¡Queriendo Explotar!

Todos hemos pasado por situaciones parecidas a esta. Alguien te cuenta algo que te afecta de manera muy profunda, que altera el ánimo, tu vida cotidiana, que te desquicia, pero no lo puedes contar, porque se supone que "en teoría" no deberías saberlo. Y sabes que si lo cuentas, lo comentas o se lo espetas al causante en medio de una conversación, acabarás por meterte en un lio y, lo que es peor, metiendo en un lío a esa otra persona, que te lo ha contado en "secreto de confesión".

En cierto modo es una faena y gorda que te cuenten algo así. Normalmente porque pasas de estar muy cabreado con una persona (porque habitualmente esto implica a sujetos medianamente a muy indeseables) a estarlo mucho, muchísimo o al borde de la agresión. Conocer lo que piensan otros sobre ti (o lo que hacen otros a tus espaldas) es algo para lo que muy poca gente está preparada. Y ante lo que muchos no saben como reaccionar.

¿Cual es la primera reacción ante esta situación? ¡El Reproche! Si, las tripas nos dicen que vayamos corriendo y le soltemos todo lo que llevamos dentro a ese tipejo, preferiblemente en voz alta, con tono agresivo, a dos centímetros de su cara y con salibajos fortuitos varios. Pero no lo hacemos, porque existe el factor represivo del "mensajero", al que, por simple cortesía, afinidad o simpatía no lo queremos ver afectado. Después viene un sentimiento de ¡Impotencia! por no poder hacer lo que a uno le gustaría, que es algo que varía en un amplio espectro, desde cantarle las cuarenta hasta sacarle el corazón con una cuchara (como decía Allan Rickman en Robin Hood Príncipe de los Ladrones) pasando por pincharle las ruedas, borrarle el disco duro o suscribirlo a todas las revistas gays del mercado, si, impotencia por no poder vengarse. Y ahí es donde acaban todos estos estados, en ¡La Venganza!. Que es realmente el origen y causa de todo lo de antes.

La venganza es algo que hay que tratar con calma porque, como muy bien explicó hace poco Elsa Punset en televisión, no nos hace sentir mejor cuando nos la tomamos, sino todo lo contrario. A ver, en el momento la sensación puede ser muy agradable, extasiante (¡Ahhh, Siii, cómo me gustaría verte la cara cuando descubras que le he sacado los ojos a tu osito de peluche favorito, tu compañero de sueños... sufre "Abracitos" sufre!) pero dura lo que la credibilidad de las previsiones económicas del gobierno (un telediario, lo que tarda bruselas en darles tijeretazo y la bolsa en desplomarse). Tras esa primera explosión de gusto viene un terrible sentimiento de culpa y un miedo atroz a la represalia. Luego la venganza no compensa. Al menos no si se ejecuta de manera directa, porque existe una forma de aliviar ese sentimiento sin necesidad de hacerlo personalmente ni sufrir los molestos efectos secundarios (la conciencia y sus machacones remordimientos). Esto es el hacerlo a través de una tercera persona. No digo contratar un sicario, ni a una banda de matones para que le ajusten las cuentas, sino esperar a que otro le haga una buena y así alegrarnos. O acudir a la justicia. O al jefe. O al director del colegio... O esperar sentado en el zagüan de tu puerta a que pasen con el cadaver de tu enemigo...
Así que, la próxima vez que tengas la irreprimible necesidad de hacer Vudú con el Geiperman y una foto del cantamañanas de turno, respira hondo, cuenta hasta diez, piensa en positivo y sobre todo, pasa del tema, que la venganza solo es rentable para los guionistas de Hollywood y últimamente ni eso.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¡Me encanta leerte! :) Ama, perdona y olvida, hoy te lo dice una amiga, mañana te lo dirá la vida.
Un beso

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