Bernabé y Pelayo

No se exactamente de donde me viene mi amor por las aves. Supongo que algo tendría que ver mi abuelo Ildefonso en ello, que tenía la pared del garaje de su casa en Valverde del Camino llena de jaulas con todo tipo de pajaritos, sobre todo paseriformes (canarios, verderones, jilgueros y demás). 

De todos aquellos, le regaló un canario amarillo precioso (Chicho) a mi hermana, y estuvo en casa cerca de doce años, sobreviviendo a todos los demás que pasaron por allí durante los años setenta y ochenta.  Aquella bolilla de plumas, que podía volar y nunca lo hacía, que viajaba en el asiento del copiloto sin jaula, tan tranquila, que iba posada en un dedo mirando el paisaje cuando la llevábamos a que la viera el pajarero, ya que, por aquella época, poco veterinario tenía consulta en la ciudad, puede que despertara en mi el amor por los animales y la pasión por las aves.

Desde que Chicho nos dejó allá por mediados de los ochenta, no había vuelto a tener  pájaros, hasta hace dos años, cuando me encontré a mi pequeño Pichi una calurosa tarde de julio en la casa de campo de mis suegros. Ese gorrión era especial, pero duró muy poquito, apenas dos meses. La pena que me dejó fue tal que me dije que no quería más animales en mi vida. Y así fue, hasta que mi padre se emperró hace un año en regalarme un canario. Killay llegó aparentemente sano a casa, pero estaba enfermo y cuando quise darme cuenta ya era tarde para salvarlo. Otra vez me dije que no más, nunca más. Pero, cinco meses después, llegó el verano y tuvimos una explosión demográfica de aves en el trabajo. Las buenas temperaturas y la buena alimentación propiciaron que las nidadas salieran antes y con mucha descendencia, lo que propiciaba que muchos chiquitines se tiraran del nido antes de tiempo.

Aquí es cuando aparecieron Bernabé y Pelayo. Bernabé, más conocida en casa como Chum, resultó no ser un gorrión como al principio creíamos. El plumaje era prácticamente del mismo color ceniza que el de los gurriatos, pero no piaba igual que ellos, era mucho más suave, más melodioso, un "piri-pi-pi" bajito que no dolía a los oídos como los estridentes "chiip" de los gorriones. Ya estaba bastante crecidita, y voleteaba, aunque sin fuerzas suficientes como para alzar el vuelo, de modo que la empecé a alimentar y a la segunda toma ya comía sin forzarla. Cuando empezaron a crecerle las plumas de la cola, me di cuenta de que era otra especie distinta, un cliente entendido me lo confirmó "¡es una verdona!", pero no, era un Verderón hembra, muy amistosa y confiada, pero sólo conmigo, los extraños le ponían nerviosa y huía y se escondía. Cuidados constantes, calor por las noches y mucho alimento la pusieron en forma en poco tiempo. Se lanzó rápido a volar, en dos semanas cogió una fuerza increible, tanto que me propuse dejarla libre en el campo y, aprovechando un fin de semana con mis suegros, la solté. Una noche entera estuvo fuera y, pobrecita, tan mala noche pasaría que volvió la mañana siguiente y me prometí no soltarla hasta que estuviera seguro de que sabría arreglárselas sóla. 

A los dos días de aquello, cuando ya podía dejarla sóla en la casa, sin preocuparme porque ya comía alpiste nada más, llegó Pelayo. Una tarde al entrar en la oficina me dice Francisco (mi auxiliar): "Paco te ha dejado otro pajarito, está en la cocina". Cuando entré, el panorama era feo, muy feo. Un gorrión de apenas dos semanas, no se mantenía en pie, de hecho estaba tumbado, poco plumaje y algún que otro ácaro corriéndole por entre las carnes, pocos y fáciles de eliminar. Aquella tarde fue de tratamiento de choque. Agua con pan de maiz disuelta y a hidratarlo. Calorcito y en casa igual. Pasó la primera noche y hasta hoy.

Lo curioso de todo esto es que, a los pocos días, cuando Pelayo ya se mantenía en pie sin problemas, lo pasé a la jaula con la otra y, en seguida se puso a piar como un loco, sin parar, pidiendo comida desesperado, pero no a mi sino al verderón. Lo más sorprendente es que la pequeña Chum adoptó el papel de madre en seguida y le daba de comer a todas horas al insistente gorrioncillo. Todo un espectáculo que tengo grabado para el que no se lo crea. Una maravilla de la naturaleza. Inexplicable para mi, como un pajaro de apenas dos meses y medio de vida, sin experiencia en la vida, sin haber sido madre, se pone a alimentar a una cria que no es ni tan siquiera de su misma especie. Fantástico, sencillamente fantástico.

Hará unas dos semanas que Pelayo come solo, sin pedir. Ya son independientes los dos y el lunes pasado decidí que ya era hora de soltar a Chum, para que continúe con la vida que debería tener. Nació libre y debe de vivir libre. Me costó un poco, le cogí cariño, pero me hizo muy feliz verla volar por el cielo tan rápido y tan alto que casi la perdí de vista antes de ver como giraba y desaparecía por detrás de unos edificios. Nació aquí y por aquí estará rondando, con los de su especie, con su familia. Cada mañana yo me asomo por la ventana con la esperanza de verla pasar cerca de la oficina, y llamarla para ver como reacciona, se que es dificil que eso ocurra, pero me gustaría mucho.

El pequeño gorrión sigue en casa, él me va a costar más sacarlo adelante pero, en eso estamos, en eso estamos.

Comentarios

Entradas populares