Don Dinero es Don Dinero (Segunda Parte)

A estas alturas de la historia hasta el más tonto del pueblo sabe de quien es la culpa de que la lechuga cueste lo que cueste cuando va a comprarla al Carrefour, ahora el malo de la película se llama “intermediario” (1. adj. Dicho de un proveedor, de un tendero, etc.: Que median entre dos o más personas, y especialmente entre el productor y el consumidor de géneros o mercancías.). Malvados seres que se aprovechan del duro trabajo del hombre de campo para hacer de todos los días del año su agosto particular. Malas personas, aprovechados, ladrones los llamarán los más exaltados que ahora se dan cuenta de que han estado pagando, durante toda su vida, las verduras, el pollo y el salchichón a precio de oro cuando realmente no debiera costar tanto. Desalmados que llevan una vida de lujo por un trabajo ficticio, consistente en cambiar las cosas de sitio les llamarán otros, sin saber que hasta él mismo se puede estar dedicando a esa actividad casi sin saberlo. Porque dígame usted si en un país donde el sector terciario es uno de los motores de la economía la mayoría de los trabajos no están directamente relacionados con tan suculenta actividad. Pero no nos pongamos tan técnicos y miremos a la calle. España, puede que el país con mayor número de bares y restaurantes por metro cuadrado y habitante, una tapa de jamón, del mejor (Jabugo cinco jotas gran reserva), cortado como papel de fumar para que al contacto con el paladar se derrita -como mandan los cánones- puede costar un mínimo de doce euros, un buen cortador de jamón puede sacar de una pieza de siete kilos ¿Cuántos platos como ese? ¿Treinta? ¿Cuarenta? Puede que más. Si la pata ha costado ciento ochenta euros, sacamos un beneficio mínimo del cien por cien solo con treinta platos, si el “tío del cuchillo” es un artista te convierte la pezuña en un fondo de inversión en menos que canta un gallo. Eso es un trabajo de intermediación bueno y fino, pero claro, lo de las verduras lo han dicho en televisión y lo que diga la tele… Otro de estos elementos que ahora abundan y que parece que a nadie llama la atención es el intermediario de compraventa de bienes inmuebles, o sea las inmobiliarias. Tipos trajeados y niñas monas con mas labia que cara, gastando lo último de tecnología en móviles y coches deportivos, que viven de firmar tres papeles y llevarse por lo mismo una media de dos millones de pesetas. Consecuencia, al ya inflado precio de la vivienda (culpa en gran parte de estos tipos) súmele usted los gastos y comisiones, que, en mi corta experiencia, siempre suelen coincidir con la cantidad inicial que el interesado ofrece como “entrada” (hagan la prueba y verán como es verdad). El caso es que aquí el gran beneficiado acaba siendo como siempre Papá Estado, porque a mayor precio mayor es la cuantía del impuesto a cobrar. Así que entre lo que declara el agricultor por vender el producto, lo que computan los intermediarios por hacer lo que hagan y lo que acabamos pagando los que nos acercamos a la frutería, la señora hacienda ha sacado más tajada que mi tío el de Unicasa vendiendo el palacio del Pardo. De modo que no se hagan ilusiones de que mañana ir al mercado sea más barato que ayer, por mucho que en Antena3 se empeñen en sacarnos al presidente de la UPA denunciando el timo de las habichuelas.

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