iempre he sido de la opinión de que ser economista no me faculta para analizar situaciones, dinámicas y estrategias del mundo empresarial. Me puede dar una visión algo más técnica, pero en todos mis comentarios siempre he huído de dármelas de sabelotodo y calculín que posee un título, entre otras, porque para mí ese es otro papel, con menos valor y utilidad, si cabe, que el DNI o el Permiso de Conducción. Por ese motivo me gusta mirar las cosas desde la experiencia, algo que siempre te lleva a la realidad y, desde ese punto, hablar, comentar e incluso predecir de manera bastante acertada.
En la facultad, entre apuntes, charlas, gráficos y fórmulas, nos dieron las claves para hacer que una empresa funcionara bien. Desde la famosa "Ley de los Rendimientos Decrecientes", en la que nos cuelan, desde los primeros días, la idea de que los puestos de trabajo han de estar bien definidos y medidos al milímetro, para que los empleados no se estorben entre si a la hora de producir, hasta "El Punto de Polonio", el cual creo que ya he comentado antes por estos lares y que proclama la prudencia en el gasto, en el consumo y en la acción para estar bien posicionado. ("ni prestes ni pidas prestado") Pero básicamente todo se reduce a una simpre regla "gastar menos de lo que se produce". ¡La Panacea! Dirán muchos, si, lo se, pero es así.
Hasta ahí todo bien, correcto y de acuerdo. Pero ¿dónde está el límite? Si, en esta simple regla también ha de haber un límite, por abajo. Porque no se debe tratar de ahorrar todo para que los beneficios se vean siempre maximizados. ¿Porqué? Me preguntará alguno. Pues, simplemente porque racanear en los medios de producción y con la fuerza productiva produce, en primer lugar una notable pérdida de calidad y en segundo un desgaste considerable de la mano de obra, lo que acaba repercutiendo negativamente en la productividad de la empresa. Esto no es algo que yo me invente, cualquiera puede comprobarlo, en su misma casa, si en lugar de comprarte el detergente que usaba mamá (Ariel, Colón, Elena... !Ay, que tiempos!) nos llevamos la botella de cuatro litros y medio (el medio de regalo) W5, Día, Carrefour o Bosque Verde, la ropa no sale tan blanca, ni tan suave, ni huele a flores del campo (que ninguno huele así, a no ser que las flores las hayan sacado del jardín de la central Vandellós) a veces ni llega a salir de la lavadora lo mismo que habíamos metido. Igual ocurre si dejas que todas las tareas recaigan en la misma persona. En una familia de cuatro, por ejemplo, mamá, papá, niño y niña, donde los padres trabajan fuera de casa y los niños aún son pequeños, si las tareas del hogar recaen siempre sobre la misma persona (tanto él como ella, seamos justos, que haberlos haylos) al final esa persona se acaba cansando y su comportamiento pasará de lo servicial a lo descontento y luego a lo irascible en cuestión de semanas. Al final ni las tareas se hacen, ni el personal está contento y todo acaba hecho un desastre.
Los fallos en las empresas suelen ir casi siempre en esa dirección. Malas decisiones respecto a los productos y a la fuerza de producción. La calidad y el servicio deberían primar sobre cualquier otro fin. Y el cuidado de los empleados debería ser la máxima que siguieran todos los ejecutivos, gerentes, administradores y/o propietarios, porque sin ellos, simplemente, no hay empresa. Por desgracia la realidad suele ser muy diferente en practicamente todas las empresas. La búsqueda del beneficio final se hace a costa de esos dos elementos. Escatimando en el producto y machacando a los empleados, con más y más tareas, cada vez más complicadas, sin pensar en las consecuencias. En los inicios de la revolución industrial (Siglo XIX) cuando las grandes cadenas de producción iniciaban su andadura, estas prácticas se entendían (desde un punto de vista cultural y de ambición desmedida de las grandes fortunas del momento) no eran justas pero se entendían. La masa obrera era, en el cien por cien, analfabetos y gente sin cultura. No existía seguridad laboral y mucho menos protección del empleo. Pero hoy día (Siglo XXI) parece increible, aún se siguen utilizando las mismas técnicas, aunque más depuradas y sutiles. Las amenazas, el recurrir al miedo al desempleo, las presiones sociales y bancarias (el que no tiene familia tiene una hipoteca) hacen que los trabajadores se sometan, con la cabeza gacha en muchas ocasiones, a lo que diga el de arriba. Y por desgracia, en muchísimas ocasiones, el de arriba suele ser, cuando menos "tontolculo". Ahí es donde hay que poner el límite.
