Un perfil medio es, como es sabido, una visión general de la individualidad sobre la que se está hablando en ese momento, del objeto de estudio, de la materia a tratar. Eso no significa, por tanto que todo aquel elemento que se englobe en la misma categoría vaya a mostrar idénticas características. Aunque, por desgracia, y en este caso concreto, se acerca bastante a la realidad.
Como esto no se trata de un estudio científico ni empírico, ni se desarrolla mediante pruebas de muestreo poblacional, sino que es una simple apreciación de la realidad que me rodea, cualquier duda que se pueda plantear de la lectura del texto tendrá que ser resuelta del mismo modo que ha sido inspirado este escrito, o sea, mirando a la calle. Tampoco hace falta demasiado esfuerzo, con asomarse a la ventana basta.
Aclarada la parte técnica, no vayamos a ofender a algunos “mijitas” que siempre los hay, vayamos al meollo que es lo que interesa.
El ciudadano medio malagueño se queja de que las calles están muy sucias cada cinco minutos, ese y el calor que hace en verano son los temas más recurrentes para iniciar una conversación trivial, lo que conlleva una doble deducción, primero; al individuo le preocupa la imagen de su ciudad y, segundo; está tan acostumbrado a verla sucia que habla de ello como si del tiempo se tratara. El malagueño de a pie protesta (solo verbalmente y a sus conocidos) porque nunca encuentra una papelera cuando la necesita, cosa que denota preocupación e interés por mantener limpio el entorno haciendo buen uso del mobiliario público. Por desgracia este mismo sector poblacional es impaciente por naturaleza, de modo que no va a buscar un depósito adecuado para librarse de los residuos ocasionales y opta por la vía más fácil, aplicar la ley de la gravedad (tirarlo al suelo, por si no se ha entendido), “total el tío de la escoba vendrá a recogerlo mañana, es su trabajo, para eso pagamos impuestos ¿no?” Efectivamente, ese argumento no carece de lógica en absoluto, todo lo contrario, revela un claro sentimiento de solidaridad para con el sector de la limpieza urbana, si todos fuésemos tan limpios como en nuestra propia casa estos señores no tendrían trabajo. Por lo tanto el malagueño medio, en contra de sus principios, antepone su deseo de cuidar la imagen de la ciudad al de colaborar en el fomento del empleo público. Así que antes de reprobar a un niño por tirar el envoltorio del “Phoskitos” a la acera piénselo dos veces, puede que le esté negando el pan a una familia de barrenderos con su gesto represivo.
El vecino más normal se sorprende cuando le dicen (iba a decir “lee en el periódico” ¡que tontería!) que en Singapur está prohibido masticar chicle en la calle, pero es incapaz de mirar al suelo cuando le cuentan esto e intentar deducir que son esas manchas oscuras con forma redondeada que cubren el pavimento y que, curiosamente, destacan más su presencia los días de lluvia, cuando, consecuentemente, la acera está limpia de verdad. En Málaga, eso de tirar el chicle a la calle se puede considerar una tradición, por lo visto todo el mundo lo hace desde hace años. Aunque, si retomamos el argumento de la solidaridad ciudadana podemos encontrarle un sentido a dicho acto. Casi todo el mundo sabe que el componente principal del chicle es la goma arábiga, un polímero de hidratos de carbono obtenido de la savia de varias especies de acacia (que conste que he dicho “casi todo el mundo”). Se utiliza en cantidad de productos, también en los alimenticios como espesante y estabilizante. Incluso ingerido en forma de gominola el aparato digestivo es incapaz de absorber todo el contenido de goma arábiga de la golosina. De modo, que en estado casi puro, un chicle, puede conservarse durante meses, años o décadas. Una capa de goma de mascar, de unos tres milímetros de espesor no solo realiza una función protectora del acerado público, sino que, además, el mayor coeficiente de adherencia de la goma actúa de antideslizante natural evitando patinazos y caídas a los pobres viandantes. Entonces ya lo sabe, si no encuentra un lugar donde deshacerse de la incómoda chuchería, no lo haga una bolita y lo guarde en el bolsillo ¡por Dios! Contribuya a la conservación de su municipio y proteja a sus vecinos de caídas innecesarias, escúpalo al suelo directamente.
