C'est Fini

Tenía que llegar algún momento en el que la paciencia se me colmara, y esta vez ha tardado.

Durante más de diez años hemos estuve reciclando en casa de mis padres, primero el vidrio, luego el cartón y el papel y por último, los envases. Una vez casado he continuado con la separación, clasificación y transporte de todo material susceptible de ser reciclado. Durante cinco años he continuado apartando cuidadosamente todo papel, guardado cada tapón, almacenado toda botella para, cuando tuviera un volumen medianamente adecuado, trasladarlo al contenedor correspondiente, si no lo hiciera así, tendría que ir todos los días al punto de recogida de materiales cosa que me es imposible. Durante todo este tiempo me he encontrado con dificultades para realizar esta labor, sobre todo por culpa de la poca frecuencia que tiene el vaciado de los contenedores, cosa que me impedía deshacerme de mi material (porque yo no dejo las bolsas fuera de los contenedores tiradas en la calle) y, consecuentemente, tenía que seguir acumulando más y más material en casa hasta que al encargado de turno le diera por hacer su ronda de recogida.

En un "post" anterior hablé de que cada vez me estaba convenciendo más y más de que esto de reciclar es más parecido a un timo que a otra cosa. Mi cliente Lázaro me reavivó este sentimiento que ya llevaba tiempo creciendo en mi interior, pero que, puede que por la necesidad que siempre he tenido de creer que esta maldita sociedad quiere que este mundo mejore, había mantenido a raya. Pero esto fue hasta hace una semana exactamente.

Acabábamos de cenar en casa de mis suegros. Siempre que estoy allí me gusta salir a su terraza a tomar un poco el aire y disfrutar de las vistas. Entre conversación y conversación, a eso de las doce y media de la noche, me fijé en algo que estaba pasando en la calle. Una mini-van, limpita y sin carga, del servicio de limpieza se detiene delante de tres contenedores de reciclaje, el conductor-operario se baja, abre las tapas de los contenedores y empieza a rellenarlos con las cajas de cartón, llenas hasta los topes de papeles, que había en el suelo, una tras otra hasta que ya no cabían más. A continuación hace lo mismo con el contenedor amarillo, introduce las bolsas que la gente no se ha dignado en meter por los huecos, sin esforzarse, como suele suceder habitualmente, y vuelve a cerrar las tapas. Hasta ahí todo correcto, el problema viene justo después. Yo no me lo podía creer. El empleado del servicio de limpieza, coge, una a una, hasta siete cajas atestadas de papel y, al no caber estas ya en su correspondiente depósito azul, cruza la calle con ellas y las echa al contenedor de basura orgánica. Aquello me indignó hasta tal punto que instantáneamente decidí dejar de reciclar a partir de ese momento. Porque esa pequeña muestra, ese botón, ese estúpido gesto por parte de un mísero operario, me hizo darme cuenta de la importancia que tiene para las autoridades el tema del reaprovechamiento de los materiales industriales en este país. Ninguno, cero, nada. Otra cosa es el negocio de los mismos. Que eso si que les interesa. Porque todo el mundo sabe que lo que hacemos los ciudadanos es proporcionar materia prima al ayuntamiento, para que luego este pueda venderla a las empresas recicladoras a buen precio. Empresas que, de seguro, están subvencionadas con fondos autonómicos, estatales y europeos, para la "conservación del medio ambiente" ¡ay que risa Maria Luisa!.

En resumen, que ya se acabó, it's finished, se finito, c'est fini. Se acabó el acumular basura en mi cocina, en el salón y en las habitaciones. Al principio mi conciencia me picará un poco, pero mi sentido común esta vez lleva la razón.

El día que vea que estos quince años de esfuerzos por mi parte han servido para algo, para ver las calles más limpias (no como siempre están llenas de porquería), para disfrutar de árboles frondosos (no de los esqueléticos y más que secos que siempre plantan y replantan, pero sin cuidarlos), para respirar aire puro (no esta atmósfera repleta de gases nocivos) entonces y sólo entonces volveré a replantearme la idea de convertir mi casa en un vertedero para el bien de la mayoría. Sólo entonces.

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