Don Dinero es Don Dinero (Tercera Parte)

No se puede cerrar una trilogía sobre el “Poderoso Caballero” sin hacer mención, merecidísima por cierto, al gran invento monetario del S. XXI, por supuesto, el Euro. Desde que en el año noventa y ocho viéramos las primeras monedas de prueba circulando por Churriana (Málaga) ha pasado mucho. En siete años la conversión de la Peseta, utilizando siempre a favor del comerciante la regla del redondeo al alza -no podía ser de otra manera- ha conseguido desde que un camarero te desprecie una propina de cincuenta céntimos, hasta cambiar el nombre de las tiendas “de todo a cien”, que, por supuesto, no iban a terminar llamándose “de todo a sesenta céntimos”. Eso pasando porque en un cine te cobren (al cambio) casi cuatrocientas pesetas por una Coca-Cola de barril, que ni sabe a cola de tanto hielo que tiene, y eso de salir a tomar unas tapas se esté volviendo a convertir en ese pequeño lujo que se daba la gente cuando quería celebrar algo fuera de lo cotidiano, sin llegar a organizar una fiesta. Al menos eso es lo que me pasa a mí, supongo que seré de esos pocos a los que la mejora general de la economía le ha pasado por al lado sin saludar, porque yo me veo igual que hace tres años. ¿He dicho igual? Perdón, quería decir peor, porque ahora ya no puedo pensar en comprarme un piso medianamente decente sin que me empiecen los sudores fríos, que dentro de poco junto a la palabra Hipoteca en el diccionario van a imprimir un “sinónimo de Infarto”. Aunque de esto no le echo toda la culpa a la pobre monedita. A mí que me gusta que no me oculten las cosas y que digan las verdades sin paños calientes me revienta esa manía que tienen los ministros de economía de inflar las noticias de la evolución de los precios con datitos, cuadritos, grafiquitos y demás chorradas, que solo sirven para compararnos con como estábamos hace veinte años o con respecto a otros países. ¿Cómo se atreven a decirme que el aumento de los precios en el sector inmobiliario y de la construcción no tiene repercusión sobre las economías domésticas? Supongo que hablarán de sus propias economías. Porque no es normal que con mi sueldo actual, hace cinco años pudiera comprarme con casi total comodidad un pisito de cuatro dormitorios, garaje y trastero, mientras que hoy para acceder a ese lujo -o súper lujo como lo presentan las inmobiliarias- tengo que plantearme el poner como garantía a uno o dos hijos que aún no han venido al mundo, irónicamente por falta de espacio en mi actual vivienda (de alquiler). Pero eso parece ser que no es problema, si no tienes dinero lo pides por la tele que te lo dan para un capricho en menos que canta un gallo, o vas al banco y poniéndole cara de bueno al interventor te encadenan por treinta años al ochenta por ciento del valor del inmueble. Bueno, uno que ya se encuentra en plena fase de aceptación (después de haber superado la de negación: “Esto no puede estar pasando” y la de asunción: “¡Dios mío! Realmente está ocurriendo”), tiene ya perfectamente claro que el problema, a estas alturas, tiene menos solución que lo de la boca de Yola Berrocal, de modo que no me voy a preocupar demasiado, que eso nunca ha sido sano, y esperaré, mientras veo a la gente quemar billetes de ocho mil pesetas como si fueran de cinco, a que la suerte me venga del cielo como a Dolores McNamara, que esa señora a partir de ahora si que va a tener problemas de dinero, pero no precisamente por falta del mismo.

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