Dios Aprieta

Mi situación es la siguiente: treinta y dos años, casado, tengo empleo fijo desde hace tres años, acaban de ascenderme y me han subido el sueldo, no de manera exagerada, pero bueno, cualquier subida es buena ¿verdad? Vivo de alquiler desde hace unos dos años y medio, en un pisito de dos dormitorios que no está nada mal la verdad. Aunque eso de pisito, todo hay que decirlo, lo describe a la perfección, cocina enana, cuarto de baño mal aprovechado, dormitorios mal orientados, pero nuevo, bonito y, por suerte, gracias a Dios y a Isabel (la dueña del piso) barato. Aún así, siempre hemos aspirado a comprarnos una vivienda, algo más grande, que nos permita desahogar los dormitorios de cosas y ampliar la familia. De hecho, desde que nos casamos ya empezamos a mirar pisos, curiosamente ya por aquel entonces nos parecieron caros, sobre todo porque lo poco que teníamos ahorrado no nos cubría ni los gastos de escritura. Curiosamente cada vez que en una inmobiliaria decíamos que podíamos aportar una cantidad al inicio, esa siempre se correspondía con los gastos de escritura, daba igual la cantidad, siempre se iba a los gastos de escritura.
Cada año volvemos a entrar en fase de búsqueda. Nos entra el agobio, influenciados por los padres, los amigos y las noticias súper halagüeñas de que los precios de la vivienda no van a dejar de subir nunca jamás de los jamases y, también hay que decirlo, porque uno siempre intenta mejorar su situación. Este año la fase ha comenzado junto con los calores primaverales. Ese es otro de los alicientes del pisito, su temperatura media a lo largo del año tiene más altibajos que el electrocardiograma de un aficionado del Málaga C.F., o sea, en invierno te congelas y en verano te asas. Hemos comprobado que la temperatura en el exterior siempre es mejor que dentro de la casa, es algo así como “el efecto botijo-inverso” (aún así estamos contentos con el pisito, nos conformamos con poco). Hemos centrado nuestros esfuerzos en localizar un piso de tres dormitorios, con garaje, por la zona en la que nos criamos, cerca de nuestra familia y de la mayoría de nuestros amigos. El resultado ha sido, como siempre, catastrófico. Los precios de aquella zona superan, con creces, la media de lo que podríamos pagar para poder vivir, ya no digo cómodamente, simplemente para vivir. De modo que empezamos a ampliar el radio, las zonas colindantes tampoco varían mucho en precios y calidades. Así que la siguiente estrategia era reducir aspiraciones, esto es, dos dormitorios y garaje. Resultado, más decepciones, la cosa apenas varía. Parece que ahora todos los pisos de Málaga se han hecho para albergar a la Familia Real cuando vienen a inaugurar un Museo. El paso siguiente era descartar el aparcamiento, ya lo buscaríamos por los alrededores cuando tuviéramos el piso. Igual, la cosa no varía apenas. El pasado lunes estuvimos viendo uno de esos “chollos”, directamente del propietario, ochenta metros cuadrados, soleado, cuatro dormitorios, a reformar. ¡Joder! A reformar dicen, aquella cueva estaba para ponerle una bomba, quemarla, echarle ácido y luego volver a reventarla. Por el módico precio de ciento ochenta y dos mil euros de nada. En fin, como esta vez no íbamos a dejarnos desanimar, llamamos a otro el mismo martes, un chico muy simpático, el dueño, nos recibió por la tarde en su casa, un pisito de dos dormitorios, nuevo, muy bien arreglado, pintado, con una cocina estupenda, un patio enorme y un precio, digamos acorde a lo que hay hoy en día, otra vez los ciento ochenta y cinco mil. Después de comparar con el del lunes nos decidimos y hasta lo llamé para decirle que si, que nos lo quedábamos, pero claro, errores los comete todo el mundo, y cuando se es novato en un asunto más. Un consejo, nunca digáis que si a un vendedor de pisos antes de ir al banco a pedir información sobre hipotecas, lo más seguro es que tengáis que volver a llamarlo para decirle que no podéis pagar lo que pide, con todo el dolor y la pena de vuestro corazón. De modo que podéis imaginar la cara que se me quedó cuando el director de mi sucursal me dijo que la cuota mensual de la hipoteca que podía darme, a un plazo prudencial de 30 años, suponía más del cincuenta por ciento de mi salario. Con lo que el mundo se me vino encima en cuestión de unas milésimas de segundo.
Conclusión, no podemos pagar un piso de dos dormitorios medianamente decente y como no pensamos meternos en uno de un dormitorio, pues seguiremos de alquiler, hasta que mi casera quiera, hasta que encontremos algo realmente bueno y asequible o hasta que tengamos que invertir el dinero de la cuenta ahorro vivienda (que esa es otra, deberían empezar a plantear volver a ponerla en cinco años). O sea, mínimo dos años y medio más. Bueno, ¿quién sabe lo que puede pasar en dos años? Tal vez tengamos suerte y por fin la burbuja inmobiliaria de los cojones reviente de una puñetera vez, llevándose consigo a los miles de especuladores sin escrúpulos que nos están limitando la vida a millones de jóvenes. Arrastrando de paso a uno o dos gobiernos y a cientos de ayuntamientos de esos que se vendan los ojos o miran para otro lado cuando hay un maletín encima de la mesa.
Recuerdo que pedí paciencia en un post que escribí no hace mucho “Avance, Adelanto, Perfeccionamiento”, seguiré mi consejo e insistiré en que todo esto, más pronto que tarde, va a tener que cambiar. Porque si no, bueno, siempre nos quedará la opción de volver a las cavernas ¿no?

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