Se Me Acaban Las Calles

Los que me conocen bien saben que, para mí, conducir es una experiencia equiparable a hacerle una visita al dentista, nervios y tensión hasta que abandonas la consulta. Con los años, se supone que uno se tiene que acostumbrar a cualquier cosa con la que sabe que se puede encontrar en la carretera, en las calles de su ciudad o en el mismo aparcamiento de su casa, pero, sinceramente, las situaciones que me encuentro son tan surrealistas que a mi mente le sigue costando asimilarlas. La de hoy ocupa el puesto número uno en mi "ranking" personal de geniales estupideces humanas.
Durante los más de tres años que llevo trabajando en el Polígono Guadalhorce, habré probado unos tres recorridos alternativos para llegar a mi destino (y dos o tres variantes de los mismos), siempre tratando de optimizar el tiempo y el consumo. En todos y cada uno me ha ocurrido algo desagradable que siempre he considerado como punto de inflexión para buscar otro recorrido u otra variante. Esta mañana venía bastante contento a la oficina pues apenas había perdido tiempo en el trámite de renovar el carné de identidad, además en comisaría me trataron muy amablemente y con mucha simpatía cosa que agradecí mucho. El recorrido por la autovía hacia el polígono estaba bastante despejado ya que había superado la hora crítica, cuando se forman todos los atascos. "Dos de dos" -me decía a mí mismo- "Cuando Pepe llegue con los cupones de la ONCE, como todos los viernes, yo también le voy a comprar uno". Demasiado optimismo nunca es bueno ya que las cosas se pueden torcer con más facilidad. Cogí la curva que me da acceso a la calle Diderot casi cruzando los dedos, casi todos los días tengo que quemar el claxon cuando se me cruzan los listos que siempre salen en sentido contrario del Scandalo o de la ITV, pero esta vez no ocurrió nada, todo iba perfecto. Continué mi camino hasta el siguiente cruce, donde siempre levanto el pie del acelerador y me preparo para una frenada de emergencia porque ya se sabe que "Saltarse el Stop" es prácticamente un deporte nacional y ésta zona es como una pista oficial de juego. Cuando me encuentro en pleno cruce y me aseguro de que no hay peligro vuelvo a acelerar para despejar el camino pronto. Habitualmente el resto del camino hasta mi portón no es conflictivo, alguna hormigonera que gira sin señalizar o un camión de áridos que va soltando media carga por el camino, poco más. Pero eso es, como he dicho, habitualmente, hoy, como sacado de "El diablo sobre ruedas", se me ha venido encima, en contra dirección, ya que esta calle es de sentido único, un camión de esos que llevan una bomba de hormigón detrás, de los que calculo que sumarán como cinco toneladas de peso entre cabina, maquinaria y carga. Salió en un abrir y cerrar de ojos de un recinto de la parte derecha de la calle y giró sin pensárselo. Le solté un par de fogonazos con las luces largas y en lugar de frenar y corregir su error lo que hizo fue acelerar, yo ya no sabía que iba a pasar, una furgoneta detrás y un camión delante, o me santiguaba y que fuera lo que Dios quisiera, o saltaba con el coche en marcha en plan "El Equipo A". Ni lo uno ni lo otro, frené de manera que el de atrás pudiera reaccionar sin problemas, mientras el tipo del camión, un personaje sacado de un capítulo de "Curro Jiménez", joven, rozando los cuarenta, de piel morena curtida, pelo negro abundante peinado con más volumen que un anuncio de fijador y barba de tres días, ralentizó su marcha y volvió a reanudarla hasta pararse a medio metro de mi coche. Mientras tanto la furgoneta había conseguido colarse por un hueco que quedó a mi derecha y maniobró para desaparecer por detrás del camión. Yo no tenía espacio, ni intención de hacer maniobra alguna, mucho menos cuando el tipejo ese con su cara de haba y sus malos modos me ordenó que me echara para atrás, porque él no se iba a mover de ahí. "Pues ya somos dos" -pensaba yo mientras intentaba encontrar una solución a aquello-. No iba a recorrer el camino en dirección prohibida y encima marcha atrás, para que cualquiera que tomara la curva se me estampase en el maletero, mientras que él si que podía hacerlo sin ningún problema ya que si algo era seguro es que por su camino no iba a venir nadie más. Después de un minuto, que se me hizo eterno, en el que el gachó seguía en sus trece y mirándome con cara de mala leche (supongo que la misma que tenía yo), empezaron a llegar más coches, primero un furgón que parecía intentaba la misma maniobra que el que logró colarse por el hueco de la derecha y que al final lo que hizo fue aparcar, cerrando aún más cualquier paso. Eso le jodería mucho al otro que empezó a adelantar la posición y a maniobrar hacia mi izquierda, porque esa es otra, tenía sitio de sobra para hacerlo, aunque buscara rozarme el capó cosa que me obligó a retroceder un palmo. Ya a la altura de mi ventanilla mientras yo le repetía constantemente el gesto universal de "¡Que cara más dura tienes!", el bandolero del polígono se atrevió a bajar el cristal para vaticinarme el futuro con un "¡A que me baho y te pego do hojtias!". "¡Si, encima!" -dije yo-. Y todavía me hacía gestos para que me esperara a que se bajase. ¡Iluso! Con la impresión tan buena que me has causado y esa tarjeta de presentación te voy a dar el placer de conocerme en persona, ese privilegio se lo reservo a personas de verdad, con educación y respeto. Tú no te merecías ni la mirada de soslayo que te dejé cuando abandoné el lugar una vez que apartaste el camión de las narices.
Y ahora, pensándolo bien, creo que ha sido la primera vez que recuerdo, en todos estos años de conductor que llevo, que la razón ha triunfado sobre la fuerza bruta, porque yo no me iba a liar a mamporros con un cualquiera y menos por una cuestión de quien tiene más huevos (que los tuve yo, por cierto, porque el camión acojonaba), y el fulano al final tuvo que apencar con la situación y mover el bicho doliéndole toda su alma, si es que la tenía. Por eso doy gracias a Dios, a San Cristóbal y a todo el que está ahí arriba cuidando de que no le pase nada a la carrocería del Manolete ni a mi cara, que en el fondo es lo más importante.

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