Hogar Dulce Hogar

El ocho de agosto de dos mil nueve será una fecha para recordar en nuestras vidas. No sólo por tratarse del cumpleaños de Anita, sino también porque marca el inicio de nuestra vuelta definitiva a Málaga, ciudad que nos ha visto nacer y crecer.

Hace nueve meses, tal y como publiqué aquí por octubre del año pasado, tuvimos que trasladarnos a la Villa de Alhaurín de la Torre. Población que se encuentra a unos veinte kilómetros de Málaga, que no es tan lejos visto así, pero que para mí se trata de un mundo incomodidades. En una casa enorme, con jardín y dos huertos de frutales, una parcela dividida en cinco plantas (incluída la de calle), sin calefacción (con el terrible invierno que hemos pasado), lejos de cualquier tipo de comercio, teniendo que coger el coche hasta para ir a comprar el pan. Ventajas, la tranquilidad en invierno, el ambiente campestre y el aire "semi-puro" porque no hay que olvidar que estábamos a menos de mil metros de las mayores canteras ilegales de Andalucía y rodeados de cables y torres de alta tensión. Digo la tranquilidad en invierno porque en verano se torna algo incómodo, las familias que vienen cargados de niños y amigos que arman jaleo a tope y por las noches los perros que se quedan fuera dando la serenata, todas las puñeteras noches.

Pero eso se acabó, por fin y a Dios gracias. Tan sólo tendremos que ir una vez más a recoger un par de cositas y luego de visita esporádica y poco más. Desde ahora y espero que por muchísimos años vivimos en Málaga, que no es la ciudad más bonita y encantadora del mundo, pero es mi ciudad. Y es una ciudad con lo que, lo más lejos que puede estar la panadería es a diez minutos andando (y exagero).

Ahora nuestro nuevo piso parece zona catastrófica, cajas y cosas por medio, ropa, enseres y todo lo que puedas imaginar repartido por todas partes. Nos faltan sillas y nos sobra cartón. Tenemos muchos armarios pero les faltan divisiones, de modo que no los podemos aprovechar. Las estanterías de Ikea están a medio montar y el escritorio a medio comprar. Dormimos en el suelo, en un colchón, si, pero en el suelo porque el somier todavía no lo hemos comprado. No tenemos cortinas, de modo que de noche no encendemos la luz de baño principal (que no tiene persiana). La cocina venía amueblada, si, pero el que la amuebló o bien no usa mucho una cocina, o bien seguía órdenes del promotor y puso lo mínimo. Vamos, que nos faltan estantes, encimera y espacios para poner todo lo que tenemos. Pero, como solemos decir Anita y yo en estos casos, todo esto son nimiedades.

Así que ahora estamos algo cansados, algo agobiados, rodeados de desorden pero, lo más importante, felices y en casa.

En nuestra casa, al fin.

P.D. Cuatro años de sufrimientos merecen la pena. Al que esté buscando el piso ideal, que no se agobie y se meta en lo primero que encuentre, al final lo encontrará.

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