Como esto no se trata de un estudio científico ni empírico, ni se desarrolla mediante pruebas de muestreo poblacional, sino que es una simple apreciación de la realidad que me rodea, cualquier duda que se pueda plantear de la lectura del texto tendrá que ser resuelta del mismo modo que ha sido inspirado este escrito, o sea, mirando a la calle. Tampoco hace falta demasiado esfuerzo, con asomarse a la ventana basta.
Aclarada la parte técnica, no vayamos a ofender a algunos “mijitas” que siempre los hay, vayamos al meollo que es lo que interesa.
El ciudadano medio malagueño se queja de que las calles están muy sucias cada cinco minutos, ese y el calor que hace en verano son los temas más recurrentes para iniciar una conversación trivial, lo que conlleva una doble deducción, primero; al individuo le preocupa la imagen de su ciudad y, segundo; está tan acostumbrado a verla sucia que habla de ello como si del tiempo se tratara. El malagueño de a pie protesta (solo verbalmente y a sus conocidos) porque nunca encuentra una papelera cuando la necesita, cosa que denota preocupación e interés por mantener limpio el entorno haciendo buen uso del mobiliario público. Por desgracia este mismo sector poblacional es impaciente por naturaleza, de modo que no va a buscar un depósito adecuado para librarse de los residuos ocasionales y opta por la vía más fácil, aplicar la ley de la gravedad (tirarlo al suelo, por si no se ha entendido), “total el tío de la escoba vendrá a recogerlo mañana, es su trabajo, para eso pagamos impuestos ¿no?” Efectivamente, ese argumento no carece de lógica en absoluto, todo lo contrario, revela un claro sentimiento de solidaridad para con el sector de la limpieza urbana, si todos fuésemos tan limpios como en nuestra propia casa estos señores no tendrían trabajo. Por lo tanto el malagueño medio, en contra de sus principios, antepone su deseo de cuidar la imagen de la ciudad al de colaborar en el fomento del empleo público. Así que antes de reprobar a un niño por tirar el envoltorio del “Phoskitos” a la acera piénselo dos veces, puede que le esté negando el pan a una familia de barrenderos con su gesto represivo.
El vecino más normal se sorprende cuando le dicen (iba a decir “lee en el periódico” ¡que tontería!) que en Singapur está prohibido masticar chicle en la calle, pero es incapaz de mirar al suelo cuando le cuentan esto e intentar deducir que son esas manchas oscuras con forma redondeada que cubren el pavimento y que, curiosamente, destacan más su presencia los días de lluvia, cuando, consecuentemente, la acera está limpia de verdad. En Málaga, eso de tirar el chicle a la calle se puede considerar una tradición, por lo visto todo el mundo lo hace desde hace años. Aunque, si retomamos el argumento de la solidaridad ciudadana podemos encontrarle un sentido a dicho acto. Casi todo el mundo sabe que el componente principal del chicle es la goma arábiga, un polímero de hidratos de carbono obtenido de la savia de varias especies de acacia (que conste que he dicho “casi todo el mundo”). Se utiliza en cantidad de productos, también en los alimenticios como espesante y estabilizante. Incluso ingerido en forma de gominola el aparato digestivo es incapaz de absorber todo el contenido de goma arábiga de la golosina. De modo, que en estado casi puro, un chicle, puede conservarse durante meses, años o décadas. Una capa de goma de mascar, de unos tres milímetros de espesor no solo realiza una función protectora del acerado público, sino que, además, el mayor coeficiente de adherencia de la goma actúa de antideslizante natural evitando patinazos y caídas a los pobres viandantes. Entonces ya lo sabe, si no encuentra un lugar donde deshacerse de la incómoda chuchería, no lo haga una bolita y lo guarde en el bolsillo ¡por Dios! Contribuya a la conservación de su municipio y proteja a sus vecinos de caídas innecesarias, escúpalo al suelo directamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario