Commodus, Commodi

Alguna que otra vez me he preguntado hasta donde llega el límite de mi paciencia. Yo, que siempre me he considerado la persona más paciente del mundo, que es capaz de soportar colas interminables sin que de mis labios salga la más mínima queja, que aguanta atascos continuos desde que empezó a trabajar en el Polígono Guadalhorce y que jamás pierde los nervios ante situaciones que otros tacharían de desesperantes. Ayer encontré respuesta a esa pregunta y la cifra es de cuatro años y cuatro meses exactamente. Aproximadamente el tiempo que llevamos viviendo en el piso de alquiler.

Supongo que, como es normal, mi reacción de ayer no fue resultado de un simple y aislado hecho, sino que es consecuencia de una acumulación de situaciones parecidas. Nadie estalla por una tontería accidental y/o casual, no somos barriles de pólvora llenos, en realidad estamos vacíos y nos vamos llenando poco a poco, hasta que llega un momento en el que alguien prende la mecha o ceba el cable y activa el detonador. La artificiera en cuestión fue una de las madres que llevan a su niño a la guardería que tenemos en la acera de en frente de nuestro edificio. La calle en la que vivimos es de las más estrechas que hay en la ciudad, una vía de un único sentido, con una calzada muy finita y una acera medianamente apañada en un lado y totalmente inutil en el otro. Mucha gente tiene la costumbre poco cívica de parar y aparcar sus coches encima de la acera, no una o dos ruedas apoyadas en el bordillo para no molestar al resto de vehículos que intenten pasar por la calle, como eso es imposible se suben encima de la acera aprovechando los desniveles de entrada a los aparcamientos de los únicos (por el momento) dos edificios que lo tienen en todo el paseo. Los padres de la guardería, no digo todos, pero sí muchos, nos toman a los vecinos de estos dos edificios como al pito de un sereno e, impunemente, dejan abandonados sus coches delante de nuestras entradas y salidas, perfectamente señaladas con su correspondiente vado. Durante estos cuatro años he hecho sonar el claxon, he puesto malas caras y he gesticulado mostrando mi desagrado y mi malestar, ayer le espeté unas cuantas frases a la madre de turno.

Salíamos bien de tiempo, después de comer reposadamente. Mi hermana nos esperaba abajo para venir con nosotros a fin de recoger su coche del taller. Mientras yo bajaba al garaje ya pude ver como esta señora estaba maniobrando para dejar el coche donde no debía, pero no me paré a decirle nada porque aquello me iba a hacer perder aún más tiempo y, además, supuse que, como hacen muchos otros, sería lo suficientemente prudente como para no bloquear ninguna de las salidas de vehículos. Evidentemente me equivoqué. Se montaron mi hermana y mi mujer, yo salí, miré el coche, me volví a montar y empecé a hacer sonar el claxon. La señora no salía y yo no dejaba de pitar. Hasta que a los tres o cuatro minutos aparece por la puerta, toda feliz y sonriente y, en plan pachorra, sin mirarnos casi, levanta una mano para pedir disculpas. Evidentemente no me valía aquello así que saqué la cabeza por la ventanilla y le grité un: "La próxima vez llamo a la policía ¿eh?". Gracias a Dios la palabra Policía todavía causa efecto en mucha gente, con lo que reaccionó diciéndome "Sólo ha sido una vez". Ahí ya me tocó la fibra, porque puede que ella lo hubiera hecho por primera vez en su vida, pero yo no me lo creía porque ya me había encontrado en la misma situación con muchas otras personas antes y, como he dicho antes, es costumbre entre los padres del "jardín de infancia" (¡Joe, que viejo soy!) hacer aquello. De modo que le volví a gritar que no tenemos porqué aguantar que cada dos por tres nos fastidien de esa manera, simplemente porque a ellos le es más cómodo recoger al niño así. Ahí ya no me dijo nada, cosa que tampoco me dejó contento, por lo que, para rematar la faena, cuando abrió la puerta para subirse le solté un "Por lo menos una disculpa ¿no?" Cosa que le sentó como una patada en el mismísimo ya que se giró con cara de mala leche y se mordió la lengua para no responderme. Pero no le hizo falta, porque yo aquella tarde estaba sembrado y mi lengua contenida de muchos años se soltó a base de bien, así que no pude reprimir un: "Si claro, encima enfádate, si soy yo al que estás fastidiando ¿o no te das cuenta?". Total que se marchó y yo seguí detrás hasta el siguiente semáforo en el que nuestros caminos se dividieron.

Lo que más me fastidia de esta gente es la impunidad con la que actúan y su impasibilidad ante el mal que están ocasionando a otras personas. Son cómodos por naturaleza y les da igual pelearse con nadie con tal de no tener que cargar con el niño más de diez pasos para soltarlo. La cosa tiene aún más Inri porque a sólo tres minutos de mi calle existe un enorme solar con sitio de sobra para aparcar, pero claro, eso implicaría un mínimo de sacrificio y de conciencia, dos cualidades que les falta a la mayoría de personas hoy en día.

Lo único que les queda a estos tipos para rizar el rizo de la comodidad es que en la guardería monten una ventanilla de recogida y entrega de bebés, en plan Mc-Auto, donde al depositar una moneda te devuelven al niño limpio, comido y con un "Barbapapá" de regalo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Creo que aunque tengas razón las formas no son las mejores, además de que si en vez de una tia te hubieras topado con un hombre hubieras terminado a ostias (perdón por mi lenguaje llano) Más que nada porque tú buscabas bronca.

Vuelvo a decir que tienes razón, que la peña no tiene respeto, que somos vagos hasta extremos inimaginables, pero aun asi creo qeu pagaste tu ira acumulada (no la lógica dle momento con ella)

Saludos
Jose M. Bermejo ha dicho que…
Aclaración: Yo no buscaba bronca ni la busco nunca, pero aquel momento me tocó la fibra. Igual me ha pasado con hombres. Cuando digo padres, son ambos, padres y madres. Ese día le tocó a ella, pero perfectamente podría haber sido un padre. Estoy seguro de que no hubiera llegado a las manos, primero porque no soy de esos y segundo porque un tío se me puede poner todo lo farruco que quiera, que a mí no me van a sacar del coche a perder tiempo cuando lo que quiero es que me dejen seguir mi camino.
Si aquel día no le digo a esa señora lo que tenía que decirle al día siguiente me hubiera hecho lo mismo, no que, como he podido comprobar, se busca la vida para no aparcar encima de la acera ni bloquearnos la salida.
El problema de muchos conflictos en nuestra sociedad viene de que una de las partes afectadas se calla y no denuncia. Los españoles tenemos complejo de chivatos cuando lo que debemos de tener es valor para reclamar nuestros derechos y protestar por las injusticias, por muy pequeñas que estas parezcan.

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