La Virgen de la Cueva

Dos años sin llover y cuando arranca el otoño nos cae la tromba del siglo, al menos de lo que va de siglo, y si no pregúntenle a los veinticinco desgraciados que se quedaron ayer sin coche por tenerlo mal aparcado, no en doble fila, ni por mala suerte al reventar un muro de contención, no, los habían dejado en el lecho de un arroyo. Y con la que cayó, el arroyo, que llevaría como cuarenta años sin mostrar su fuerza, aprovechó la coyuntura, y diciendo “¡esta es la mía!” se lanzó en tromba para recordar viejos tiempos. Y es que cuando un río se empeña en retomar su curso no entiende de obstáculos, construcciones, propiedades privadas y planes urbanísticos. De modo que me lo imagino cuando por la mañana temprano, el arroyo Toquero, empezó a ver como a lo lejos los trabajadores de la zona iban dejando sus coches, comenzó a frotarse las manos pensando: “id tranquilos a currar, cuando volváis a lo mejor tenéis una sorpresita”. Y casi a traición, en cuanto llegaron las primeras gotas, cogió carrerilla y se fue ladera abajo a todo tren, rugiendo como un oso enfadado, salvando obstáculos a la carrera como un tigre a la caza, devorando todo lo que encontraba a su paso como una plaga de langostas, implacable y voraz como una jauría de lobos… Debió ser un espectáculo digno de un rey. Y es que una fuerza de la naturaleza no se puede domar por mucho que nos empeñemos y más aún si lo que hacemos es desafiarla. Parece que los malagueños tienen débil la memoria a largo plazo y no recuerdan que los arroyos de la capital y provincia están para lo que están, o sea, para desaguar cuando a San Pedro y al Coro Celestial les da por abrir el grifo al mismo tiempo, y no para echar escombros, pasear al perro, jugar al fútbol, o como en este caso, aparcar sin complicaciones (aunque en este caso suene irónico). Que casi todos los años tenemos un problema similar y si no son coches lo que arrastra la fuerza del agua, son muros de patios, comercios, canales estrechos que revientan lanzando al aire las tapas de arquetas o Dios sabe que cosas más que no deberían estar allí, o que, simplemente deberían estar mejor hechas.

El ser humano es inteligente por naturaleza y estúpido por costumbre, de modo que intentar convencer a un individuo de que lo que está haciendo está mal, aunque lleve haciéndolo toda la vida es como intentar ponerle puertas al campo, una auténtica pérdida de tiempo y esfuerzo. Así que lo que se estila ahora es el mirar para otro lado y dejar que todo el mundo haga lo que le salga del mismísimo. ¿Para que vamos a emperrarnos en discutir para hacer que un/a tipejo/a entre en razón si al final va a hacer lo que le venga en gana? Pues eso sería lo que la policía municipal haría cuando le tocó, primero amonestó, después multó, a la tercera llamaría la atención y al final se limitaría a enviar informes directamente a los archivos diciendo que a la altura de la calle tal en el susodicho arroyo todos los días se establece un aparcamiento clandestino. Consecuencias, bueno, una noticia de alcance nacional, unos cuantos vehículos destrozados, el coste de la grúa para sacar los coches de la playa (que lo pagaremos entre todos) y otro tema de discusión entre ayuntamiento, junta y la parte que le toque a la Confederación Hidrográfica del Sur. En fin, el show de siempre.

Esta mañana ha dejado de llover después de cuatro días sin parar. La gente ha vuelto a ir andando al trabajo y a conducir como locos, pero el tráfico se notaba algo más fluido, no se, puede que sea porque desde ayer hay veinticinco coches menos en las carreteras. ¡Je je je! ¡Que faena!

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