Efectivamente, los vecinos de abajo terminaron marchándose. La casa se les quedaría pequeña, el niño y la perra paranoide les exigirían más espacio y otra comunidad a la que no dejar dormir por la noche y acojonar cada vez que se cruzaran con ellos en el rellano.
De modo que estuvimos cosa de dos o tres meses bastante relajados sin nadie viviendo justo debajo del suelo que pisamos. Pero ese tiempo pasó rápido. Con esto de que los pisos pequeños se venden en seguida, casi sin darnos cuenta ya estábamos viendo como venía una nueva pareja a instalarse donde los otros dejaron hueco. Y ¡oh sorpresa! Traían un perro igualito al anterior. Gracias a Dios esto solo en apariencia. El nuevo meimbro canino de la comunidad es la antítesis del que vivía antes. Tranquilo, amable y cariñoso. Curioso como todos los perros jóvenes, pero un encanto, como deberían ser todos los animales de compañía (a no ser que te dediques al culto satánico y críes rottweilers). La nueva pareja no es precisamente el súmmum de la gracia y la delicadeza, de la discreción tampoco, como ahora explicaré, pero, cuando menos saludan cortésmente al cruzarse contigo por la escalera. El es enorme, moreno, serio en facciones y ademanes. Ella finita, alta, rubia (creo que de bote, pero no me queda muy claro) usa gafas cosa que puede denotar algo de intelectualidad, los miopes normalmente nos hemos quedado así por estudiar o por leer, en ambos casos ese defecto no deja de ser un mal menor. Son bastante silenciosos, nada de música alta ni televisión, vamos, unos vecinos de los que no quejarse en absoluto… Bueno, hay una cosa que, en fin, no es que me moleste, pero algo si que me mosquea. Puede ocurrir cualquier día de la semana y no importa la hora, tan solo tienen que darse las condiciones propicias para que los dos se encuentren a la vez en la casa. Si nosotros estamos en relativo silencio, sin la televisión puesta o simplemente haciendo vida normal, podemos escucharles perfectamente… bueno, ya sabéis, en plena faena. Entiendo que lleven poco tiempo casados y tengan esa fogosidad que suelen tener los matrimonios jóvenes, pero lo suyo llegaba a ser algo desmoralizante, al menos para un servidor ya que al principio les oíamos todas las noches. Era meternos en la cama y ¡zas! Ahí estaban dale que te pego. Una consejo para cotillas, en los baños la acústica es mejor, por eso de las cañerías. Reconozco que desde hace un tiempo han bajado algo el listón y ya no se les oye tanto, pero siguen llevando el pabellón bien alto.
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