Agustín e Hijos

A mis treinta y ocho años, todavía no he encontrado una peluquería que me convenza del todo, y he probado ya unas cuantas.

Cuando era pequeño, mi padre nos llevaba a mi hermano y a mi a que nos cortaran el pelo en una peluquería del barrio de las flores. No estoy seguro del nombre de aquel señor, Rafael creo, pero si que estuvimos varios años yendo a su local, hasta que un día dejamos de hacerlo. Creo que mi madre no quedó contenta con algo que pasó, un mal corte, o un contagio de parásitos tuvo la culpa, el caso es que tuvimos que cambiar de sitio.

Allá por el año 1985, "El Corte Inglés" abrió en Málaga su centro de Avenida de Andalucía (todavía recuerdo cuando aquello era un descampado con cuatro casas ruinosas, mira que soy viejo) "Antonio" abrió su peluquería en la planta de caballeros. Durante unos años fuimos fijos de aquel lugar. Rápidos, eficientes, buen servicio, amables, pero llegó un momento en el que fue imposible pedir cita y los precios subieron que fue una barbaridad. De modo que otra vez tuvimos que buscar barbero.

Después de aquello acabamos con nuestras melenas en una peluquería del centro, justo en frente del mercado de Atarazanas. Una de las de toda la vida. Paredes alicatadas en blanco. Viejos sillones de hierro con asiento y respaldo de escay rojo, de esos que en verano acababas con la espalda empapadita de sudor y te despegabas del asiento con un "¡raaaaca!" porque ya se sabe que, pantalones cortos y escay no son buena combinación en días calurosos. Una barbería que olía a "Floïd" y que sonaba a tijera. Aún recuerdo el tintinear de las hojas de las tijeras sobre mi cabeza, chocando dos o tres veces seguidas en el aire para sacudir los pelos del último mechón que me había cortado "¡chas, chas, chas!". El sitio acabó cerrando, como todos los negocios tradicionales del centro.

Tras aquel sitio vinieron otras muchas. En los noventas fue la peluquería de Manolo Corpas, cerca de mi casa. No era mal sitio, hasta que el hombre empezó a pasar de los clientes. Haciéndonos esperar más de media hora, aún habiendo cogido cita y no teniendo a nadie por delante. Dejamos de ir a esa y buscamos otra por el barrio. Que no fue otra que la de un chico jóven de vida un tanto alocada. Trapicheaba con ordenadores (copiaba música y juegos de videoconsolas). También le iba la marcha y lo contaba con todo el descaro. Que si el sábado fui a un club de sexo liberal. Que si a aquella que pasa por allí ya le he dado un repaso. Dejé de ir porque me mudé, no por otra cosa, ya que aquel sitio era, cuanto menos, divertido. Hace poco me enteré de que el chaval se mató en un accidente de moto... "vive deprisa" sería su lema, Q.e.p.d.

El siglo XXI está plagado de sitios que son fiel reflejo de lo que ha sido la situación de este pais en los últimos años. Desde 2003 hasta la fecha, me han cerrado dos buenas peluquerías, unisex, por supuesto, ya no se encuentran las de barrio de toda la vida, con el marca y el Interviu, y menos en el mío. Con lo que, sobre todo en los últimos años, he probado lo menos cinco o seis sitios diferentes. Incluída la nueva sede de "Antonio" que acabó yéndose de "El Corte Inglés" por que le apretaban las tuercas demasiado.

Mi problema, últimamente, es la falta de tiempo. Creo que ya lo he comentado en algún que otro post reciente. Con lo que tengo que aprovechar la menor oportunidad para poder areglar mi frondosa cabellera. El pasado fin de semana se dio uno de esos casos. Comenté en mi anterior publicación que, aprovechando la mañana de compras y teniendo unos minutos libres, me pasé por una de esas peluquerías de centro comercial. Centros de estética que les llaman ahora. Cuando entras, lo primero que te encuentras es una jauría de clientes mezclados con los empleados, estos últimos vestidos de riguroso negro, ahora se lleva el negro en las peluquerías en lugar de el blanco fíjate. El ensordecedor ruido de los secadores de pelo se vuelve aún más estridente cuando empiezan a funcionar las maquinillas eléctricas. ¡Que poco me gustan las maquinillas eléctricas! Ahora explico el porqué.

La maquinilla eléctrica para cortar el pelo ha convertido un negocio tradicional en uno del tipo "fabricado en serie". Ha acortado el tiempo de espera entre cliente y cliente, ya que con ese aparatejo se hace más rápido un corte. Pero ojo, he dicho más rápido, que no mejor. A mi me gusta que me corten a tijera, que se tomen su tiempo para igualarme. No quiero que me esquilen cual carnero en primavera, dejándome al tres la parte de arriba y la de abajo al dos o al uno. Si quisiera llevar el pelo cepillo me habría alistado en el ejército. Pero no. Ahora en todos esos sitios se hace así, y si les pides algo que se salga de lo común, como que te corten el pelo como Dios manda, se aturullan y, al final, acabas pagando tú el pato. Primero por el mal corte de pelo y segundo porque te clavan, ya que el corte a tijera es más caro, será por el esfuerzo, porque ni un duro en electricidad se han gastado en mi. Voy al grano. La chica que me tocó se sorprendió de que le dijera a tijera, ya con la maquinilla casi en la mano. Me hizo un corte rápido, no demasiado malo pero, los retoques, para los retoques cogió una maquinilla y no una navaja, como debería haber hecho. Reconozco que el primer pellizco me escoció bastante, pero como la muchacha no dijo nada, no le di importancia. Con los otros dos se me cambió la cara, pero me callé. Mal hecho, lo se, pero es que no soy de protestar, más bien de no recomendar y no volver a donde me toman por tonto (iba a decir "el pelo" pero quedaba demasiado obvio). No dejé propina, y suelo hacerlo en estos sitios. Al llegar a casa, Ana me hizo de CSI y me descubrió más cicatrices en el cuello que Kunta Kinte y, lo peor, un acabado disparejo en la nuca.

De modo que, si quieres un buen corte de pelo, sin sustos, sobresaltos y sin perder sangre en el trance, no vayas a Agustín e Hijos Peluqueros. Puedes salir como yo, trasquilado y marcado. Por once míseros euros.

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