Conciudadanos (II)

Un individuo medio utiliza las luces de su vehículo para señalizar solo una maniobra: “Estacionar en doble fila”. Y que conste que lo hace para prevenir de su situación al resto de conductores que vienen por el mismo carril, y así, evitarles un disgusto, no vayan a pensar que es para que no le rallen o abollen la carrocería. Ahora, eso de indicar cada cinco segundos que me voy a cambiar de carril o que quiero girar a la derecha, ¡buf! Eso es para los novatos que no saben conducir… Supongo que después de diez años de carné seguiré siendo un novato, porque no se me olvida ni una sola vez indicar la maniobra.
El conductor estándar que te puedes cruzar por cualquier vía suele ser del tipo temerario, de esos de “yo no me pongo el cinturón porque no me sale de los cojones”, y aún son capaces de decirlo escupiendo dientes y trozos de goma del volante después de haberse topado de frente con el camión de reparto de leche. Y cuando se incorporan de nuevo al tráfico siguen cayendo en el mismo error. O le instalan un “air-bag” y se quedan tan contentos sin usar el cinturón, pensando que eso les va a evitar lesiones. Habría que explicarles como a un niño eso de que tener un accidente a menos de 50 km/h. y darse de bruces con la bolsa hinchable esa es como saltar de un segundo piso de cara sobre un balón de playa.
Un conductor tipo (o conductora tipa, se nos vaya a quejar ahora la sección femenina correspondiente) prefiere dejar el vehículo parado en doble fila delante de un aparcamiento libre antes de hacer la maniobra para estacionarlo, “total -diría el fulano (en este caso no la fulana) en cuestión- para dos minutos que van a tardar en darme la pizza no voy a aparcar”. Supongo que la dirección asistida se gasta con ese tipo de maniobra, yo no puedo saberlo porque mi coche no tiene, es de las duras y aunque me cuesta aparcar, aparco.
Hasta un recién salido de la Facultad de Psicología más cutre del país (que alguna tiene que haber así, seguro) puede confirmar que la acción de conducir influye en la personalidad del piloto transformándolo en otro ser totalmente diferente. Así es como se puede explicar el hecho de que la más delicada flor del jardín de la familia García López, al volante de su Renault Clio Negro Antracita Turbo Diesel Supertrucado (con pegatina del conejito putero incluida en el maletero), adopte una actitud de urraca asesina al más puro estilo Mad Max y vaya sorteando coches a ritmo de chunda-chunda. Y ojito con hacerle sonar el claxon si se te intenta colar por debajo del retrovisor a cien por hora para saltarse un semáforo en rojo, que te puede caer la del pulpo. Luego aparca, se baja y ahí va Carmencita, que buena que es, que mona que es… pero que mala leche que se gasta conduciendo.
Para terminar hoy. Un malagueño que se precie de conocer su ciudad y de ser un buen conductor no circula a menos de setenta kilómetros por hora. Capaz de sortear señoras con carrito de la compra, abuelitas con cochecito, caballeros paseando a sus perros o niños que salen del colegio mientras hablan por el móvil con la novia (o el novio) y escuchando “reagetton” a niveles que superan en ruido hasta lo permitido en un aeropuerto, el conductor medio de la ciudad te puede defender a capa y espada que sobrepasar el límite de velocidad en treinta kilómetros a la hora está más que justificado en ciertos tramos de la ciudad, siendo su argumento más importante y su torre de defensa esa frase que dice: “si vas a cincuenta por esa calle lo que haces es entorpecer el tráfico”.
Si, eso mismo sería lo que pensaron los tres desgraciados que hicieron volar -literalmente- su coche sobre la fuente de la plaza de Enrique Navarro la pasada feria. Tres mártires del estandarte de los temerarios que no recibirán más honores que las lágrimas de sus familiares y dos reseñas en un diario que pronto barrerán de una de esas aceras llenas de chicles pegados.

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