Algo Más Que Contrastes

Mi cuñada Mercedes, una señorita Cordobesa, elegante, culta y divertida como ella sola, siempre ha dicho de Málaga que es una ciudad de contrastes. Lo mismo vas caminando por calle Larios, con todas sus tiendas de moda, su suelo bien cuidado, sus adornos y sus gentes, que a la vuelta de la esquina te encuentras en una especie de callejón olvidado de la mano de Dios (mejor dicho del Excmo. Ayuntamiento), con sospechosas manchas en las paredes y charcos de extraño color y olor. Y razón no le falta en absoluto, baste un ejemplo, la calle Nicasio Calle (o la calle capicúa como la llama mi amigo Pedro) paralela a la citada Larios, justo detrás de algunos de los comercios de más fama de la capital. Girar la esquina que da acceso a ella es como atravesar un portal a otro tiempo, aquellos años en que bajar al centro era una auténtica aventura, deporte de riesgo, vamos. También suele comentar que siempre le ha llamado mucho la atención el hecho de que en pleno centro puedes encontrar edificios del siglo XIX y, fachada con fachada, darte de bruces con una construcción de hace dos años, de hormigón, acero y cristal, mucho cristal. Cuando conocí a mi cuñada, yo apenas había visitado tres o cuatro ciudades españolas, bastantes pueblos de las provincias de Málaga y Huelva (mi padre es de Valverde del Camino) y poco más. Córdoba no estaba entre esas ciudades, de modo que hasta que no la visité, hará cosa de tres años, no pude entender el porqué de su comentario. Córdoba es algo así como el culmen de la conservación histórica de una ciudad, allí están, a la vista, tan cerca que puedes tocarlos, restos de todas las civilizaciones que la han habitado. En cuestión de unas pocas horas pude ver restos romanos, edificios árabes, barrios judíos, construcciones medievales y todo bien adecuado con su entorno, ningún signo de asonancia, nada fuera de lugar.
Hará cuestión de un mes, aproximadamente, varios amigos y familiares me han hecho llegar una petición a través de correo electrónico, uno de esos e-mails que tan poco me gustan, simplemente porque ha sido reenviado tantas veces que me extraña que no se haya gastado por el uso (Fw: fw: rw:…). En ellos se pedía mi adhesión a la candidatura de mi ciudad como Capital Cultural Europea para el dos mil nosecuantos. Obviamente, por principios, crítica constructiva y algo de mala leche muy poco contenida, ni los firmé, ni me adherí, ni los reenvié. Así que aparte de los siete años de “mardita” mala suerte que me caerán por no habérselo mandado a cuarenta y siete amigos en veinte segundos, seguro que más de uno se acordará de un servidor el día que se de a conocer el fallo del jurado y nos encontremos con que, de nuevo, a esta ciudad se le niega lo que “se merece”.
Yo soy de los que piensan que una ciudad no es merecedora de un título de esa categoría simplemente porque se lo propongan cuatro o cinco políticos. El estandarte de la cultura europea no consiste en una carrera contrarreloj por crear infraestructura cultural, sólo para que te den más fondos y así poder seguir construyendo. Yo lo veo más como un reconocimiento a una labor, a una trayectoria de decenas de años, de siglos incluso, en pos de la cultura, de la defensa del patrimonio histórico y de la promoción de las ciencias, las artes y el conocimiento. Siempre he sido de la idea de que la cultura no se puede incubar si no existen condiciones adecuadas, y aquí, por desgracia, eso es lo que ocurre. Construir dos museos de bolsillo e inventarse un festival de cine no basta para optar a un galardón de tal magnitud, menos cuando te enfrentas a rivales de la altura de la Ciudad de Córdoba (aunque a muchos les mosquee que se presente a la vez, supongo que a sabiendas de lo que va a ocurrir). Aquí necesitamos algo nuevo, algo que aproveche las cualidades de la ciudad y abra al mundo la maravillosa urbe que tenemos.
Si me preguntasen a mí (que no lo van a hacer) lo primero que haría sería sacar el arte a la calle. Los museos son geniales, pero no dejan de ser espacios cerrados en los que, además, hay que pagar para acceder (háblese del Picasso) aún habiéndose financiado estos con el dinero de nuestros impuestos, o sea, con mi dinero y con tú dinero. En una ciudad en la que llueve unos treinta días al año el mejor museo debería ser la propia calle, y por eso mismo no debería descuidarse la imagen. Deberían rehabilitarse, recuperarse, remozarse y adecentar todo aquel elemento con un mínimo interés arquitectónico. Por desgracia, otra vez, aquí entramos en conflicto con el capital privado, las amistades de conveniencia y la falta de “agallas” de la administración, que tan solo entiende el término expropiación cuando va seguido de derrumbe y nueva construcción, pero que no lo encuadra en la mejora de la imagen de la ciudad, aunque eso revierta en beneficios provenientes del turismo. Somos una puerta al mar. El puerto está lleno de posibilidades, un museo de la historia de la navegación sería apropiadísimo, con restauraciones de naves fenicias, griegas, romanas… hasta nuestros días. Un centro oceanográfico, con acuario marino incluido. Un teatro al aire libre, al estilo del viejo romano que se ha quedado como reliquia, sin uso alguno. Una biblioteca general, la más completa de la provincia, la comunidad o incluso el sur de Europa.
Pero eso, supongo que no dará tanto dinero como los dos o tres hoteles de superlujo que nos quitarán la vista del mar, los centros comerciales, con bolera y multicines, y Dios sabe cuantas aberraciones más que nos deparará el plan del puerto.
Así pues, conociendo como conozco mi ciudad, que para eso nací en ella, dudo mucho que nos concedan ese título. No me alegraré de que no se lo den, pero, créanme, tampoco me pondrá muy triste. Para conveniencia de todos aquellos que estén en vísperas de adquirir una vivienda, un consejo, rezad, rezad mucho, porque si los especuladores se enteran de lo bonita y limpia que van a dejarnos Málaga, la subida de precios se va a tener que medir como el de las angulas en navidad, a base de “¡Cojones! y ¡Joder!”. Porque eso si, una cosa es cierta, aquí capital cultural europea si que nos pueden designar, porque en la cultura del “pelotazo” tenemos unos cuantos maestros.

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