El Día Que Me Hice Mayor

Sé que para mucha gente este día es bastante difícil de concretar. En el caso de las niñas siempre se ha dicho que se hacen mujeres cuando tienen la primera regla (aunque tengan diez años y no sepan el porqué de sus dolores y el sangrar por donde no deben) pero tampoco me convence mucho esa lógica.

En los chicos, decían que nos hacíamos hombres cuando íbamos a la mili, o cuando volvíamos. Como yo fui de la última promoción de objetores de conciencia, tampoco se me puede aplicar el caso. A no ser que me hicieran un hombre en Cáritas Diocesana de Málaga, que fue donde pasé los nueve meses (estupendos por cierto, todo hay que decirlo) pero creo que no, o al menos no recuerdo haberme sentido más hombre tras terminar aquella etapa. Mejor si, más realizado también, más hombre... no.

De todas formas tampoco hablo exactamente de eso. Me refiero a ese momento en el que tus padres deciden que ya eres suficientemente mayor para saber cierto tipo de cosas, te ven grande, maduro y capaz de soportar algunas verdades, realidades de este mundo, que hasta entonces se guardaban para proteger tu inocencia. Ese día en el que te sientan junto con tus hermanos y tú miras alrededor y te preguntas "¿qué demonios va a pasar aquí?". Ese instante en el que papá y mamá se liberan de la enorme carga de guardar el secreto más grande de sus vidas. Es entonces cuando te miran fíjamente, te ponen una media sonrisa de tensión y angustia y te sueltan un: "Los Reyes Magos no existen. Son los padres". ¡Arrea constipao! Toda la vida engañado, creyendo en una historia de magia e ilusión. Todo tu mundo se derrumba en un segundo. Te mareas, te invaden dudas y empiezas a preguntarte cosas. "Entonces ¿quién se comía las galletas y se bebía el agua para los camellos?" "¿Y el carbón? ¡Tú me pusiste el carbón, mamá!"

Si, ese es el momento en el que uno se hace mayor. Cuando se da cuenta de que bajar a la plaza con la bici nueva es simplemente eso y no disfrutar junto con otros niños de un objeto mágico, que unos señores que venían de muy lejos, te habían traído a lomo de unos simpáticos camellos. No, la verdad es que ni los señores existen (sólo son políticos disfrazados y currantes a tiempo parcial). Y los camellos no son simpáticos, sólo unos enormes bichos ariscos, con joroba, que a la que menos te lo esperas te muerden, o peor, te escupen. Desde aquel día ya no hay magia, tan sólo ilusión por saber que te habrán comprado tus padres ese día, si se habrán ajustado a tu carta (que ya no es carta sino hoja de exigencias), o si te han comprado lo que quedaba en la tienda después de que las hordas de padres y familiares arrasaran los estantes la víspera a La Epifanía.

Por suerte a mi, aquel día me pilló con doce años. Si, era mayor y si, ya había escuchado rumores al caso, pero hasta entonces no me los habían confirmado. Y menuda confirmación, de primerísima mano. No me lo tomé tan mal, la verdad. Pero si me di cuenta de que aquel día fue el final, datado y certificado de mi infancia. Aunque, todavía me niegue un poco a crecer y siga comprando comics y figuritas de acción y, así entre nosotros, todavía espero que llegue este día, como si fuera el mejor del año. Porque, sin duda, lo es.

¡Que los Reyes Magos os traigan muchas cositas! ¡Y a los que han sido malos... carbón!

Comentarios

Liz Flores ha dicho que…
"¡Tú me pusiste el carbón, mamá!" còmo he gozado con èstas lìneas, muy ingenioso y simpàtico tu escrito Josè.

Què linda era la inocencia de aquellos nuestros dìas ¿verdad? Acà en mi paìs, por la influencia americana, el que trae los juguetes es Santa, de niña juraba que para una nochebuena lo vi con todo y trineo, hasta escuchè los cascabeles de sus renos ¡ah la candidez de la infancia!

Casi al igual que vos, a los 11 años y medio, me desengañè por una vecina amargada que le decìa a sus hijos "¡Santa Claus no existe! los papàs de los niños caprichudos son los que traen los regalos". Yo siendo una "mujer" pues ya habìa desarrollado, vì afligida a mi madre y le preguntè ¿es cierto mami? y su silencio fue suficiente (làgrimas)...broma.

Me encanta encontrar entre lìneas a Josè el niño. Què importa si tenemos 70 años, lo que cuenta es que no nos sintamos de 70. Mi mejor consejo es que nunca dejes madurar a tu niño interno, dale rienda suelta a sus gustos y caprichos, y seguiràs disfrutando de la vida en distintos tonos y sabores.

Perdona si me extiendo, me emociono luego que te leo (sonrìo).

Un fuerte abrazo, estimado José y guardà la ilusiòn de encontrar algo que los buenos Reyes ye lleven, y por aquello de las dudas, forrà de plàstico tu zapato para que no se manche de carbòn xD.

Besos.

Entradas populares