30 septiembre 2007

El Gran Secreto

Hoy he tenido una iluminación. Si, es una de esas cosas que se me pasan por la cabeza cuando no estoy, digamos, del todo lúcido. En realidad llevo tres días algo trastornado, el cambio de clima en esta época siempre me deja de regalo un brote alérgico y un precioso dolor de cabeza que me tiene hecho polvo unos cuantos días. Eso, unido a que estoy de domingo por la tarde, tal vez el momento más deprimente de la semana, me ha hecho darme cuenta de algo que, quizá fuera de este contexto, no tenga el más mínimo sentido, pero que en mi cabeza suena a "revelación divina”, con ecos incluidos.

Como por arte de magia me he dado cuenta de la forma en la que el mundo se sostiene, el modo en el que las civilizaciones mantienen su status, su día a día, su continuidad y perpetuidad. Seguro que alguien me dice que me equivoco, pero es lo que pienso y, por lo tanto, mi argumento es tan válido como cualquier otro. Mi idea es que lo que hace que una sociedad siga una linea casi imperturbable, es “El Conformismo”, o sea, la disposición del ser humano como individuo y como comunidad a aceptar las cosas tal y como se las dan, sin pensar, sin cuestionar, sin rebatir, sin aportar nada más que lo que se le pida que aporte.

Cierto es, que en momentos determinados de la historia de cada grupo social, se dan cambios llamados revolucionarios. Grupos que, enfrentándose al sistema vigente, alzan sus voces en protesta y claman un cambio. Gente que reacciona en busca de una mejora, que toma partido por una causa nueva (justa o no) y que, si tienen suerte y apoyo suficiente, logran hacer que las cosas mejoren, al menos en el sentido en el que ellos piensan que las cosas deben mejorar, cosa que, al igual que todo en esta vida, puede ser visto también como algo no tan bueno por aquellos que no piensan como ellos.

A estos les podríamos llamar revolucionarios, reaccionarios e incluso inconformistas. Si, pero nadie es inconformista eternamente. De modo que, cuando la situación cambia, cuando todo se vuelve mejor a su gusto, cuando se establece su orden particular, estos pasan a transformarse en defensores del nuevo status, en guardianes de la nueva situación, en buscadores del nuevo conformismo. Y pasan a elaborar estrategias que hagan que la gente, el pueblo, la masa permanezca contenta, feliz y calmada, casi inerte en sus hogares. Se les facilitan diversiones domésticas. Se les crean heroes nacionales. Se les atiborra de informaciones insulsas, carentes de importancia, fáciles de asimilar y elevadas a categoría de “Interés Público”. Se les proporciona juguetes caros pero fáciles de adquirir, se les financia la vida hasta casi rozar la muerte. Lo que sea para mantener a todos felices y contentos, lo que sea para que el individuo se convierta en masa y no piense por si mismo.

Esa es la sociedad que tenemos ahora en nuestro país. Una ciudadanía de domingo por la tarde. Que permanece en sus casas encadenados a la televisión, unos viendo el partido de liga, otros la fórmula uno, los más atiborrándose de noticias rosas. Si no hay nada bueno en la tele siempre se puede salir al bar de la calle de al lado a ingerir adormecedores permitidos, o coger el deportivo de lujo para dar una vuelta por el centro. Dejando que su cerebro se inunde de endorfinas, que se auto-sede con hormonas del bienestar. No quieren pensar en lo que les están haciendo los que lo dirigen todo. No se dan cuenta de que forman parte de un plan enorme cuyo único fin está en perpetuar la enorme maquinaria política. Son peones de experimentos públicos, cobayas de pruebas económico-sociales que contribuyen a perpetuar la necesidad ficticia de unos “dirigentes” cada vez más numerosos. Vivimos expuestos a perpetuos cambios en nuestras vidas, desde que nacemos. Nos cambian los planes de estudio a capricho, el idioma que “debemos” hablar e incluso la historia que aconteció a nuestros antepasados. Transforman a héroes en villanos, a asesinos en revolucionarios, a reyes en tiranos y a dioses en monstruos. Y lo peor es que la gente se lo cree, o quiere creérselo.

Tengo que reconocer que estos tipos lo han hecho bien. Han conseguido que en treinta años nuestro país haya pasado de ser el último reducto del fascismo en Europa, al referente internacional de la corrupción y la gilipollez. Nos han convertido un país con una de las historias más ricas del planeta en un teatrillo de marionetas, con titiriteros que salen todos los días a vocear lo mal que les tratan en Madrid y el poco dinero que les dan.

Mientras tanto el resto de personas que tienen, o tendrían, mucho que decir, se quedan en casita, acurrucados bajo el manto de la democracia y las libertades. Disfrutando de poder elegir entre ver una película o el partido de la semana, entre Gran Hermano o Salsa de Tomate... Democracia a golpe de tarjeta de crédito, elecciones diarias que no comprometen a nada, libertad para decidir dentro de la república independiente de su casa. Un país adormilado, eso es lo que tenemos, una nación que no se despierta ni a golpe de bombas porque ya ha escuchado tantas que se ha acostumbrado a ellas, treinta y tantos millones de ciudadanos que no quieren saber ni lo que ocurre tras el tabique de su salón.

Yo no se como se despierta a la gente, mover conciencias no es mi trabajo, ni siquiera mi hobby. Pero alguien tiene que hacer algo. Y, el día que lo haga, yo estaré el primero en su puerta para darle mi apoyo. Mientras tanto estaré en mi sofá jugando a la Playstation 2, que no me molesten hasta entonces.

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