Cincuenta Minutos

Eso es, aproximadamente, lo que todas las mañanas tardo en recorrer los dieciocho (Diez y Ocho) kilómetros que ahora me separan del trabajo. Haciendo la cuenta sale a una media de velocidad de 21,6 kilómetros/hora.

¡Acojonante! Esa es la palabra. Tardo tanto que me podría leer tres o cuatro capítulos de un libro. O ver mas de media película. En cincuenta minutos puedo hacer cantidad de cosas. Pero no, los tengo que pasar encerrado en el coche. Pasando frío, o calor, tragando humo de otros coches, gastando dinero en gasolina y cabreándome mucho, muchísimo por la intolerancia de muchos conductores.

Esta es otra de las consecuencias de vivir en una ciudad dormitorio. Que tendrá cantidad de ventajas, pero yo, por ahora, no le veo muchas. Eso si, si eres un jubilado inglés que tan sólo necesita bajar al pueblo dos veces por semana, allí es donde puedes vivir todo el año sin problemas. Disfrutar de tu casita, tus plantitas, tus mascotas (mascotitas ya suena demasiado cursi) y, simplemente, vivir. Pero si lo que tienes que hacer todos los días es ir a trabajar y volver, tras doce horas fuera, para ducharte, cenar y dormir, allí lo que no haces es vivir, tan sólo pernoctas. Y ni el jardín, ni el silencio, ni los pajaritos en la mañana (que la mayoría de las veces los despiertas tú en lugar de ellos a tí) compensan el cansancio que llevas acumulado en el cuerpo a lo largo de la semana.

Que si, lo se, tan sólo llevo siete días seguidos viviendo allí, y tres o cuatro laborales. Que el cuerpo humano se acostumbra a todo. Pero ¿qué queréis que os diga? Sinceramente, yo prefiero no acostumbrarme a esto. Porque ni los fines de semana los disfrutas como quieres. Si has quedado con tus amigos, que por supuesto viven todos en la ciudad, tienes que programar la salida con más de media hora de adelanto. Y no te vayas a volver muy tarde porque la carretera a esas horas es peligrosa (bueno, aquí lo es siempre, pero a esas horas más). Tienes que coger el coche hasta para sonarte los mocos, así que el espíritu ecológico de vivir en el campo se va por el tubo de escape, ¡Brummm, bruuumm¡ Que conste que no echo de menos el escuchar a los vecinos chillando, aún los escucho aquí. Ni el ruido del ascensor a las cuatro de la mañana. Ni el "chunda, chunda" del tunero de turno que parece que te van a reventar los cristales de la casa, ni a los niños del bloque de al lado chillando y chapoteando en la piscina a la hora de la siesta o a las tantas de la madrugada, que igual jode una u otra hora porque siempre te pilla intentando descansar. No, esas cosas no son para añorar. Pero la comodidad de tenerlo todo a mano, la multitud de opciones para escoger, o no escogerlas, eso es lo que en cuestión de dos minutos de estar aquí, semi-aislado del mundanal ruido, te das cuenta de que has perdido de un día para otro.

En fin, cincuenta minutos da, entre otras cosas, para mucho que pensar, de modo que, intentaremos aprovechar el tiempo obligado para seguir rellenando este espacio con cosas de mi día a día, que no se si a alguien interesarán, pero al menos yo me quedo a gusto soltándolas.

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