Vayas Donde Vayas

Fin de semana de septiembre en El Chorro, un barrio perteneciente al municipio de Ardales, en la provincia de Málaga. Ubicado en el paraje natural del desfiladero de Los Gaitanes, al borde del embalse de La Encantada y muy cerca de los embalses del Guadalhorce y el Guadalteba. En resumidas cuentas, un lugar precioso, rodeado de bosques de pinos y eucaliptos (estos últimos por desgracia) y con las imponentes torres de piedra caliza que conforman el paraje natural.

Nos alojamos en unas cabañas de madera situadas en el camping que lleva el mismo nombre del lugar. Alejado de la zona de acampada y de los servicios comunes y el albergue, la tranquilidad de aquel lugar tan solo se veía mínimamente afectada en las horas punta de ocupación de la piscina, que quedaba bastante cerca. Bueno, al menos eso fue lo que pensamos durante el primer día, si, exactamente el tiempo en que tardaron en llegar los vecinos de las cabañas de arriba. Nada más aparecer ya nos hicimos una idea de lo que nos esperaba, a eso de las siete y media de la mañana nos despertaron unos molestos ruidos de motor y el sonido de las piedras del camino crujiendo bajo las ruedas de varios coches. Que es normal que entraran en coche los muchachos (y muchachas) porque el sitio estaba en alto y había que descargar un montón de bultos pesados, si, pero que lo hicieran quemando rueda y derrapando en plan Carlos Sainz, nos dijo mucho de lo que se avecinaba. A mí en principio me importaba poco lo que fueran a hacer, yo ya me había planteado mi mañana para recorrer a pie los casi seis kilómetros de ruta por carretera, que había hasta las ruinas de Bobastro. Un camino y un esfuerzo que me sirvieron de terapia para olvidar todo lo que se quedaba atrás, ruidos, tensiones, estrés, la ciudad y sus gentes en fin. Un lugar lleno de historia enclavado en un impresionante entorno natural, al cual recomiendo visitar si se tiene oportunidad. No importó que me chafara un dedo saltando de piedra en piedra o que hasta hoy mismo sienta las agujetas de la continua pendiente de la vía que lleva hasta allí, aquello merece la pena. Justo al terminar la visita y emprender de nuevo la vuelta, en la linde de la carretera tuvimos un desafortunado encuentro con uno de esos grupos de jovenzuelos oriundos con ganas de joder al personal, cuatro mamarrachos metidos en un coche, pasando calor que no tuvieron más ocurrencia que asustarnos dando un frenazo delante nuestra, sin venir a cuento y solo por divertirse (valiente manera de divertirse digo yo). Al sobresalto inicial de los tres que íbamos, siguió mi respuesta automática, darme la vuelta y, seguidamente, hacer el gesto universal de “que os den por culo”, “jodeos los cuatro” o “móntate y pedalea”, o sea alzar el dedo corazón con el resto formando un puño. Ellos siguieron su camino y nosotros el nuestro, si se hubieran parado, bueno, no se, tal vez habría lamentado perder mi cámara de video al estamparla contra la cara de alguno de aquellos catetos, también la cantimplora, que es de aluminio y pesaba un kilo en ese momento, cosa que podía hacer mucho daño, pero no fue así, simplemente me fastidiaron la belleza del momento, de tres amigos caminando en paz por un paraje tranquilo, algo así como cuando una llamada equivocada te despierta a las tres de la madrugada, vamos, que te entra una mala leche que no veas. En fin, como solo fue un segundo de alteración se olvidó rápido.

La tarde que siguió a aquello fue bastante tranquila. Una comida agradable y una sobremesa relajada. Disfrutamos a base de bien, incluso la pequeña fiesta de disfraces que hicimos estuvo estupenda ya que el frescor de la noche acompañó y no me asé de calor dentro del uniforme improvisado de héroe de la RAF que algún día enseñaré por aquí para que se ría la gente. Alargamos la velada jugando a las cartas hasta las dos y media aproximadamente. Tratábamos de no hacer demasiado ruido para no molestar a los vecinos, aunque, claro está, no todos los vecinos se molestaban. El ruido que armaban los de las cabañas de arriba tapaba al nuestro y, si me apuran, hasta el de los grillos del bosque. Claro que puedo entender el porqué de todo aquello (yo es que soy muy abierto y comprensivo) ya que es normal tomarse unas copas cuando se está con amigos, exaltarse y bromear, alardear delante de las niñas y hacerse el gracioso, o la graciosa. Si la ocasión se tercia se puede uno calar un peta (un canuto o porro) y ponerse aún más a tono si cabe. En ese ambiente te puedes alterar y llegar a hacer tonterías del tipo “vamos a darnos un baño en la piscina de noche”, tirarnos en bomba y hacer, si cabe, aún más ruido, total nadie nos va a decir nada ¿verdad?

Pues equivocadamente alguien si que les dijo algo, no fui yo ni ninguno de mis amigos, tampoco los vecinos de las demás cabañas, todos muy educados y prudentes, sin ganas de jaleos, pero también sin necesidad de tener que partirse la cara con cuatro niñatos malcriados. Fue el vigilante, que también lleva el mantenimiento del lugar, un chico árabe muy apañado que al escuchar el chapoteo (por llamarlo de alguna manera) en la piscina, salió a ver quienes eran los capullos (o capullas), descerebrados que estaban haciendo el idiota a semejante hora de la madrugada. Se encontró con tres idiotas, que aparte de superar la tasa de alcohol permitida para ser persona, se estaban quejando de que el agua les quemaba por todo el cuerpo. “Pues claro tío, no te va a quemar si he vaciado lo menos dos bidones de cloro hará un par de horas” les comentó el vigilante, supongo que con cara de entre dormido, cabreado y contento de saber que esos tres no iban a volver a hacer semejante gilipollez en su vida, porque si les picaba la piel de todo el cuerpo no quiero ni imaginar lo coloraditos que se les pondrían los “pendientes reales”. En fin, justicia poética que dirían algunos.

Al final la cosa está clara, si quieres estar tranquilo un fin de semana o más, lo que hay que hacer es gastarse pasta y alquilarse un cortijo, rodeado por una verja de dos metros, con un par de dobermans y un cortijero apañado que asuste a los domingueros con perdigones de sal, que no matan pero pican más que el cloro de las piscinas de los campings.

Por lo demás el fin de semana estuvo genial. Yo repetiría, porque el sitio está bastante bien, eso si, alquilando todas las cabañas para asegurarme de que no me molestaran.

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