Con La Ilusión A Cuestas

C reo que mi amor por las mochilas empezó a los seis o siete años. Seguro que antes de esa edad tuve más de una bolsa en la que llevé mis cosas para el cole, pero la que mejor recuerdo de todas las que tuve de niño, era una cartera de piel enorme, color burdeos, con un asa fantástica en la parte superior que se fijaba con dos cuadros de metal a cada lado y tintineaba cuando caminaba. Dos fuertes correas la sujetaban a mi espalda y otras dos con hebillas servían para cerrarla y que no se saliera nada de ella. Aunque, a veces si que se escapaba alguna que otra cosa por los huecos que quedaban en la parte alta.

Me encantaba llenar aquella cartera con los libros, las libretas, mi adorado bloc de dibujo, el estuche y algún juguete para pasar los recreos sin tener que verme obligado a jugar al fútbol (lo mío con el fútbol es de nacimiento). Mis hermanos también recuerdan ese enorme arcón que llevaba a la espalda orgulloso, y siempre dicen que cuando me miraban por detrás tan sólo se veían unas piernas delgaduchas asomar por debajo de una enorme cartera roja.

Supongo que los buenos recuerdos que me traen aquella enorme maleta son porque, ahora, a la vuelta de los muchos años (más de treinta, que se dicen pronto) en mi mente, los primeros años de colegio fueron, tal vez, los mejores de mi vida. Cuando todo era nuevo y aprender era divertido. Cuando no había presiones, ni agobios, ni competiciones. Ni siquiera exámenes había en esos años. Y aquel cajón de cuero no pesaba por mucho que lo llenara, porque en él no había cargas, tan sólo papeles y diversión.

Después de aquella llegaron otras muchas. Bolsas de deporte enormes, que hasta se me partían por el peso de los libros. Mochilas de explorador, como la vieja de lienzo y piel que compré en la primera tienda "Coronel Tapioca" de Málaga y que estuvo conmigo prácticamente durante toda la carrera, y que todavía conservo. 

Y ahora, desde que ya no tengo que llevar libros y libretas, mis bolsas se han reducido en tamaño. Son perfectas para llevar lo necesario. Tres juegos de llaves (casa, coche y trabajo). El móvil, que es imprescindible en estos días. Mi infalible pluma estilográfica. Un Moleskine pautado, necesario para anotar ideas, direcciones y cualquier cosa que se me venga a la cabeza. Y hasta el desayuno por la mañana y la merienda por la tarde. Hasta esta misma semana, me ha acompañado a diario, una incansable Freitag modelo Hawaii Five-0, pero ya se le ve agotada después de tres años al pie del cañón y he aprovechado un reciente regalo para cambiar y renovarme un poquito. Mi compañera de viajes durante los próximos años será una "Jeff" de Aunts & Uncles. Dura, fuerte, bien acabada, un estilo totalmente diferente a lo que he venido usando todos estos años, pero muy práctica.

Cuando lo que quiero es llevar mi cámara y todos sus accesorios, lo que uso es una "Acme Made Union Photo Messenger Bag" Perfecta y cómoda. Accesible y compacta. Recomendable al 100% para todo aquel que esté buscando una alternativa a las convencionales bolsas de nylon que te venden en todas las tiendas de fotografía.

Y después de todas estas, vendrán más. Porque las necesito y porque me gustan. Porque no puedo evitar que se me vayan los ojos detrás de una perfecta pieza hecha de lienzo, cuero y metal. Diseñada con inteligencia y cosida con esmero. Un buen saco donde meter ilusiones y cargar diversiones. Lo mejor de tu día a día envuelto en algodón de primera calidad.


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