"Estimado" Conductor Desconocido

No se que es lo que le molestaría más a usted, tal vez el hecho de que mi diminuto y viejo coche tratara de incorporarse delante de su enorme y nuevo todo terreno (tres vehículos por delante, para ser exactos) sin conseguirlo, quizás fuera la matrícula de otra provincia que llevo y que muy bien se encargó usted de recordarme, o puede que lo que le incordiase sobremanera fuera la amarillenta luz trasera que parpadeaba en la parte izquierda de mi utilitario, indicando la lenta y suave maniobra que intentaba realizar. El caso es que algo le alteró mucho, ya que al llegar usted a la altura de mi maletero y tras requerir mi atención, por dos veces, haciendo sonar su claxon, no pude por más que volver la vista y percatarme de que me dirigía unos extraños ademanes y unas bruscas gesticulaciones las cuales entendí como requerimiento de una explicación a lo obvio de la situación. Con suma delicadeza y tras hacer bajar el cristal de mi ventanilla, le manifesté lo más claramente posible que pretendía pasar al carril principal, atravesando la línea discontinua en su último tramo, tal y como indicaban las luces de dirección de mi coche. Me percaté al ver cambiar el gesto de su cara y seguidamente abrir la puerta para, a continuación, bajarse y preguntarme (con muy malos modos por cierto) si yo tenia algún problema, de que no debí haberme explicado con toda la resolución que requería el momento. Disculpe usted si se dio por ofendido, pero no fue mi intención, la mímica no es lo mío por lo que parece.
La cosa no llegó a mayores, pero pudo llegar, no por que fuera yo a bajarme con la barra de bloqueo del volante a terminar la disputa con un par de bollos de más en la carrocería del que me increpaba (y no me refiero a la del cacharro “trepamontes” precisamente), mis padres me educaron tan sumamente bien que se distinguir perfectamente cuando no debo liarme a tortas por un “quíteme allá esas pajas” (que es nunca, por si cabía la duda), sino porque el señor en cuestión se permitió la licencia de abrir la puerta y sacar el cuerpo entero a un carril de la N-340 en plena hora punta, donde lo menos que le podía haber pasado era que yo me incorporase por delante de él en el camino de vuelta a casa.
Aún todavía asombrado por lo ridículo de la escena, le cedí el paso finalmente, como debía de ser, eso si, apremiándolo al máximo porque estaba bloqueando a media ciudad por un malentendido que él solito se había buscado. Sin tener que girar el volante ni un solo grado para superar mi posición (ya que yo ni siquiera había rozado la línea discontinua) pasó por mi lado increpándome una última vez, tengo que añadir que en vano ya que debido al ruido de la carretera y de mi voz que le pedía que pasara rápido no pude distinguir ni una sola sílaba.
Ahora, con la lucidez que solo el tiempo otorga, tengo que agradecer a este hombre el haberme enseñado tres cosas en menos de quince segundos. La primera es que a mis treinta y dos años soy mucho más maduro que cuarentones en plena crisis, y capaz de mantener la calma para pasar por encima de estúpidas situaciones como esta, la segunda es que cuando grito soy capaz de tapar hasta el ruido de la carretera (asusto, lo juro) y la tercera es que ya entiendo porque nunca gano cuando jugamos a las películas en casa de mis amigos, soy un tollo haciendo mímica.
Una última cosa, pido perdón a todos los que me escucharon gritar a garganta rota aquello de “¡Pasa ya cojones!”. No es mi estilo expresarme de esa manera, pero, bueno ¿qué puedo decir? Un calentón lo tiene cualquiera ¿no?

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