Mal Acostumbrados

Nunca nos paramos a pensar de donde viene la fruta que comemos ¿verdad? Vamos al supermercado y pillamos la que mejor oferta tenga. O pasamos por la frutería y confiamos en la profesionalidad del tendero. Pues, es curioso, pero con algo tan simple como darle un bocado a una manzana, puede que estemos ayudando a contaminar este mundo, que es el único que tenemos.

Con el tiempo hemos perdido el concepto de fruta de temporada. Nos hemos malacostumbrado a tener melones en invierno y manzanas en verano. Hortalizas y verduras que sólo maduraban en una época determinada del año, están disponibles siempre. ¿Porqué?

La globalización de los mercados agrícolas, pero sobre todo la fuerza de las grandes multinacionales hortofrutículas han convertido nuestros centros de distribución en vergeles de lo verde. O no tan verde. Porque hay que recordar que todos los productos de fuera de temporada, vienen de lugares donde, en ese momento (y por momento podemos hablar de cerca de un mes, o más, antes) se están produciendo las condiciones climáticas idóneas para que maduren. Normalmente del otro lado del mundo. Así tenemos fruta de Nueva Zelanda, Verduras de China o Cereales de Sudamérica. Y confiamos, con los ojos cerrados (o vendados por las superofertas del Mercadona) en que esos alimentos son los mejores de allí y que en esos sitios cuidan la calidad del producto como aquí, o mejor, quitando los bichitos uno a uno con pinzas de depilar o regando con agua mineral embotellada. ¡Los productos químicos cancerígenos sin control sólo se usan en los invernaderos de Murcia y Almería hombre! Lo de las sandías chinas que explotan, es sólo un mito, un bulo, un complot para acabar con la enorme competencia de los países de fuera.

De modo que, con este panorama, el urbanita concienciado con el medio ambiente, que coge su bicicleta para ir a comprar a la frutería de la esquina, con su bolsa reutilizable al hombro y se gasta sus veinte euros en llenar la cesta de la compra con productos de calidad, no sabe que, al comprar fruta y verdura de fuera de temporada, está contribuyendo a que esta siga recorriendo los miles de kilómetros para llegar de la huerta, a su mesa. Implicando, por tanto, el consumo de miles de litros de combustible y el gasto excesivo de energía en su recolección, procesado, empaquetado, transporte y distribución. Dejando, cada pieza de fruta, un negro rastro de contaminación, suciedad, porquería en fin del que no nos enteramos nunca (o no queremos enterarnos). 

El mejor modo de no entrar en este juego sería comprar siempre los alimentos cuando es su tiempo, de este modo nos aseguraremos de que vienen de lugares próximos a nuestra ciudad, o país (tampoco vamos a ponernos ultra-radicales). Lo ideal sería que todas las ciudades tuvieran un mercado de agricultores locales, al estilo de los "farmer's markets" de Nueva York, que sólo en Manhattan dispone de catorce puntos repartidos por toda la isla, donde el ciudadano puede acercarse y disfrutar de productos ecológicos de su zona, cuyo transporte no ha supuesto más que unos pocos kilómetros. Pero, claro está, en este mundo tan loco en el que vivimos, resulta que una cebolla plantada en el huerto del abuelo Juan, a las afueras de la ciudad, cuesta cincuenta céntimos la unidad, mientras que la cebolla con origen en "Manguitirk", región del sur de "Aquistitán" sale por cinco céntimos, aún habiendo sido trasladada en burro hasta la lonja del pueblo, en tractor hasta la de la ciudad, en camión hasta la estación, en tren hasta el puerto, en barco hasta nuestras costas y de allí otra vez en camión hasta los grandes "Mercaciudades", que repartirán las cebollitas por todo el país. Por mucho que lo intente me siguen sin salir las cuentas. Si yo pago cinco céntimos por cebolla, le resto lo que gana el vendedor, lo que ha ganado el intermediario, lo que se le ha pagado al repartidor, al camionero, al capitán del barco, al maquinista del tren, al tractorísta, al dueño del burro y al agricultor, resulta que plantar una cebolla a diez mil kilómetros de mi casa cuesta... dos y dos son cuatro, y cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho... y ocho dieciséis... ¡-3,00 €! Muy fuerte amigos, muy fuerte. Por algún lado se me escapa algo.

Yo por mi parte lo voy a intentar. Sobre todo porque creo que ya va siendo hora de poner todas las cosas en orden en este puñetero mundo.

Comentarios

Entradas populares