La Cadena

En el día a día de la vida cotidiana de cualquier ciudad, se pueden encontrar millones de señales, de pistas, de indicios delatores de que hay algo en ese lugar, y por analogía, en esa sociedad, que falla. Mis escasas salidas al extranjero me han hecho darme cuenta de un detalle que ya aquí, en mi medio natural y mucho antes de poder permitirme viajar, me sorprendía bastante. En mi casa, al igual que en la de todo buen cristiano (perdón, esta expresión ya no es políticamente correcta, la sustituiremos por, todo buen hijo de vecino) desde pequeñitos siempre nos han intentado inculcar una serie de valores, así como una serie de normas a seguir, reglas básicas, de conducta, de comportamiento, de urbanidad (aunque suene algo facha) y sobre todo de higiene.

Hoy día, con la liberación del ser individual, su lucha constante en contra del orden establecido y su profunda rebeldía manifiesta en pos de la libertad de la persona como elemento único, eje y guía del mundo, cualquier acto que se salte las mínimas normas de buena conducta se convierte en baluarte de la lucha de esos grupitos marginales políticos (preferentemente de centro izquierda, más a la izquierda que al centro). O sea, hablando en plata, aquí cada uno puede hacer lo que le salga de las narices (por no decir “cojones” que queda muy feo), aún molestando al resto de la humanidad y encima, para más INRI, ser defendido por progres de tres al cuarto.

Lo siento, tengo que reconocer que a veces me paso tres pueblos machacando a todo el personal, y que siempre acabo metiendo razones políticas para todo, pero es que estoy tan decepcionado y tan absolutamente enfadado con todos ellos, que al final siempre acabo despotricando contra los mismos. Aunque hoy solo lo he hecho por vicio, ustedes me perdonen, supongo que es para no perder la costumbre.

El caso es que, dejándonos de tanta palabrería, no deja de sorprenderme que a comienzos del siglo XXI, el hombre, y aquí recalco la palabra “hombre” ya que sólo me refiero al género masculino, ahora entenderán porqué, sigue siendo incapaz de hacer un gesto tan sencillo, tan simple y tan poco complicado como es tirar de la cadena del inodoro (el water, o bater o como quiera que se escriba, para los poco ilustrados). Y no me refiero a cuando están en su casa, allí me importa poco, como si quieren sacar la churra por la ventana y regar el césped de la zona común. Yo hablo de los aseos públicos de bares y restaurantes, porque esa es otra, no importa si vas al chiringuito de playa más cutre del litoral o al restaurante de moda cinco estrellas Michelín divino de la muerte, en todos, absolutamente en todos el agua está amarilla, y eso con suerte y a algún guarro no le ha dado un apretón antes que a ti te haga efecto el medio litro de agua mineral que te has bebido para pasar la lubina a la espalda, porque entonces el espectáculo está servido. Y es que no hay nada más asqueroso que encontrarte semejante panorama justo después de haber degustado una suculenta comida en buena compañía.

Llego a entender que ciertos individuos, más cerrados y cortos de mentes que un boniato, no sean capaces de descifrar el intrincado código secreto de los nuevos modelos de cisternas. Cierto es que pasar de la típica cadena colgante al tirador fue toda una revolución que el Sr. Roca logró imponer, de gran acierto estético y, además, supuso una mejora sustancial en lo que se refiere a la instalación de los sanitarios en casa. Pero este señor no pensó que a lo mejor tendría que haber incluido un manual de instrucciones con cada aparato en lugar de dejar que cada uno lo aprendiera como pudiera. Supongo que no cayó en la necesidad del mismo ya que el sistema, básicamente es idéntico, tan solo hay que tirar, antes se hacía de arriba hacia abajo y ahora de abajo a arriba. Los nuevos sistemas, por el contrario, deben estar desquiciando a más de uno. Cuando ya se han acostumbrado a coger la bolita y tirar después de hacer un pis o un pos, ahora viene otro señor y dice que no, que lo más cómodo y ecológico es pulsar un botón y, esto es lo mejor, volver a pulsar si tan solo hemos hecho aguas menores y es necesaria menos cantidad de agua para evacuar la taza. Complicado verdad. Bueno, aún se puede hacer más difícil. En lugar de un botón vamos a ponerles dos. Uno grande y otro pequeño, cada cosa para lo que corresponda, o sea, si has estado mucho tiempo sentado usa el grande y en caso contrario usa el otro. La cosa no queda ahí. En muchos sitios se está poniendo de moda un inodoro el cual lleva un mecanismo de alta presión, regulado por una palanquita, tan pequeña y cercana a la taza, que la mayoría de las veces suele quedar oculta tras la tapa cuando ésta está levantada, cosa que, en un servicio para “caballeros” (yo diría para hombres, como hacen los ingleses, porque no todos los hombres son caballeros, aunque ya tampoco son hombres todos… pero eso es tema aparte). En ese caso hasta soy capaz de perdonar, porque hasta a mí me ha costado trabajo encontrar el dispositivo en cuestión. El colmo de los colmos es esos centros de ocio tan modernos que instalan sistemas de detección de movimiento o de presencia para regular el uso de los aseos públicos y así reducir el gasto de agua. La idea es buena, el resultado algo contrario a lo deseado. La mayoría de las veces el agua sale antes de que incluso te hayas concentrado lo suficiente para soltar el primer chorrillo, el resto no funciona o, lo que es peor, ves a gente como yo, con algo de conciencia social, haciendo el baile de San Vito delante del detector, que el muy mamón te enciende una lucecita roja cada vez que te mueves pero no expulsa agua que es lo que tú quieres, como si te guiñara y animara a que siguieras bailando.

En fin, como ya dije antes, esto solo lo puedo hablar desde mi experiencia en el lado masculino de este fascinante tema. No se si a las mujeres les ocurrirá lo mismo, aunque claro, eso de los servicios de las mujeres sigue siendo un misterio del universo que veo difícil que se aclare, y menos aquí.

Comentarios

Entradas populares