Hacía bastante tiempo que no hablaba de alguno de mis clientes. Bueno, en realidad hacía tiempo que no escribía, casi dos semanas, se que no parece mucho, pero el que me conozca un poquito sabrá que eso, en mi caso, es demasiado.
Lázaro es uno de mis clásicos. Es pintor, de los de brocha gorda, aunque eso también requiere una pequeña dosis de arte. Rozará la cincuentena. Es fuerte, no muy alto. Es un tipo hecho a base de trabajo duro y mucha, pero que mucha calle a sus espaldas. Desde que lo conozco, jamás ha ido al día en sus pagos, siempre se ha retrasado un mes pero, aún con todo eso, es de esas personas a las que les cubriría las espaldas aunque debieran cinco, porque sabes que, al final, responden.
En estos casi seis años que llevo en la empresa, habremos cruzado no más que cuatro o cinco frases largas, y casi siempre de temas triviales, ya sabes, que si la cosa está muy floja, que si vaya tiempo más loco, etc. Nada del otro mundo. Pero hoy, supongo que necesitaría desahogarse, hemos pegado la hebra (más él que yo) y ha surgido una conversación bastante interesante. Es increíble, pero veinte minutos bien aprovechados pueden dar para mucho.
Todo ha empezado con un comentario sobre una futura subida de su alquiler. Y él, lejos de enfadarse, ha empezado a disertar sobre cómo va la economía, el país, Europa y hasta el mundo. Ha arremetido con todo, con los políticos, a quienes acusa de gobernar sólo para su propio beneficio y de venderse al mejor postor (petroleros, banqueros, constructores...). De crear leyes que sólo ayudan a una minoría mientras que al resto de ciudadanos nos torean impunemente. Ha criticado a la sociedad en general, en la que se incluye, de vivir como borregos, como animales tontos y asustadizos que van de un lado para otro empujados por el que lleva el bastón largo y les da de comer y beber, aunque sólo sea pienso barato y agua sucia. Al exceso de burocracia y de complicaciones en todo. A cómo se ha permitido que esta crisis nos afecte a todos por culpa de una estrategia bancaria y unos gobiernos (central y autonómicos) permisivos hasta rozar el paternalismo con los grandes beneficiados (las grandes fortunas, que ahora son más grandes).
No le faltaba razón en nada, en nada en absoluto. Y nada más despedirse y salir por la puerta me di cuenta de una cosa. No soy el único que piensa que todo, la vida, la sociedad mundial, está dirigida de manera oculta por un grupo de poderosos que nos maneja a su antojo. Que hoy deciden que el precio del petroleo suba y que mañana lo haga el del arroz. Que un día se reúnen y hacen un plan para que la vivienda en España cuadruplique su valor en cinco años, de manera totalmente vil y ficticia, y los únicos que ganen con esto sean los que más propiedades han tenido siempre. Aquellos que levantan reyes y hacen caer a líderes de la noche a la mañana. La teoría de la conspiración no es fruto de cuatro o cinco pensadores aburridos como el que ahora escribe, un simple ciudadano de a pie puede ver manos oscuras detrás de algo tan simple como es tirar la basura. Si, es una de las cosas que se me quedaron grabadas y que estoy empezando a plantearme de nuevo. “Yo no reciclo” me dijo (en seguida me acordé del Maestro Pérez-Reverte, aunque el no lo hace por otros motivos). “¿Porqué tengo que convertir mi casa en un centro de clasificación? ¿No quieren crear empleo? Pues que contraten gente que se pongan en la cinta a seleccionar desperdicios”. Esa idea ya rondaba mi cabeza desde hace bastante tiempo y así la he comentado con amigos muchas veces. En resumen la cosa sería así: ¿Qué gano yo reciclando? ¿En qué me beneficia todo el trabajo, el esfuerzo y el tiempo que dedico a separar, clasificar, trasladar y depositar los productos susceptibles de ser reciclados? Y que no me venga nadie a decir que con la satisfacción de saber que estoy colaborando a hacer de este, mi mundo, un lugar mejor, porque ya no me lo trago. Yo hablo del beneficio real, físico, pecuniario e inmediato. De la compensación económica por hacer un trabajo que debería hacer el personal que cobra de nuestros impuestos, que lejos de haberse reducido en agradecimiento a las molestias que nos tomamos los ciudadanos concienciados, cada año crece y crece, sin ningún sentido. Que tampoco me cuenten que de esta manera ayudo a preservar el medio ambiente porque ya me suena a chufla. Si, vale que al reutilizar los envases, el vidrio y el papel, se consumen menos recursos y menos energía que si hubiera que fabricarlos nuevos, pero ¿Porqué entonces es ahora más cara la factura de la luz que cuando no reciclábamos? Y ¿Qué medio ambiente se preserva? Los bosques que se talan para hacer urbanizaciones, carreteras, campos de golf, muebles o más papel. Llevo muchos años reciclando y no he visto que en mi ciudad se haga un mínimo esfuerzo para integrarla en la naturaleza. En lugar de plantar árboles se talan los maduros, porque (ríanse de esto) sus flores ensucian, como las Jacarandas de treinta años de Calle Esperanto. Los pocos que hay se secan y mueren por falta de riego y cuidado. Ya que no veo que mejoren mi entorno, tal y como a mí me gustaría, con más árboles que den sombra y cobijo, oxígeno y vida a esta ciudad horrible, marrón y cada vez más gris, al menos que me reembolsen lo que he gastado por esos envases y ese papel, porque yo lo he pagado y se lo estoy regalando a macro-entidades para que lo vendan y hagan negocio con ellos. Dicen que con las latas hacen bicicletas y más latas, que con el vidrio más vidrio y con el plástico hasta forros polares se fabrican. ¿Alguien me quiere explicar para que nos van a servir los forros polares con un invierno a dieciocho grados? Y que seguirá aumentando de temperatura si seguimos igual.
Lázaro tenía razón en todo y sobre todo en una cosa. Somos borregos y sólo se nos escucha balar, si uno deja de hacerlo y no sigue al pastor, lo más seguro es que en lugar de para dar lana lo usen para dar carne, pero si todos nos unimos ¿Qué harán?
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