Les Voisins du Dessous

Siguiendo el consejo de Anita, mi mujer, que es menos impulsiva que yo, o puede que más recatada, he decidido titular esto así como suena, en Francés, homenajeando de paso a nuestro amigo Juanma (que bien se lo merece por buena gente y buen amigo) y sustituyendo el original que era un poquitito ¿cómo diría yo? Burdo. O si no opinen ustedes: “El Sr. Portazos y la Perra de su Mujer”. Suena mejor este otro en la lengua de Balzac ¿no?
Lo de los vecinos es lo que decía Tom Hanks, como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar. Como, por desgracia en algunos casos, suelen ser para toda la vida, te tienes que aguantar con lo que hay. Gracias a Dios nosotros no vamos a tener que soportar a estos por mucho tiempo ya que el alquiler nos vence en menos de un año y nos tendremos que buscar otro cubil hasta que por fin construyan nuestro deseado nidito. Mientras tanto nadie nos libra de esa pareja tan desagradable y arisca como maleducada que vive en nuestro edificio.
Él no es de aquí, su acento le delata al intercambiar el obligado saludo de escalera, “buenosss díasss, buenasss tardesss”, escupiendo eses como si estuvieran de rebajas. Joven, de treinta y bastantes, rozando los cuarenta y, como diría mi padre, de profesión liberal. Es músico, y más liberal que esa profesión existen pocas. Me lo cruzo poco, tan poco que si no fuera por lo que se hace notar cuando llega a casa hubiera jurado que no vivía allí. El tipo tiene una muy mala costumbre, cada vez que entra o sale de su vivienda deja ir la puerta, y eso lo hace cualquier día y a la hora que sea, con lo que los portazos van y vienen al ritmo de su amancebada vida, que, no es precisamente la más regular del mundo. Y es que este personaje no vivirá como Bisbal, a cuerpo de rey, pero el horario de trabajo se lo deben de marcar las fases lunares, porque se va cuando canta el grillo vuelve cuando lo hace el gallo. Eso si, cortésmente, siempre nos avisa de que se va a ausentar o de su regreso con un precioso zambombazo que hace temblar hasta la antena parabólica de la azotea.
De no ser por su actitud a esta gente se le podría confundir con una pareja normal, familia modelo de la España de Don Juan Carlos el Primero, con pisito propio, trabajando los dos, un niño pequeño y un perro. Maticemos, una perra. Odiosa y escandalosa como ella sola. Tanto que hace despertar en mí sentimientos tales que cualquiera que no me conozca pensaría que soy un bruto, desalmado y sin escrúpulos que odia a los animales. Pero, en realidad adoro a los animales, a la que detesto es a ese maloliente bicho que te ladra nada más escuchar que has abierto la puerta para irte, y hasta cuando paso con el coche por la calle de atrás soy capaz de escucharla desgañitarse como si estuviera rabiosa. Es tal la tirria que le he cogido que hasta evito cruzarme por miedo a que un día se me acerque demasiado y le estampe mi puño en los morros.
Pero, en el fondo el animal no tiene culpa, tan solo ha adquirido la personalidad de sus amos. Descorteses y egoístas que solo piensan en si mismos cuando a las ocho y media de la mañana ponen la radio a toda pastilla. Maleducados que se hablan a gritos a las doce de la noche sin pensar que hay gente cerca durmiendo porque se tiene que levantar temprano. Desconsiderados que por hacer que el niño se duerma le ponen los deuvedés de La Abeja Maya a todo volumen aunque al niño no le salga de la minga dormirse a las dos de la noche (pero prefiero ese método que el “¡Duérmete ya cojones!” que suelen intentar tres o cuatro veces antes de que el enano se salga con la suya). Si la perra hubiera salido callada, educada y cariñosa y en lugar de gruñirme cada vez que pasara por su rellano me meneara el rabo y me lanzara un beso, entonces si que viviría acojonado en ese lugar, porque si hay algo más peligroso que un cocker spaniel con malas pulgas, es uno con trastornos de personalidad.

Comentarios

Entradas populares