O, mejor dicho, "Empezando El Año Con Cara".
Esta es otra historia de "mis clientes", esos que hacen que los días de trabajo sean especiales, pero, al mismo tiempo, a esos que cambiarías por un día de vacunación, o una gripe virulenta, vamos, uno de mis clientes "buenos", que no de mis buenos clientes, que de esos, gracias a Dios, tengo bastantes.
Muchas veces he hecho referencia a la empresa en la que trabajo, esta se dedica al alquiler de espacio, almacenes y trasteros en el Polígono Industrial Guadalhorce, al que también he nombrado en más de un escrito anterior. Aquí gestionamos más de quinientos locales y, por lo tanto, tratamos con muchísimas personas a lo largo del día, eso da para contar cantidad historias de todo tipo. Nuestra forma de trabajo es muy clara y muy seria, así lo ha exigido la empresa desde el primer momento y así lo instauró mi padre hace quince años cuando se hizo cargo de la misma. Cuando él se jubiló hace ya dos años, yo me encargué de sustituirle y, como debe ser, trato de seguir todas sus enseñanzas, consejos y directrices.
Básicamente lo que aquí empleamos con todos los alquileres, es un contrato de arrendamiento para uso distinto de vivienda, estándar, con alguna que otra cláusula especial para temas de seguridad y poco más. Al que no esté relacionado con esto le diré que, a la firma del contrato se abonan tres mensualidades, una completa con impuestos incluidos para cubrir el mes en curso y dos sin impuestos que quedan en depósito para cubrir cualquier tipo de desperfecto o imprevisto. Lo normal es que al finalizar el contrato y dejar el local, este depósito se devuelva inmediatamente y de forma íntegra al cliente. En este sentido existe una costumbre muy habitual en muchos inquilinos que es la de dejar sin pagar el último mes, de modo que el depósito de fianza cubre ese mes y la diferencia a devolver luego es menor. Otros clientes lo que hacen es dejar los dos últimos meses a deber y luego abonan la diferencia pendiente, que suele corresponder al IVA o a un poco más por los incrementos anuales de IPC. Por último, que también los hay, están los que dejan a deber esa diferencia y desaparecen del mapa, por la vergüenza de deber cuatro cuartos. De estos hay menos, pero también los hay.
El caso de hoy es diferente, el tipo en cuestión ocupaba dos locales, uno de dieciocho metros cuadrados y un segundo de treinta y seis, justo el doble. Hacia septiembre, se dio de baja del local pequeño y nos comentó que en dos o tres meses iba a abandonar el grande, con lo que tomáramos la fianza del primero para abonar el recibo de septiembre del otro. Esto se puede hacer perfectamente, claro que, contando con que el recibo que quería pagar era de un local de doble de tamaño, por lo tanto de precio y, además, entre uno y otro contrato había una diferencia de diez años aproximadamente, con la fianza del local pequeño no cubría ni cinco días de alquiler del grande. Los dos meses siguientes del local de treinta y seis los dejó también sin pagar y cuando ya nos confirmó la baja nos dijo que hicieramos lo mismo, utilizar la fianza. Con todo le quedó a deber un total de doscientos sesenta y cinco euros y, tras hablar con él un rato algo acalorado, nos pidió que lo pasáramos por banco. Así lo hice y a los pocos días nos vino la devolución del mismo, por motivo "No Conforme". De regalo el banco nos obsequió con siete euros de comisión por devolución (si, los bancos no pierden oportunidad). Al hablar de nuevo con este tipo para comentarle que nos había venido devuelto el cargo, me dijo, palabras textuales: "Es que esa no es la cantidad que tengo que pagar. Vosotros habéis intentado meter más dinero por si colaba". En la primera conversación no hablé yo, sino Francisco, el auxiliar administrativo que me ayuda por las tardes. Al comentarme eso lo volví a llamar yo para saber de que iba la cosa. Tras un buen rato de gritos por teléfono quedamos en que él se iba a pasar por aquí para aclararlo todo, porque "No quería quedar mal con la empresa, después de tantos años". Cinco días después aún no había venido todavía, de modo que lo llamé de nuevo y, como era normal, otra vez tuvimos la misma discusión. Total, que lo emplacé para que viniera al día siguiente.
Ayer vino. Le pedí que se sentara y le saqué su expediente. Un detalle de cuentas, fotocopias de las facturas a deber y los contratos firmados por él. Se lo expliqué todo, le pregunté si lo había entendido, me dijo que si, que perfectamente y luego, a renglón seguido, me salta con un: "yo te voy a dar ciento setenta euros, y tu me haces un recibo". Vale, ciento setenta ¿y el resto hasta los doscientos sesenta y cinco? -le pregunté yo- y me contesta, con toda la maldita cara del mundo, "Eso que tu empresa haga lo que vea". Si la cosa hubiera terminado ahí, el prenda hubiera quedado como lo que es, un cabrón, moroso, alevoso y malintencionado. Pero hay personas que no saben callarse y a todo lo anterior hay que sumar los calificativos de, tonto, gilipollas y capullo, porque hay que serlo y mucho para decir cosas como las que dijo después, y que cito ahora: "Yo no es que no quiera pagar" (pero no pagas gilipollas), "Yo después de tantos años, no quiero quedar mal con la empresa al final, porque no se sabe si en el futuro me hará falta de nuevo el local" (pero quedas como el culo, so tonto, y esta empresa no te va a hacer un nuevo contrato en tu vida) y, la mejor de todas, "Yo me voy tranquilo porque he dado la cara" (¿la cara para qué? ¿Para quedar como un capullo?). En fin, lo dicho, que a estas alturas la gente todavía no deja de sorprenderme.
Y esto ha sido nada más empezar el año. Miedo me da lo que está por venir.
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