El mes de julio siempre, hasta ahora, ha sido mi mes de vacaciones por excelencia. Aparte de coincidir con mi cumpleaños (el diecisiete por si alguien quiere felicitarme o hacerme llegar un presente) lo tomo de descanso, por razones prácticas sobre todo. El calor durante este mes es prácticamente igual que en agosto, pero la actividad decae mucho el segundo mes de verano ya que casi todo el mundo toma las vacaciones y en Málaga tenemos la feria a mitad de mes, lo que significa que contamos con un par de días de fiesta que desperdiciaría caso de estar en mi periodo vacacional.
Julio tiene, aparte de esas connotaciones personales, dos eventos muy atractivos para mí. Algo que les resultará bastante extraño al que me conozca, porque no van ni con mis gustos ni con mi forma de ser en absoluto. Uno es el Tour de France y el otro los Sanfermines. Extraño ¿verdad? Yo, que ni me gustan los toros ni el deporte televisado, encuentro fuerzas para levantarme temprano, cuando no tengo necesidad, para ver los encierros y estoy deseando que lleguen las tres y media para que conecten con Perico Delgado y Carlos de Andrés en directo desde Francia. Increíble, lo se. Lo de los Sanfermines me viene de mi época de universitario, hará unos diez años me coincidieron varios exámenes en la semana grande de Pamplona y para matar el tiempo entre el desayuno y la hora de irme a la facultad encendía el televisor, me enganchó desde la primera vez que vi a los toros derrapar por la curva de Estafeta. El ambiente de emoción que se respira en todo el recorrido, esa retransmisión con el sonido ambiente, sin un solo comentario en directo, sólo en la repetición y el previo. Me gustó tanto que lo he estado viendo, casi ininterrumpidamente, hasta este año en el que el modo de retransmitir ha cambiado por la compra de los derechos de la cadena Cuatro. Vi el primer encierro, no me convenció y he decidido dejar de verlos hasta el año que viene, que dependerá de si vuelven a tomar la retransmisión tradicional o no.
Lo del Tour de France me viene de más cerca. Si soy sincero no recuerdo el primer año que empecé a seguirlo, pero no hará más de cinco. Yo siempre recordaba las retransmisiones de la carrera gala como algo aburrido y tedioso que no me atraía en absoluto. Con largos, larguísimos silencios entre frase y frase de los comentaristas, que tampoco decían nada realmente interesante. Retransmisiones que se cortaban cada dos por tres, apareciendo la voz o el mensaje hablando de dificultades técnicas (más que obvias). Incluso en los años en los que en gran Miguel Indurain, ganaba todo lo que se podía ganar en la carrera gala, no me resultaba en absoluto atractiva. Pero hará unos cinco años la cosa cambió. Hubo una increíble mejora en la retransmisión, un despliegue de medios que me dejó gratamente sorprendido. Las cámaras, ya no sólo se limitaban a enfocar a los ciclistas en plena carrera, aprovecharon la ronda para mostrar algo más. Las imágenes de los paisajes, de los pueblos, de los monumentos (castillos, iglesias…), de sus ríos, sus valles, sus canales, me engancharon de una manera tal que desde entonces no me pierdo una sola edición. En ese momento me di cuenta de que si algo saben hacer bien los franceses es mostrar su país al mundo como el mejor lugar de la tierra, que puede que no lo sea, pero lo parece a vista de pájaro.
Pero el tour, en esencia es un ejemplo de la lucha humana, del esfuerzo, de la superación, del sacrificio máximo del cuerpo, de la resistencia llevada al límite. Bueno, al menos lo era hasta hace cosa de unos años. Al igual que en el resto de deportes profesionales, la sombra del dopaje se ha extendido por el mundo del ciclismo y lo está convirtiendo en un mal ejemplo para todos, deportistas de élite, aficionados y cualquiera que se relacione con ellos. Al escandaloso triunfo de John Landis el año pasado, se suma este año la expulsión de Alexander Vinokurov por parte de su equipo, justo tras haber ganado una de las etapas más duras de la carrera. Algo que hizo levantar sospechas porque fue un fiel reflejo de lo que el americano hizo el año pasado. Y es que no es de normal dar un espectáculo de poderío, fuerza hercúlea y resistencia sobrehumana justo el día después de que te haya dado la pájara del siglo en un recorrido, medianamente facilón. Lo menos que puedes pensar en ese momento es que el tipo va de EPO hasta las cejas o se ha hecho una transfusión de sangre de Albatros. Estoy seguro de que los tubos de ensayo que usa el equipo médico para hacer los análisis están reforzados, porque una meada de estos tipos debe derretir una probeta cualquiera con la cantidad de sustancias extrañas que contiene.
Es una auténtica lástima que cosas así ocurran. Desvirtúan la poca honorabilidad que le queda al deporte de élite, tan presionado por los medios que buscan el espectáculo, por los patrocinadores que exigen resultados y por todo el que ve un negocio en cualquier cosa que mueva pasiones, ya sea el campeonato mundial de formula uno o la competición internacional de lanzadores de quesos de bola.
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