Colmando El Vaso

Escribir sobre lo cotidiano puede parecer a veces algo monótono, pero en ciertas ocasiones te ocurre algo que acaba haciéndote ver que la vida no es una línea continua en un gráfico, ni una llanura infinita y te demuestra que, cuando sabes reaccionar bien ante esos casos, eres mejor persona de lo que te considerabas, o, al menos, mejor que muchas otras.

El pasado viernes leí un artículo en el Diario Sur (El diario de casi todos los malagueños) en el que se hablaba del tema de las condenas desmesuradas, todo al hilo de la noticia de un pobre chaval de etnia gitana al que habían procesado por más de veinte delitos que no había cometido, solo por llamarse igual que cuatro o cinco delincuentes de los de hoy pincho a este por la cartera y mañana me hago una joyería y una tienda de móviles. Me llamó la atención uno de los casos que comentaban, un chico al que le habían caído dos años de prisión por propinar un puñetazo a un tipo tras una discusión de tráfico. Me lo puedo imaginar, con lo calentitos que vamos todos en los coches, a éste se le cruzaría un gualtrapa de esos que van haciendo slalom por la carretera, dando acelerones, frenazos y con la radio a toda pastilla y le pillaría un mal día. Tras un par de insultos y dos o tres amenazas al muchacho se le desactivaría esa hormona que hace que controles tus instintos animales y, bueno, le lanzaría un derechazo que dejaría al otro sin palabras y puede que sin conocimiento. Tal vez fuera al revés y el que iba haciendo locuras era este chico, no lo sé, pero una cosa está clara, el que recibió el golpe no volverá a meterse en una pelea y el que lo propinó, tras el susto de verse veinticuatro meses entre rejas no creo que quiera volver a repetir experiencia.

Ese mismo día, ya por la tarde, una vez finalizada la jornada de trabajo, y la semana, me dirigí a recoger a mi mujer. La empresa en la que está no dista más que minuto y medio de la mía, cosa de quinientos metros, unas tres calles más allá de donde yo estoy. En circunstancias normales me suelo encontrar un tráfico normal, con los típicos camiones en carga y descarga parados en medio de la calle, la gente saliendo de sus trabajos y algún que otro despistadillo buscando la tienda que ayer le recomendó su cuñado, o sea, más lento y haciendo más extraños que un novato en nochevieja. Eso es en circunstancias normales, un Viernes de Dolores, a última hora de la tarde, pues como que la gente está loca por dejar atrás la empresa y quitarse de en medio, sino una semana, al menos dos días. Durante el citado recorrido tan solo tengo que tomar dos curvas, al dar la primera me encontré con la sorpresa del día, para acabar bien la semana. Suelo tomar despacio esa curva, lo habitual es que haya vehículos aparcados en la misma, a ambos lados de la calle, convirtiendo los dos carriles en uno solo y obligándote a invadir el sentido contrario, curiosamete en ese momento no había ninguno, por lo que pude hacer una maniobra perfecta. Al girar pude comprobar como mi carril estaba perfectamente despejado, no así el contrario que tenía un trailer de doce metros ocupando un buen trozo. Yo me acercaba a mi ritmo, tranquilo, cuarenta-cincuenta como siempre, hasta que me di cuenta de lo que se me venía encima. La furgoneta de reparto de piezas de R.Benet, el concesionario oficial de Mercedes Benz en Málaga, vecinos de calle nuestros de hace muchos años, pegó un acelerón y se me plantó delante mío en cuestión de un segundo. No es que el conductor se despistase y no me hubiera visto, no, lo hizo intencionadamente ¿y cómo estoy tan seguro? Bueno, pues por lo que sigue a continuación. ¿Dónde estábamos? ¡Ah! Si, el furgón se me planta en mi carril a toda velocidad y yo, por narices, tengo que frenar y echarle un par de destellos con las luces para hacerle ver que estoy ahí, un refuerzo visual estúpido, lo se, ya que el tipejo ya me había visto desde hacía cincuenta metros, pero, claro está, él no se iba a esperar a que yo pasara. Cual no fue mi sorpresa cuando al hacerle las señales, para el vehículo en medio de mi carril, se asoma por la ventanilla y me grita a pleno pulmón “¡Echale cojones! ¡Venga!”. Al principio no entendí lo que quería decirme con tan brillante locución, pero tras repetirme la virtuosa frasecita me hizo un gesto con el brazo que lo explicaba todo. El muy animal pretendía que yo le esquivara, esto es, que le sobrepasara sobre la marcha por su lado izquierdo, aprovechando el hueco que existía, ya que su enorme máquina se encontraba a la altura de un acceso a una calle perpendicular a la que nos encontrábamos. O sea, quería que yo, invadiera dos carriles de una calle de la que no tenía visibilidad (gracias al camión, a él mismo y a un monolito de señalizaciones, curiosamente el de “Hermanos Bronte” sobre el que ya escribí una vez) y por la que me podían aparecer vehículos por tres sentidos diferentes, uno girando para entrar en esa calle, otro siguiendo al garrulo de la Mercedes Vito y un tercero saliendo de la perpendicular. Mi reacción fue instintiva, enarqué una ceja, alcé la mano izquierda y, con un solo gesto, le dije que pasara él, que se quitara de en medio y terminara con esta ridícula situación en la que nos había metido con su imprudencia y su ineptitud al volante. Ni una palabra salió de mi boca, ni un mal gesto, nada. Supongo que eso le resultaría aún más fastidioso, que estará acostumbrado a que le sigan el juego, le recriminen su forma de conducir y le insulten, así que una vez que me vio dejarle paso, reanudó la marcha y cuando se puso a mi altura me volvió a recriminar mi actitud pasiva a su parecer con otra de las joyitas de su repertorio, algo más comedida esta vez “¡Anda, anda que Dios te lo manda!” me lanzó a modo de desafío. Ni me digné a mirarlo a la cara, total ya se la que tenía, de auténtico gilipollas.

