Otra Vez Quince De Septiembre

Lo de la vuelta al cole ya le queda bastante lejos a estos treinta y tres años que el que suscribe lleva calzados, bastante decentemente tendría que añadir, los años digo. Pero eso no quita que un extraño escalofrío me recorra la espalda cuando llegan estas fechas y empiezo a hacer memoria. Una conjunción de sentimientos, recuerdos, sonidos y olores que hace que, al mismo tiempo, sienta nostalgia y alivio al pensar en todo aquello.

Y es que no falla, a mediados de mes, cuando empieza a cambiar el tiempo y, por fin, las mañanas se levantan con ese frescor tan típico del entretiempo, comienzas a sentir un hormigueo por el estómago que te dice que el nuevo curso se avecina imparable y que el ciclo se reanuda, como todos los años. Otra vez verás las mismas caras somnolientas por la mañana. Esos angelitos vestidos de uniforme restregándose los ojos mientras esperan a que llegue el autobús para recogerlos. A algunos los he visto desayunando en el banco de la esquina, frotándose las manos para desentumecer los dedos helados de sostener el batido recién sacado del frigorífico. Ataviados de mochilas tan grandes como ellos, tan llenas de libros que me recuerdan a los porteadores nativos de las viejas películas de Tarzán. Aunque ahora llevan esas mini “trolleys”, también hasta los topes de material escolar, con las que van despertando a todo el vecindario ya que las ruedecitas producen un peculiar traqueteo sobre las losas de la acera, que a las ocho y media de la mañana es cuando menos molesto. Los primeros dos meses de colegio vienen a ser los mejores de todo el curso, volver a ver a los amigos después de todo el verano, los nuevos profesores, también los antiguos, libros nuevos, material nuevo, un montón de cosas por descubrir, sin responsabilidades inmediatas ni exámenes a la vista. Cuando el tiempo avanza y los horarios empiezan a hacerse insoportables, las clases interminables y las explicaciones tediosas llegan las vacaciones de navidad, en seguida, casi sin darte cuenta. Así que otro descanso después de tres meses de trabajo, dos semanitas y media aproximadamente, fiestas y regalos incluidos. Y así prosigue el año escolar, a la navidad seguirá la semana blanca, luego la Semana Santa y por último las vacaciones de verano. Entre semana y semana hay algún que otro día de fiesta, uno autonómico, otro nacional, un par de fiestas locales, la patrona del colegio y Santo Tomás de Aquino o San José de Calasanz (siempre a elección del centro). En fin que entre pitos y flautas los nueve meses lectivos se reducen a unos ocho cortitos.

Pero yo, sinceramente, jamás volvería a repetir la experiencia del colegio, tal y como la viví en mi época claro. Si, aprendí bastante, pero hay que reconocer que me encontré con muchísimo profesor (maestro o docente) poco motivado y con métodos bastante poco educativos. Eso que se lleva ahora de los profesores comprensivos, de las clases divertidas, del apoyo al estudio, bueno, pues como que por los años ochenta y noventa eran algo así parecido a la ciencia-ficción. Tuve un par de ellos muy buenos, sobre todo profesoras, siempre he tenido más afinidad con el sexo contrario, pero la norma era la dejadez por parte del maestro.

Aún con todas las malas experiencias siempre te queda ese rescoldo, esa sensación, ese recuerdo que te hace añorar aquellos días en los que todo era ilusión y novedad. Bueno, tal vez algún día les haga una visita a mis viejos profesores. Mientras tanto me pasaré un día por la papelería de unos grandes almacenes a abrir libros de texto y olerlos. ¡Jo, que recuerdos!

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