Los Premios del Día

A lo largo de nuestra vida cotidiana nos suelen suceder ciertas cosas a las que, la mayoría de las personas, no damos importancia. Sin embargo, en algunas ocasiones no estaría de más prestarle su debida atención y reconocerles su existencia, tanto para lo bueno, como para lo malo.
Ya llevaba bastante tiempo queriendo escribir algo sobre esto, sobre las pequeñas cosas de la vida que, aunque parezca mentira, tienen, gracias al efecto dominó, una gran repercusión en el transcurso del día y, pueden por si solas, hacer que un perfecto viernes de primavera se convierta en el más aciago de los días o un domingo gris en una perfecta velada de invierno.
Esta mañana me ha venido la inspiración, como casi siempre mi musa ha aparecido de forma brusca. Unas veces adopta la apariencia de un encontronazo fortuito con un desconocido, otras de un acontecimiento social, las más de temas políticos o de carretera. Hoy se ha presentado como uno de esos accidentes domésticos, que ni siendo tan grave ni tan peligroso como para llamarlo accidente, son de los que te fastidian, pero bien fastidiado. Como cada día laborable, tras conciliar el sueño por cuarta o quinta vez después de que sonara el despertador, me he levantado con la hora justa y he comenzado con mi ritual mañanero. Primero vas dando tumbos hasta la cajonera para coger una muda limpia, luego al armario y antes de elegir la ropa, que está en la otra habitación, sueltas la toalla y la muda en el baño. Cuando ya has hecho lo mismo con la ropa, que medio has podido distinguir entre las penumbras del alba, el sueño y las legañas, voy a la cocina a encender el calentador de gas. Cuando entro al baño por tercera vez me doy cuenta de que no me he mirado al espejo todavía, aunque haya pasado varias veces por delante de los dos o tres que tenemos repartidos por la casa, a eso lo llamo yo “El Efecto Vampiro”, porque no te reflejas hasta que te haces mortal, hasta entonces vas como zombi deambulando por el mundo de los vivos y, cuando logras verte en un espejo te das un susto del copón. Tras afeitarme, ducharme, peinarme y vestirme me preparo el desayuno, literalmente ya que me lo llevo al trabajo y tan solo me tomo un vaso de leche (de soja, súper sanísimo) antes de coger el coche. Hasta ahí todo normal, pero hoy teníamos una variante, el tetra-brick de “Vivesoy” estaba medio vacío, con lo que he tenido que coger uno nuevo. ¿Qué tiene eso de malo? En realidad nada, no es que se me vaya a caer la mano por hacer eso. Pero en el mundo del tetra-brick coger un envase nuevo es como jugar a la lotería, te puede tocar premio y a mí esta mañana me tocó. De modo que el primer premio del día me vino a mí de rebote, porque realmente deberían habérselo dado al ocurrente que le puso el nombre de “abrefácil” a esa infinidad de ingenios que te permiten acceder al contenido de un envase, ya sea este de lata, de cartón, de plástico o de la madre que los parió. Después de pegar dos tironcitos suaves a la anilla, tuve que aplicar más energía. Consecuencia: chorreón que te crió al jersey, al pantalón y al suelo de la cocina, blasfemia apropiada y cabreo matutino. Pero se solucionó rápido, por cierto, la leche de soja no deja mancha, otro motivo para usarla.
Fue entonces, con la primera experiencia de la semana, cómo se me ocurrió escribir esto. Me he propuesto tratar de encontrar un motivo para premiar a todas esas cosas que nos hacen la vida más fácil, más divertida, más amena y también las que no, todas esas que te alteran, que te enervan o, simplemente, que te fastidian. Así de pronto daría un premio al que se le ocurrió eso de amenizar las llamadas en espera con música. Gracias a las nuevas tecnologías podemos escuchar una canción más o menos pegadiza y moderna, no como hace unos cinco años donde lo más original que podías oír en esa situación era “Para Elisa” de Beethoven, o el “Au Claire de lune” de Debussy, tocados en versión midi, tan simple que sonaban como si lo interpretaran golpeando las copas de la cristalería de tu abuela. De vez en cuando me reencuentro con alguna de esas viejas máquinas, y no importa cuanto tiempo pase escuchando esa música, de la manera que destrozan la melodía dan ganas de ahorcarse con el cable del teléfono para que acabe pronto el sufrimiento.
Otro premio de los gordos se lo daría al que mejoró los tonos de llamada de los móviles, porque si, se que queda muy cutre que, en medio del discurso de investidura del doctorado “honoris causa” al famosote de turno, a uno de los miembros del jurado le suene “La Macarena” a toda leche, o ese otro que suena con la voz de un familiar gritando: “¡Manolooooooo! ¡Quieres hacer el favor de coger el teléfono que llevo una hora esperando!” Pero, al menos, ahora y gracias a eso, media sala no se pone a rebuscar en bolsos y chaquetas por si es el suyo, ya que suena igual.
Particularmente yo tengo que darle una mención especial a las nuevas tecnologías de la información. Internet y todo lo relacionado con la informática. Porque si es verdad que a veces me vuelven loco, cada vez que fallan, se cuelgan y se estropean. Es de justos reconocer que gracias a ellas todo esto que ahora tenéis delante no sería posible. Gracias a la tecnología, a sus creadores y a todo el que trabaja en ellas el mundo se ha vuelto un lugar más pequeño y cercano, más habitable diría yo, aunque, algunas veces se utilicen los mismos canales para hacer el mal, pero bueno, eso entra dentro de la naturaleza del hombre y no viene a cuento ahora hablar de ello.
Y aquí acabo hoy esto, sin terminarlo del todo porque, realmente, nunca se puede terminar. De hecho os conmino a todos a que hagáis lo mismo que yo y busquéis cosas, situaciones, motivos y hechos a los que premiar (en lo bueno y en lo malo) en vuestra vida cotidiana.
¡Suerte y buena caza!

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