Navidades Perras

Repito, se acercan las mejores fiestas del año. Ni feria, ni Semana Santa, ni súper acueducto de la Constitución e Inmaculada, que por cierto, el día que nos transformen la Carta Magna en un manual de instrucciones en veinte lenguas y dialectos ¿seguirá celebrándose su día el 6 de diciembre? ¿Seguirá festejándose el día de un documento al que casi nadie da valor? En fin, divagaciones políticas aparte, las navidades están ahí, a la vuelta de la esquina y ya nos lo están recordando todos los interesados, el sábado vi las luces del Corte Inglés (que son las mismas del año pasado, por si alguien lo dudaba) y hoy he recogido el catálogo de juguetes del "Toisarás" de la pila de propaganda que me encuentro todos los mediodías en el portal de la casa, estaba entre las ofertas de la carnicería del Supersol y el libro gordo de la última inmobiliaria que ha abierto en el barrio.
¡Mira que me gustan a mí esas revistas en las que puedes ver como va evolucionando la manera de divertirse de los niños! Porque en el fondo ves que las cosas no han cambiado tanto. Por ejemplo los Playmobil o los Lego, han mejorado si, pero siguen teniendo el mismo espíritu constructivo de antes. Es verdad que Lego es más comercial, pero los antiguos "clics" no tienen nada que envidiar a los de ahora. Aun existe el barco pirata, la goleta, el coche de bomberos, hasta la vuelta ciclista, con motorista y cámara incluido. El Scalextric sigue igual por mucho que digan que ahora es digital, los coches no vuelan, ni atraviesan paredes, ni corren sobre el agua, si se salen de una curva hay que volver a ponerlos en su sitio, aún así se sigue vendiendo. Ahora si, vale un huevo, como antes o más, que pocos padres podían comprar otro circuito que no fuera el Monza (dos curvas y dos rectas, lo más simple del mundo) sin sacrificar otro regalo, o simplemente haciendolo en conjunto a los hermanos, que nos repartíamos los coches; ¡tú el amarillo yo el azul! -el "jodío" Porsche carrera azul cielo corría menos que el amarillo vainilla, aunque siempre fuera por la calle interior que era la más corta-.
Y así pasamos de página a página parándonos durante largo tiempo en la dedicada a Star Wars (como Dios manda) y continuando hasta la sección de videojuegos, que es la última del catálogo, o sea, la más importante según los estudios de mercado. Casi sin darme cuenta, he pasado como quien no quiere la cosa por los juegos de mesa, que si en mis tiempos eran las estrellas del día de Reyes porque siempre caían dos o tres (aunque no los pidieras), ahora van camino de compartir sección con viejas glorias como los Masters del Universo, los Power Rangers, el Exin Castillos o el Mecano (que no entiendo como pueden ser tan caros todavía unos hierros y unas tuercas). Pero eso es lo que se demanda hoy día, los niños no quieren pensar y los padres parece que no quieren que los niños piensen, así que les compran una cosa fácil de montar y desmontar, o juegos que solo requieran la capacidad intelectual de un chimpancé. Eso de leer instrucciones, reglas y modos de juego es mucha literatura. Si no tiene botones, luces, no hace ruido o no lleva mp3 es una mierda. Así solo aguantan los clásicos, el Monopoly, el Risk, el Trivial, el Cluedo y cuatro o cinco más, eso si, versioneados al más puro estilo holliwoodiense, que como sigan así un día vamos a ver la versión casposa del Monopoly con el submundo de Torrente.
