28 Días de Sequía


Mis asiduos, bueno, tendría que decir mis asiduas ya que creo que mi grupito de lectores está formado casi al 99% por mujeres, ya empiezan a reclamarme que escriba más. En realidad me empiezan a recriminar que llevo mucho tiempo sin escribir, y tienen razón, pero es que, como yo digo, cuando no se tiene pues no se tiene, por mucho que me empeñe. Y no es que no se me ocurran cosas sobre las que divagar un buen rato, es que, aquí os vais a reír, simplemente se me olvidan. Hay que reconocer que uno ya tiene una edad en la que tiene que empezar a echar mano a algo más que a las notas mentales cuando hay que recordar ciertas cosas. De modo que a partir de hoy voy a intentar sacar provecho a la grabadora de sonidos del móvil, que para eso la tiene y alguna utilidad debía de encontrarle ¿no?
Bueno, pues hoy terminamos, momentáneamente, con la sequía creativa y presentamos un nuevo capítulo de la interesantísima vida del malagueño medio, “usease”, un servidor. Como casi siempre me suele ocurrir, no pensaba escribir de lo que a continuación viene, pero, ya me conocéis, cuando se me toca la fibra sensible no hay quien me haga cambiar de opinión.
Todo el que me conoce sabe que la lectura no es precisamente una de mis pasiones. Me jacto de haber leído unos cuantos libros, pero me avergüenza reconocer que no son tantos como debieran. Haber leído Hamlet, Don Juan Tenorio o El Tulipán Negro (que no es un desodorante) dice mucho de mis gustos, pero son solo gotas en el inmenso mar de mi poco conocimiento literario. Ahora leo más, si, pero soy tan selectivo como siempre y solo toco aquello que se que me va a gustar de veras y desde un principio. Ya no aguanto esos libros de mil páginas con la estructura en tres partes; tres capítulos de introducción, cuarenta de divagaciones, idas y venidas de personajes e hilos argumentales y tres páginas de final impactante hollywoodiense que te dejan más seco que la mojama, con la sensación de haber estado perdiendo el tiempo durante cuatro meses. Aún así sigo pensando que leo poco y que debería hacerlo más. De hecho otro de mis propósitos de año nuevo siempre ha sido este, leer más libros. Porque bueno, leer leo el periódico, tantos comics como puedo y el artículo de Don Arturo Pérez-Reverte todas las semanas. ¿A dónde quería llegar con esto? Bueno, simplemente a que, aún reconociendo mi falta y mi pecado así a vox pública, uno tiene su cultura, limitada siempre, pero la tiene, conseguida a base de esfuerzo, estudio, atención y curiosidad, mucha curiosidad, y no puedo evitar retorcerme de dolor cuando veo cosas mal hechas, mal escritas y, sobre todo, persistentes.
Ahora vamos a echar culpas, despacito y poco a poco, no vayamos a olvidarnos de alguien. Cuando, hace Dios sabe cuanto tiempo, a Dios sabe que genial servidor público, se le ocurrió la estupenda idea de designar las calles del Polígono Industrial Guadalhorce (en Málaga, por si hay alguien de fuera) con nombres de ilustres literatos, no cayó en que debía haberse asegurado de que los encargados de crear los letreros para las mismas estuvieran mínimamente informados, instruidos, leídos o, simplemente, haberles dado los nombres correctamente escritos en un papel y no por teléfono de cualquier manera. Claro que eso es demasiado pedir para la administración. Así y con todo me puedo dar con un canto en los dientes porque pocos nombres he visto por aquí que estén mal escritos. También hay que decir que las calles apenas están señalizadas, con lo que el error por omisión siempre es más difícil que se produzca. Pero habiendo poco mobiliario, el que hay se las trae. Destrozadas por el paso del tiempo, los camiones que se han empotrado contra ellas y las decenas de cafres que creen que un panel de información acristalado solo sirve para romperlo, hay dos de esos trastos en la calle de al lado me queman la vista cada vez que voy al banco. Porque esa es otra, la incultura se nota hasta en los actos vandálicos de la zona, con todo lo que hay que romper, los muy cabrones se cargan el chisme enterito y dejan lo único que realmente deberían quemar, el nombre mal escrito del titular de la calle.
Espera, que todavía no he dicho que es lo que está mal escrito. Bien, la calle transversal a la de mi trabajo se llama así : “Calle Hermanos Bronte”. Supongo que habrá una familia de campesinos irlandeses muy orgullosos, porque en un polígono industrial perdido de la mano de Dios en el sur de Europa le han puesto su nombre a una calle. Eso sería hasta divertido si no fuera porque en realidad la calle debería haberse llamado “Hermanas Bronte” en honor a Emily, Charlotte y Anne, autoras entre otras de “Cumbres borrascosas” y “Jane Eyre”. A la gente que frecuenta el polígono les importa tres pitos y medio (medida equivalente a un bledo) quienes eran o dejaron de ser aquellas tres mujeres, total jamás se van a leer sus libros, o ver las películas inspiradas en los mismos. Es más, por ellos hasta podrían cambiar el nombre de la calle, ya que les cuesta trabajo aprenderse el nombre. Hoy por ejemplo, he tenido que venir en taxi y al pasar por calle Diderot, el señor taxista me ha dicho: “nunca me acuerdo de cómo se llama esta calle, yo siempre digo la calle Biberón, porque me suena a eso”. Luego me ha preguntado que quien fue ese hombre y yo le he dicho lo poco que sabía, que ya era algo, “… un escritor francés del siglo XVIII…” Luego lo he comprobado y era cierto, era escritor, filósofo, francés y el siglo era correcto (si es que uno tiene cultura todavía).

De modo que la próxima vez que pase junto a esos cochambrosos monolitos intentaré llevar una cuchilla y un rotulador para aplicar eso de “Rebus sic standibus” dejar las cosas como deben estar, aunque, bueno, esta sea una traducción, digamos, algo aprovechada del término.

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