Veinticinco Primaveras

Esto del cambio climático, definitivamente, va a acabar con un servidor. Reconozco que nunca he sido un tipo fuerte, pero en lo que a salud se refiere, aquí el que suscribre siempre ha gozado (gracias a Dios y que siga así por muchos años) de un buen estado. Los típicos resfriados y algún que otro percance leve con las articulaciones, tendones y huesos, por lo demás todo bien. Como todo en esta vida, siempre uno tiene temporadas mejores y épocas algo más bajas, desde finales del año pasado la cosa ha estado más bien, digamos floja.

Yo todo lo achaco al tiempo que hace últimamente, porque, cierto es que en Málaga siempre hemos disfrutado de un clima privilegiado. Temperaturas suaves, dentro de lo normal, en todas las estaciones del año. Los inviernos son cálidos y los veranos frescos, bueno, esto es lo que se intenta vender al turista, en realidad los inviernos son fríos, no tanto como en otros sitios pero fríos y húmedos como ellos solos, tanto que el frío te cala los huesos y no importa lo que te pongas encima, o te forras de plástico o te congelas. Los veranos son frescos, solo por las noches y solo algunas noches, prácticamente no bajamos de los treinta y cinco grados de media durante todo el estío y yo, personalmente, he llegado a medir cincuenta y seis grados al sol este mes de agosto (está bien ¿eh?) Pero esto ha sido así toda la vida, al menos toda mi vida, desde hace treita y tres añitos que se dicen pronto. Esto, por muy exagerado que parezca, es lo normal del clima tropical-mediterraneo, en el que podríamos catalogar el nuestro. Lo que no es normal es lo que está ocurriendo este año en concreto, que, puede que sea casualidad, pero los agoreros del fin del mundo están haciendo su agosto a costa de lo que nos está aconteciendo. Desde que finalizó el verano de dosmil seis, éste no ha terminado de irse. Parece uno de esos incómodos familiares que vienen a pasar las vacaciones a casa y acaban por alargar la estancia semana tras semana. Para ejemplo hoy mismo, en pleno mes de febrero, a casi dos meses de finalizar la estación invernal, el termómetro en la calle, a las cinco y media de la tarde, me marca veintitrés (23) grados al sol, ¿es eso normal? Yo te puedo contestar a eso, no, no lo es en absoluto. Lo lógico sería que estuvieramos entre doce y quince.

La cosa tiene sus partes agradables. Ahora el campo es un auténtico deleite para los sentidos. Allá donde haya una pequeña porción de tierra virgen las plantas crecen por doquier, cualquier sitio es bueno; medianas en la carretera, parterres descuidados (todos en esta ciudad), zonas sin asfaltar... todas se llenan de tréboles, campanillas, vinagretas, hortigas y demás. Y esto ocurre cada dos semanas aproximadamente, que a cuatro semanas por mes, eso suman veinticuatro al año y una de propina para no quedarnos cortos. Si, veinticinco primaveras al año, o lo que es lo mismo, una primavera constante. Que puede ser muy bonita, si, pero que no es natural y, por lo tanto, trae consigo efectos perniciosos. Cómo, por ejemplo, los frutales madurando a destiempo, o las dobles o triples floraciones en especies que, en condiciones normales, tan solo producen flores una vez al año. No soy biólogo, tan solo me gusta la naturaleza y la lógica me dice que algo así no puede ser bueno ni para las plantas, ni para los animales y, por supuesto, para nosotros los humanos, únicos y exclusivos responsables de todo este estúpido jaleo.

A mí lo que más me ha fastidiado de todo esto es el gusto. Si, el gusto, lo he perdido casi por completo, desde la última vez que me resfrié, hará cosa de un mes y algo, todavía no me he recuperado bien. Tema de alergia es. Te acuestas y te levantas con picor de garganta, de oídos, de nariz y un constante e incesante moqueo en todas sus variedades; desde la desquiciante aguilla que te hace gotear la punta de la napia, hasta esa masa densa y viscosa tipo “blandi-bloop” que no te deja respirar y, en mi caso, saborear ningún tipo de alimento. Y no soy el único que conozco que lo está pasando fatal con este tema, ya somos legión. Pero esto a la mayoría de la gente no les preocupa, son felices yendo a trabajar todos los días en sus estupendos todo-terrenos, o en sus sedanes de lujo aislados del mundanal ruido tras una espesa capa de acero, policarbonato y cristal, escuchando por la radio lo mucho que están subiendo sus acciones en petroleras, lo fantástico que es que se agoten los recursos energéticos, porque de este modo los de su propiedad se revalorizan. No se dan cuenta, o no quieren darse cuenta que es lo peor, de que todo esto explotará algún día, como si de un Krypton de tres al cuarto se tratase, y nos iremos todos a freir espárragos, bueno, ni siquiera eso porque para entonces ni espárragos quedarán para freir.

Comentarios

Entradas populares