La Cajera

Primer sábado de feria en la ciudad. Aprovechamos la ocasión para celebrar el cumpleaños de mi mujercita con toda su familia. Vamos a “Los Vikingos”, un coqueto restaurante situado en la Avenida de Pries, frente al Cementerio Inglés y junto al Palacio de Justicia, antiguo Hotel Miramar y futuro Nuevo Hotel Miramar-Hyatt, o Waldorf, o NH o lo que sea. Realmente no se quien lo regenta, pero prácticamente todos los empleados son sudamericanos, argentinos o chilenos y el servicio es excelente, todas las chicas son muy amables y correctas. A cada servicio no falta nunca un gracias, un por favor o un trato de usted.

La comida no deja que desear tampoco, en la prensa la denominan Pret-a-porter, o sea de diseño y fusión, pero no como en los típicos restaurantes vanguardistas de hoy en día en los que la presentación lo es todo, por encima incluso de la comida. No, los platos están bien elaborados y son abundantes, de hecho las raciones sacian y los sabores, mezcla de salsas, frutas, especias y demás delicatesen son todo un placer al paladar. Los postres son exquisitos y el ambiente es más que aceptable, algo pequeño para algunos, pero perfecto para los que prefieren un ambiente íntimo. Dejan fumar, cosa que para los adictos al tabaco será estupendo, para mí no deja de ser un incordio.

Hoy se notaba el comienzo de la feria. Aún con el enorme calor no dejaba de pasar gente por la avenida y eso es algo curioso porque no se trata de la zona más poblada de Málaga ni de la vía más transitada ya que la gente suele preferir el Paseo Marítimo para circular, es más amplio y tiene menos semáforos, o sea, se puede correr más (¡sigh!). El restaurante también estaba tranquilo, bastante para lo que es habitual.

Llegamos tarde, no por nuestra culpa, tampoco voy a decir por quien que es de mal gusto y como es familia se puede molestar más de la cuenta, pero llegamos tarde. Por eso todo se retrasó, nos atendieron los últimos, nos sirvieron los últimos y, consecuentemente, terminamos los últimos, sobre las cuatro y media, más llenos que una barrica de vino nuevo. Después algo de charla, a sol y sombra y treinta y siete grados de Lorenzo, que en agosto tenemos calor para regalar y en feria parece que más y, en cuanto alguien dijo “vámonos, que hace calor” todos saltamos como resortes a buscar el coche.

Desde hará cosa de cinco meses, siempre que vamos a aquella zona no me lo pienso y utilizo el nuevo Aparcamiento Cervantes, situado justo al lado de La Malagueta (la plaza de toros). Es cómodo, es nuevo, está bien acondicionado y el dinero que te cuesta tenerlo allí un buen rato, que no es precisamente barato, doy fe, compensa de tener que dar mil vueltas para poder aparcar en aquella parte, que no está demasiado poblada como antes he dicho, pero que, al estar junto a la playa, en estos días se vuelve zona de guerra en lo que a aparcamientos en la calle se refiere. Entré por la puerta, ticket en mano y me dirigí al primer cajero automático que encontré. Introduzco el cartoncito y en pantalla me aparecen cinco euros y pico, por tres horas, si, definitivamente es una pasada. Saco un billete de veinte y lo paso por la bandeja correspondiente, me lo rechaza. Ahora en el monitor me avisa de que tengo que introducir el precio exacto, de modo que entre todos empezamos a rascarnos los bolsillos. La primera moneda de euro la devuelve por el cajetín, la segunda la escupe, la tercera prácticamente la vomita. No me lo pienso y bajo a la primera planta, me dirijo a las siguientes máquinas y ambas mostraban sendos carteles de “Fuera de Servicio”. De modo que sólo me quedaban dos opciones, ir a pagar a la cabina de seguridad o esperar a que saliera un vehículo y salir tras él a toda pastilla antes de que la barrera se baje. Como el estilo Mr. Bean no me va demasiado, opto por acudir a caja y tras dar las buenas tardes a la “señorita” que había tras el mostrador, le pido que por favor tenga la amabilidad de cobrarme, porque la mitad de las máquinas no funcionaban y la otra mitad no me aceptaban los billetes. De muy mala gana me tomó el resguardo, el dinero y de peor gana me lo devolvió junto con el cambio. Incluso llegué a notar un resoplido. Muy cortésmente le di las gracias y dos pasos después completé la frase con un “¡zimpática!” que me salió del alma.

Estos tipos, y tipas, son las que rematan una buena velada, pero bien rematada, ya que al final casi acabas recordándolos a ellos más que todo lo que ha acontecido en el día. Admito que pasar el primer sábado de feria trabajando en el subsuelo, con la fiesta a cinco minutos y la playa a dos como que algo de rabia tiene que dar. Pero eso no es excusa para olvidar los buenos modos y poner malas caras. Si lo que quería era tener un buen puesto, con un buen horario y un sueldo mejor, esa mujer tenía que haber estudiado en su momento, o incluso ahora, que está a tiempo para añadir a su currículum algo más que el graduado escolar.

Pero bueno, supongo que es más cómodo quedarse amoldando el sillón a su trasero, despotricar con los compañeros sobre los jefes y tratar con la punta del pie a los clientes antes que realizar un mínimo esfuerzo por mejorar en la vida. Total, si recibe muchas quejas y no le renuevan contrato, siempre tendrá una oportunidad de acabar de cajera en el Lidl, o en el Dia, porque carácter y maneras no le faltaban a la chica.

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