Clientes "Olvidadizos"

En los casi cuatro años que llevo trabajando en esta empresa me he podido dar cuenta de que el genero humano es peculiar, muy peculiar, tanto que de solo pensarlo uno no sabe si reír o echarse a llorar. La vida cotidiana de cualquier mortal se presta mucho a eso de que se te presenten situaciones jocosas y divertidas, pero si pasas la mayor parte del día en un lugar donde la actividad conlleva el paso continuo de personas de toda clase, edad y condición, bueno, la verdad es que te puedes esperar que ocurra cualquier cosa. 

Por si alguno no lo sabe, trabajo llevando la gestión de una empresa de alquiler de almacenes y trasteros, de manera que aquí puedes encontrar prácticamente de todo, desde electricistas, fontaneros, jardineros y albañiles, hasta empresas de distribución de hostelería, máquinas recreativas, grupos de música e incluso payasos. Si, lo se, todo el mundo tiene algún “payaso” en su trabajo pero los míos son de verdad, vamos, profesionales.

Hablando de estos clientes en concreto, recuerdo una tarde, por abril del año pasado, que dando una vuelta por el recinto me quedé con la boca abierta al encontrarme, de sopetón, sin esperármelo para nada, con un castillo hinchable que me ocupaba una de las calles del recinto de lado a lado. Lo estaban probando porque lo acababan de comprar para las celebraciones de comunión. Comentando aquello con alguno de mis clientes, vecinos de los payasos, les decía que menos mal que habían hecho eso por la tarde cuando mi padre no estaba, porque con los arrebatos que tiene capaz era de pincharles el globo medieval a “bocaos”. Aunque solo fue una de tantas anécdotas recuerdo que dije que aquello era lo último que me faltaba por ver en el polígono, obviamente, me equivocaba.

El pasado mes de junio, justo la última semana, antes de irme de vacaciones, una de mis muchas clientas nos dio aviso de que iba a causar baja para finales de mes. El hermano de esta señora era el que se iba a encargar de realizar todos los trámites para dejar libre el trastero, de modo que una tarde se nos presentó para comentarnos que iba a abandonar algunas cosas por si nosotros nos podíamos hacer cargo de las mismas. De vez en cuando le podemos sacar utilidad a lo que nos dejan, de modo que le aceptamos la petición. Craso error por nuestra parte ya que allí había de todo, y cuando digo “de todo” es realmente eso, “de todo”. Paco, nuestro jefe de mantenimiento, se dispuso a comenzar con la limpieza del cuartillo más o menos dos días después de que nos comunicaran la baja, lo iba a hacer poco a poco ya que aquello le iba a dar trabajo para un par de días o más. Jamás nos hubiéramos imaginado que en lugar de trabajo lo que nos iba a dar era el día, literalmente. A los aproximadamente veinte minutos de haber empezado con la limpieza, Paco regresa a la oficina y me dice, cito textualmente: “¡Jose, ahí hay un tío enterrado!”. Tengo que decir que Paco no es una persona muy exagerada, pero si muy guasón de modo que me imaginaba que lo que quería decir era que entre los colchones, la nevera, el somier y el resto de muebles viejos habría un baúl lleno de libros que pesaba “como un muerto” (como se dice en mi tierra). Otra vez me equivoqué. Efectivamente, le acompañé a la vuelta para que me enseñara que es lo que había encontrado y cual no sería mi sorpresa cuando me sacó, de debajo de una mesita, una especie de jarrón o bombonera de loza, polvorienta a más no poder, en cuyo interior se encontraban las cenizas de una persona. “¡Dios! Ahora si que lo he visto todo en el polígono” le dije a Paco.

¿Cómo se puede ser tan desalmado como para dejar algo así encerrado durante años en un cuartucho perdido en un polígono industrial? Y lo que es más grave, abandonarlo para que el personal de mantenimiento lo tire como si se tratara de un trasto más de la casa. Realmente no me lo podía creer. Pero bueno, como responsable de la empresa me tuve que poner manos a la obra en seguida para localizar a los clientes. Cuando empecé a llamar y lo primero que me salió por teléfono fue una voz en un contestador de una señora muy mayor, me imaginé que la voz era de quien había en la urna, vamos una voz de ultratumba, se me pusieron los pelos de punta. Dejé un mensaje pero no me podía dar por vencido ya que no sabía cuanto iban a tardar en escucharlo, de modo que me puse a indagar y se me ocurrió llamar al banco de la clienta en cuestión, para ver si me podían aclarar algo de la situación de esta señora. La empleada que me atendió se quedó tan sorprendida como yo cuando le conté la historia, pero me aseguró que esa señora seguía viva, así que ya solo tocaba esperar a que escuchara el mensaje y me llamaran. Efectivamente, en cuestión de un par de horas volví a escuchar la voz de ultratumba, je je, bueno era la señora para preguntar qué era tan urgente. Lo gracioso es que cuando le conté lo que ocurría, pues ni disculpas, ni lo siento, ni vaya por Dios que vergüenza ¡que va! Me dijo algo así como que a sus hijos se les había olvidado y que ya los mandaría a recogerlo.

Bueno, hay que reconocer que si todas las cosas se arreglaran tan pronto como estas, ojalá fueran todos los problemas que se me presentan así. En fin, el hijo, hermano de mi clienta, vino esa misma tarde un tanto avergonzado a recoger a su padre, se disculpó diciendo que no sabía nada, porque aquello era cosa de su hermana y su madre, al pobre le cayó el muerto (literalmente). Y ahí terminó la historia.

Esta será otra de tantas anécdotas del trabajo para contar a tus amigos y familiares, porque eso si, en esas reuniones en las que todos se ponen a hablar del plasta del jefe, del capullo del administrativo y de los pesados de los clientes, yo contaré la última gran aventura del Sr. Mateos, que, aunque algo triste, no deja de ser divertida.

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