Creo que es la sensación más común de la sociedad moderna. Podríamos situarla incluso por delante de la de "Aislados", ya que esta última, gracias sobre todo a las nuevas tecnologías de la comunicación, está pasando al olvido.
Todo el mundo se ha sentido así en algún momento de su vida. Atado, Aprisionado, Maniatado, Sin poder ver la Salida, en una palabra Atrapado. No físicamente, eso es lo más curioso y terrible de todo, sino psicológicamente. Es un maldito proceso mental que te impide darte cuenta de que poco a poco te estás, o están, arrinconando hasta que ya es tarde y no puedes salir del agujero en el que te encuentras. Unas veces es el trabajo, otra la familia, en algunos casos los amigos, una relación sentimental o, en muchísimas ocasiones, las expectativas de la vida.
El ser humano vive realmente atrapado, aunque sin darse cuenta. Desde que nacemos, incluso antes, ya venimos predestinados por una serie de normas, objetivos y fines que van a dirigir nuestras vidas, aun sin quererlo nosotros. Ya desde niño te atan al colegio y te obligan a estudiar cosas que no te gustan, y si naces en una comunidad autónoma gobernada por nacionalistas hasta te obligan a aprenderte mentiras (o verdades a medias, que para el caso es lo mismo). Tu futuro se limita a estudiar, trabajar, comprarte una casa y formar una familia, no necesariamente por ese orden, aunque si básicamente con esos elementos. Todo lo que se salga de esa norma resulta extraño y muchas veces es visto con menosprecio por el resto de la sociedad, que, irónicamente, vive sin saber que está atrapada.
Un adulto medio viene a tener asociados a su día a día un mínimo de cuatro o cinco obligaciones. Hagamos un ejercicio de memoria y contemos. Uno, el coche. Obligados a encerrarnos todos los días en un cajón de chapa, plástico y cristal, a repostar combustible, a realizar cambios de aceite periódicos y revisiones tanto necesarias como obligatorias, unos ven en ese cacharro la libertad de los fines de semana, mientras que, realmente no deja de ser una cadena más de todas a las que nos atamos. Dos, el teléfono móvil. Conectados 24 horas al día, 100% localizables y siempre atentos por si nos han llamado o nos han dejado un mensaje que no hemos visto. Lo miramos como unas veinte veces al día, esperanzados, anhelantes o incluso atemorizados de recibir un mensaje, una alerta una llamada. Tres la televisión. Estamos enganchados a series y programas. Queremos, deseamos, necesitamos saber el día a día de los niños de la academia de canto, ser los primeros en enterarnos de lo que ha ocurrido a primera hora de la mañana en la casa de Belén Esteban porque está a punto de casarse. La exclusiva nos atrae hasta el punto de devorarnos. Y así podemos seguir contando y sumando. El futbol, la lotería, las revistas del corazón, los politonos o hasta el arroz con leche (cada uno tiene sus vicios). Cualquier cosa.
Hasta los compromisos sociales son una atadura. El simple hecho de tener que salir los fines de semana te encadena, simplemente por eso mismo, porque "tienes" que salir. Vivimos en una sociedad en la que, casi por narices, hay que ser ultra-hiper-socializable. Quedarse en casita un fin de semana no está bien visto, y eso es irónico, ya que nos pasamos más de media vida pagando una casa que luego no disfrutamos, o no nos dejan disfrutar. Nos empeñamos en hacer del hogar un refugio, una zona de descanso perfecta, con los mejores muebles, los colores más cálidos, los complementos más innovadores para disfrutar y luego nos tiramos todo el día en la calle, unas veces por trabajo, otras por ocio, las más por puro temor al que dirán.
En fin, como dicen en el anuncio de Aquiarius, el ser humano es maravilloso, si, pero tremendamente ilógico, por no decir estúpido.
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