la que quieres pero, también la ha impersonalizado hasta el punto de que ya no nos hace la ilusión que nos hacía al principio. Al menos a mi. Antes, recibir un e-mail de una amiga era algo maravilloso, mágico, se podía comparar al hecho de enviar cartas pero, ahora ya ni se escriben e-mails, nos basta con mirar el muro, o el perfil de cada uno y ya nos sentimos satisfechos porque estamos al día de las vidas de los demás. Es una lástima.
Escribir una carta es más que dejar por escrito lo que te pasa en ese momento. Al escribirla te tienes que tomar tu tiempo, te tienes que concentrar para no equivocarte. Te tienes que preparar, buscar tu momento a solas y de tranquilidad (yo suelo hacerlo de noche, cuando todos duermen). Escribiendo así sabes que no hay correctores automáticos, ni textos "predictivos", ni sugerencias, sino que tienes que poner todo tu empeño en hacerlo bien. Y, aún así nos equivocamos. Pero, hasta eso es bonito en una carta escrita a mano. Los tachones, los borrones, los guiones al final de la línea... la hacen imperfecta, la hacen humana. Además, en una carta pones todo tu corazón, al menos yo lo hago. Escribo pensando cada palabra, cada frase y, además, pienso en la persona que la va a recibir, en como será su reacción cuando lea ésta o aquella parte del texto. Yo pienso que, cada carta que he escrito en mi vida, ha sido una carta de amor. No en el sentido que todo el mundo entiende (declaraciones y pasiones desatadas...) sino en la manera de escribirla, pensando en el destinatario y sabiendo que le harás feliz, desde el instante en que tenga el sobre en sus manos.
Hace muy poquito he empezado a mantener correspondencia con mi amiga Bego y, hará como dos o tres días que recibió mi última carta. Me comentaba que la había sacado del buzón sin darse cuenta, porque estaba escondida entre montones de panfletos publicitarios. Le decía yo entonces que era una lástima en lo que había quedado el correo postal en nuestros días pero que, menos mal, todavía quedamos unos cuantos locos que seguimos escribiendo cartas.... -"¡Somos la Resistencia!" me dijo ella. - "Resistencia Epistolar" le dije yo, aunque también le dije (y ella coincidió) que había que mejorar el nombre. - "¿Cómo sería en Euskera?" le pregunté. - "Gutun Resistentzia". Por supuesto, me encantó. Esa sonoridad que tiene la lengua vasca le da caracter y fuerza.
De modo que, con éste nombre, nace una idea loca, o un grupo de locos nostálgicos (que ahora sólo son dos) y que no busca más que repartir emociones mataselladas. Gente que quiere recuperar el placer de compartir alegrías, ilusiones, sueños, deseos, recuerdos... vidas en fin, escritas de puño y letra.
Si te quieres unir a este grupo, no lo puedes tener más fácil. Coge lápiz, papel, sobres y sellos y derrama tus experiencias sobre ellos. ¡Únete a la resistencia! ¡Únete a Gutun Resistentzia!
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