Tradiciones Políticamente Incorrectas

Ahora que se acercan esas señaladas fechas que parece que todos esperamos con ansia y emoción, aunque nadie tanto como las jugueterías, me vienen a la memoria cantidad de recuerdos de mi infancia y mi niñez. Allá en casa de mis padres, cuando mi madre y mi hermana colocaban el viejo Belén de figuritas de barro de los años setenta, esas con pastorcitos regordetes y cabezones que todavía se encuentran por algunas tiendas del centro. Lo hacían sobre el día nueve de diciembre, coincidiendo con la Inmaculada. Siguiendo la tradición las figuras se iban colocando poco a poco, primero solo la Virgen, San José, la Mula y el Buey. Luego se iban acercando los pastores y el Ángel, hasta que la noche del 25 aparecía el niño Jesús en su pesebre. Los que tenían poco protagonismo eran los pobres Reyes Magos (que de pobres tenían poco si se podían permitir el lujo de regalar oro los tíos) ya que llegaban el último día y después a la caja. Aunque eso de después era un poco relativo, ya que, también siguiendo la tradición cien por cien española, el nacimiento no se quitaba hasta cerca de un mes después, cuando todos nos dábamos cuenta de que aquello ya no encajaba bien en pleno mes de febrero. Un año mi tía nos regaló un Papá Noel de la misma factoría, regordete y cabezón (aunque irónicamente siempre haya sido así) y mi madre, muy navideña ella lo colocó allí, detrás de Sus Majestades. No hay que decir que aquello pegaba menos que Boris Izaguirre en una recepción de La Zarzuela. Aunque bueno, al menos el personaje era navideño ese año, porque en otra ocasión lo que colocó fue a un oficial de infantería que representaba a mi padre, solo por hacer la gracia, que la tenía y mucha.
Pero es que nosotros somos una familia tradicional, bueno, con más o menos guasa, como casi todas las españolas. Una de esas que la pedantería y la ñoñería político-social de hoy en día está acorralando. Porque, aparte de consumismos desmesurados, publicidades agresivas y compromisos sociales varios, uno ve que aquí todo el mundo mete baza en la Navidad aunque no esté invitado y pinte menos que el Santa Claus de mi tía. Y es que con tanto presumir de Estado aconfesional nos están robando hasta las ilusiones de cuando éramos niños, y si ayer quisieron quitar el belén del Ayuntamiento o las luces con forma de campana del Paseo del Parque (que me dirán ustedes que significado ultra-católico y retrógrado tienen las campanas o las velas) mañana lo que querrán será cambiar el nombre a las fiestas, como creo que ya hicieron en algún pueblo súper moderno y divino de la muerte de Cataluña, llamándolas “Fiestas de Invierno” (¡Toma Geroma pastillas de goma!). Así no se insulta a la comunidad islámica, ni a la judía y si me estiran tampoco a la china (aunque estos son los que se ponen las botas ahora vendiendo espumillón y bolitas made in Shangai).
Lo que más me mosquea es que estos son los que menos se molestan por la celebración en si, ya que lo entienden como una alabanza a la esperanza, un alegrarse por una buena noticia, un canto a la alegría. Ellos tienen las mismas celebraciones en sus culturas respectivas y en sus ancestrales religiones, pero han tenido la suerte de no marcar tradición en España, donde el político con las ideas más anacrónicas que puedan existir, aburrido de que le dejen de lado en todas partes, se intenta cebar aprovechando esa mal utilizada propugnación del laicismo que hoy nos hace destacar, de manera ridícula, en el panorama mundial. Porque, digo yo, en Europa se tienen de descojonar viendo sobre las cosas que protestan los mal llamados grupos liberales; que si vamos a cambiarle el nombre a un hospital, que si la Navidad es demasiado religiosa, que si quítame de aquí esta estatua se vayan a sentir ofendidos los musulmanes. En fin, de algo tienen que vivir los pobres ¿no?, si ya tan solo les queda la concesión de importación exclusiva de los puros habanos y el ron cubano pues tendrán que empezar a hacerse notar, aunque sea dando por saco.
En fin, cuando nos hayamos acostumbrado al olor de las castañas en la calle, nos colgarán las luces de las farolas y casi sin darnos cuenta tendremos de nuevo lo que para mí es, por encima de malos rollos, amargados y aguafiestas, la celebración más bonita del año. Solo empezaré a preocuparme cuando El Corte Inglés abra su campaña de adviento con un ¡Felices Fiestas de Invierno!, esos si que saben como aprovechar el tirón y no los de IUCA.

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