Es una lástima ver como proyectos tan sólidos y bien asentados se acaban yendo al garete por intentar exprimir todo lo que pueden dar. Pero es que la ambición desmedida es, tal vez, la primera causa de ceguera en el mundo.
En la facultad, entre apuntes, charlas, gráficos y fórmulas, nos dieron las claves para hacer que una empresa funcionara bien. Desde la famosa "Ley de los Rendimientos Decrecientes", en la que nos cuelan, desde los primeros días, la idea de que los puestos de trabajo han de estar bien definidos y medidos al milímetro, para que los empleados no se estorben entre si a la hora de producir, hasta "El Punto de Polonio", el cual creo que ya he comentado antes por estos lares y que proclama la prudencia en el gasto, en el consumo y en la acción para estar bien posicionado. ("ni prestes ni pidas prestado") Pero básicamente todo se reduce a una simpre regla "gastar menos de lo que se produce". ¡La Panacea! Dirán muchos, si, lo se, pero es así.
Hasta ahí todo bien, correcto y de acuerdo. Pero ¿dónde está el límite? Si, en esta simple regla también ha de haber un límite, por abajo. Porque no se debe tratar de ahorrar todo para que los beneficios se vean siempre maximizados. ¿Porqué? Me preguntará alguno. Pues, simplemente porque racanear en los medios de producción y con la fuerza productiva produce, en primer lugar una notable pérdida de calidad y en segundo un desgaste considerable de la mano de obra, lo que acaba repercutiendo negativamente en la productividad de la empresa. Esto no es algo que yo me invente, cualquiera puede comprobarlo, en su misma casa, si en lugar de comprarte el detergente que usaba mamá (Ariel, Colón, Elena... !Ay, que tiempos!) nos llevamos la botella de cuatro litros y medio (el medio de regalo) W5, Día, Carrefour o Bosque Verde, la ropa no sale tan blanca, ni tan suave, ni huele a flores del campo (que ninguno huele así, a no ser que las flores las hayan sacado del jardín de la central Vandellós) a veces ni llega a salir de la lavadora lo mismo que habíamos metido. Igual ocurre si dejas que todas las tareas recaigan en la misma persona. En una familia de cuatro, por ejemplo, mamá, papá, niño y niña, donde los padres trabajan fuera de casa y los niños aún son pequeños, si las tareas del hogar recaen siempre sobre la misma persona (tanto él como ella, seamos justos, que haberlos haylos) al final esa persona se acaba cansando y su comportamiento pasará de lo servicial a lo descontento y luego a lo irascible en cuestión de semanas. Al final ni las tareas se hacen, ni el personal está contento y todo acaba hecho un desastre.
Los fallos en las empresas suelen ir casi siempre en esa dirección. Malas decisiones respecto a los productos y a la fuerza de producción. La calidad y el servicio deberían primar sobre cualquier otro fin. Y el cuidado de los empleados debería ser la máxima que siguieran todos los ejecutivos, gerentes, administradores y/o propietarios, porque sin ellos, simplemente, no hay empresa. Por desgracia la realidad suele ser muy diferente en practicamente todas las empresas. La búsqueda del beneficio final se hace a costa de esos dos elementos. Escatimando en el producto y machacando a los empleados, con más y más tareas, cada vez más complicadas, sin pensar en las consecuencias. En los inicios de la revolución industrial (Siglo XIX) cuando las grandes cadenas de producción iniciaban su andadura, estas prácticas se entendían (desde un punto de vista cultural y de ambición desmedida de las grandes fortunas del momento) no eran justas pero se entendían. La masa obrera era, en el cien por cien, analfabetos y gente sin cultura. No existía seguridad laboral y mucho menos protección del empleo. Pero hoy día (Siglo XXI) parece increible, aún se siguen utilizando las mismas técnicas, aunque más depuradas y sutiles. Las amenazas, el recurrir al miedo al desempleo, las presiones sociales y bancarias (el que no tiene familia tiene una hipoteca) hacen que los trabajadores se sometan, con la cabeza gacha en muchas ocasiones, a lo que diga el de arriba. Y por desgracia, en muchísimas ocasiones, el de arriba suele ser, cuando menos "tontolculo". Ahí es donde hay que poner el límite.
Es una lástima ver como proyectos tan sólidos y bien asentados se acaban yendo al garete por intentar exprimir todo lo que pueden dar. Pero es que la ambición desmedida es, tal vez, la primera causa de ceguera en el mundo.
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