Lo que les falta a las revistas estas es una sección de animales varios. No digo que vayan a ponerte junto a los peluches de Epi y Blas los bichos exóticos de moda, que no pega que pases de un pasillo diciendo "!Ahhh, que elefantito de peluche más mono! A que a grito "pelao" de "¡Que asco!" veas como una pitón albina se zampa una rata en la sección contigua. Pero cachorritos si que pegan, de hecho es casi lo que más se vende en esas fechas. Durante todo el año has visto a tus retoños quedarse pegados a los cristales de los mini-zoos, mirando embobados los perritos y gatitos, de modo que tú que eres tan complaciente y buen padre decides darles una sorpresa y les compras el más bonito, el más caro y el más chiquitín del expositor, claro está no tienes ni pajolera idea de perros, pero como cuando eras un zagal veías en la tele a uno igual tirando de un rollo de papel higiénico dices "¡Este, que es bonito y no crece mucho, además si sale listo nos forramos haciendo anuncios!". Así que pagas los más de trescientos euros todo feliz (sabiendo que la caja de ahorros te va a dividir el perro en cómodas mensualidades, igualito que la lavadora o el coche) y la mañana del día seis eres el mejor padre del mundo, esas caritas de ilusión no las compra ni la visa oro. Pero los niños son niños y hacen al animalito el mismo caso que a cualquier otro trasto que les han traído los abuelos, dos semanas y ya está. Además, no pensaste que el que luego tendría que cargar con el animal ibas a ser tú, porque no vas a mandar a Luisito al parque a las nueve de la noche ¿no? Que el pobre chico va a segundo de primaria y no levanta tres palmos del suelo.
Y así pasan siete meses, viendo como Scotty crece en proporción geométrica, con lo que ahora el cachorrito parece el Yeti al lado del pequeño Luis que está tonto y le ha cogido miedo. De modo que, en pleno verano, con las vacaciones a la vuelta de la esquina y aprovechando la coyuntura, decides llevar al perro a un sitio mejor, y te propones buscarle una familia (otra quería decir, porque él ya tiene una), pones un anuncio en el Segunda Mano y esperas, una semana, un mes, medio año, para cuando te llaman del periódico preguntando si quieres seguir poniendo el anuncio por seis meses más empiezas a darte cuenta de que tu perro ya no se parece al del anuncio de tu infancia. Ya no puedes más, la casa es enana, los niños pasan del perro y tu mujer no te habla desde las Navidades pasadas, porque el regalo estrella lo hiciste sin consultarla. Ya te ha fastidiado unas vacaciones y en un par de meses llegarán las segundas. Entre veterinario, comida y demás resulta que hasta tu coche consume menos. De modo que un sábado por la mañana te armas de valor y te llevas de paseo a Scotty, lejos, al campo, para que conozca los árboles y el aire fresco. Tú estás triste porque en cuanto se despiste lo vas a dejar ahí tirado y vas a salir pitando en el cuatro por cuatro, en una perrera lo sacrificarían, en la protectora no lo cuidarían bien porque están saturados (precisamente con los cachorros de las Navidades pasadas), en la carretera no duraría ni diez minutos, "al menos -piensas- que tenga una oportunidad de arreglárselas sólo" y con el consuelo de los tontos le lanzas una pelota, lo miras correr detrás de ella por un segundo y al segundo siguiente estás levantando todo el polvo del camino en dirección a casa.
El pobre Scotty llorará toda la noche sin saber que ha pasado, porqué razón su mejor amigo desapareció un día que parecía iba a ser el mejor de su vida. Y pasará algún tiempo así hasta que la vida le depare otra sorpresa, un excursionista con buen corazón, un grupo de perros callejeros o el servicio de animales del Excmo. Ayuntamiento.
Tu te sentirás como un hijo de puta toda tu vida por aquello que hiciste y cada vez que veas a un niño con la cara pegada al cristal de una tienda de animales, con su padre embobado mirándolo con cara de felicidad, pensarás: ¡Ahí va otro gilipollas como yo!
Aunque lo raro es que tengas sentimientos, porque el que suele hacer algo así se olvida con dos pelotazos en el siguiente bar de carretera y al coger el coche de nuevo para volver a casa, si el perro sigue allí, hasta intenta pillarlo él.
Y es que la cosa está clara, lo dice la ley, para arreglar esto lo que hay que hacer es ponerle el chip identificativo a los animales, si, pero añado que a los que los compran deberían meterles una sonda con GPS por el culo, para estar siempre localizados caso de que se les ocurra hacer lo que no deben.

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