Sobre Pedir Perdón

A mis ya cerca de treinta y nueve años, habiendo conocido seis presidentes de gobierno, tres de la Junta de Andalucía, y unos cuantos centenares de centenares de altos cargos nacionales, autonómicos y locales, entre vicepresidentes, ministros, secretarios de estado, diputados, senadores, consejeros, delegados, alcaldes, concejales y demás fauna política, gozando como gozo de una memoria bastante prodigiosa en lo que a historia vivida se refiere, jamás (y cuando digo jamás, digo jamás) he visto a un político español pedir perdón públicamente. No he visto declaración pública. Ni carta, ni misiva, ni editorial. No he visto comentario. No he visto ni tan siquiera un "esemese" o un "tuiit" de ninguno de los "servidores públicos" disculpándose ante sus jefes (el pueblo) por lo malo que hayan hecho o lo mal que lo hayan hecho. Que nos hayan hecho.

Todo lo contrario. En un país de orgullosos, los más orgullosos siempre serán sus políticos. Y no importa que les tengan probados mangoneos varios y diversos, ni que sus legislaturas estuvieran marcadas y dirigidas por amiguismos y compromisos, no importan sus fiascos de magnitud faraónica, ni sus meteduras de pata de órdago. Tampoco importa que su nefasta gestión haya devengado en males y penurias para el pueblo. Ellos se sienten por encima de todo eso y de más. Desde su sillón de piel de bisonte americano, tras su mesa de caoba de Madagascar, sobre su alfombra persa de mil y un nudos, se fuman un puro habano y se sienten seguros, inocentes de cualquier acusación, libres de toda culpa y ven innecesario pedir disculpas, porque ellos no se equivocan. Nunca. Jamás.

Ayer, S.M. D. Juan Carlos I, pidió disculpas a todos y cada uno de los españoles, por hacer algo que está mal, que está mal visto, que hiere la sensibilidad de muchas personas (entre las que me incluyo) y por hacerlo durante una época en la que cualquier exceso se considera poco más que una aberración. Lo hizo porque el pueblo se lo pidió. Y lo hizo porque era su deber. Y eso, visto lo visto y dicho lo dicho, es algo que no hace cualquiera, aunque muchos debieran. Hay que ser muy responsable para salir a la palestra y mostrarse arrepentido y en eso, en ser consecuente, por suerte para nosotros, Don Juan Carlos dio ayer una lección.

Ojalá cundiera el ejemplo y muchos de los que ayer copaban las tribunas, pañuelo en mano, pidiendo las orejas y el rabo, se aplicaran el parche y pidieran disculpas por todo lo que nos han estado haciendo durante estos, ya demasiados, años de democracia. Empezando por ex-presidentes, ex-vicepresidentes y ex-ministros, y terminando con el último concecjal del pueblo más remoto que expolió las arcas públicas para irse de parranda. Sin importar su color, sino lo mal que lo hicieron.

Pero eso no ocurrirá, ni hoy, ni mañana. Porque aquí no se equivoca nadie, nunca. Y así nos va, con "los más listos de la clase" llevando el timón del Titanic.

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