El asunto me tuvo todo el fin de semana mosqueado, pensando en que, a lo mejor tenía que haber reaccionado de otra manera, no se, tal vez empotrándome de frente contra él (con lo que toda la culpa hubiera sido suya por haber invadido el sentido contrario), o tal vez habiendo abierto la puerta cuando pasó por mi lado, lo justo para dejarle un buen rayón rojo a lo largo de su flamante carrocería nueva. Pero eso es fruto del calentón y, bueno, uno es, gracias a Dios, suficientemente calmado como para no caer a niveles tan bajos. Al final me di cuenta de que supe reaccionar tal y como lo requería la ocasión, no como lo merecía el mamón desafiante con el que me topé, pero si como debían de ocurrir las cosas , sin pasar a mayores y eso, precisamente eso es algo que me hace sentir orgulloso.

Ahora, mirando de lejos y atando cabos, he podido darme cuenta de quién es ese imbécil. Si, el polígono es muy grande, pero alguien así destaca aunque se vista de camuflaje, esa actitud lo delataría hasta en la reunión anual mundial de hooligans. Hacía tiempo que tenía fichado a un tipo que conduce un Opel Corsa gris plata semi-tuneado, bueno, perdón, he dicho que conduce, pero realmente conducir no es lo que hace este ejemplo exagerado del poco civismo de la sociedad de hoy, este tipo va dando berridos por allá donde pasa, se cruza los carriles como si fueran suyos, se salta los stop e, incluso, lo he visto entrar en dirección contraria a una calle para evitar un semáforo en rojo. También lo he visto multado en un par de ocasiones por realizar tales maniobras para regocijo de un servidor y, por supuesto, parado en el arcén por haberse chocado con otro coche, esto último para regocijo de su agencia de seguros que tiene que meterle unas clavadas enormes cada año que pasa con la cantidad de penalizaciones por mal conductor que debe acumular, eso si es que tiene seguro. Lo que de verdad me asombra es que haya podido conseguir un trabajo de ese tipo en una empresa tan seria como es la que le ha contratado, supongo que no hará el loco cuando entra a su recinto. Aunque cualquier día acabará empotrando su enorme responsabilidad (la furgoneta, vamos) contra un camión, una farola o cualquier otra cosa y provocando un siniestro de los de aupa. Entonces se me ratificará mi teoría de que solo hay algo peor que un conductor desaprensivo y esto es un conductor desaprensivo con un coche de empresa.

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