Los Amaneceres Robados

U
na semana, tan sólo una semana queda para que se vuelva a repetir la historia de todos los años. El último fin de semana de octubre me robarán una hora y, con ello, todos los amaneceres de invierno.

Para compensar, podré disfrutar de los atardeceres, que no me gustan tanto, porque odio ver como se acaba un día, aún cuando este haya sido malo. Los finales nunca son buenos, por mucho que los intenten maquillar de felices. Pero, al menos, en esta época suelen ser espectaculares.

Jamás entenderé la razón de este cambio. Por mucho que se empeñe el Telediario en decir todos los años que es una medida principalmente energética, para el ahorro eléctrico, a mi no me convence. Porque, el veintisiete de octubre no tendré que encender la luz al despertar y, por la tarde, hasta cerca de las ocho no me hará falta luz artificial, en cambio, el día siguiente ya se hará de noche casi a las seis. Y eso me destroza. Me hace caer el ánimo, me pone más nervioso, triste, alicaido. Todo se vuelve, de repente, más gris y oscuro. La luz es distinta, parece más ténue, ya no lo llena todo como, aunque parezca una tontería, como el día anterior.

Se que existen propuestas para eliminar del calendario esta memez del cambio horario en algunos paises, porque el perjuicio social que provoca, es mayor que el supuesto beneficio que persigue. Pero, con paises me refiero a esos que se encuentra uno cruzando los pirineos. Los que de verdad piensan en el bienestar de sus ciudadanos y en las repercusiones de las decisiones político-económicas sobre sus vidas, no en éste en el que nos ha tocado sufrir. Incluso he leído que, geográficamente hablando, nuestro horario no debería ser el que tenemos ahora, sino el del meridiano de Greenwich, igualándolo a la Islas Canarias, Portugal y Reino Unido, entre otros. Pero, hace cuarenta años, alguien pensó que era mejor tener la hora de Berlín, supongo que ese alguien tenía un familiar emigrante en Alemania y le convenía que fuera así, tal y como se hacen las cosas en este país, me parece la teoría más próxima a la realidad.

No creo que vayan a cambiar esto en mucho tiempo, o sea, jamás. De modo que la semana que viene me haré con un arsenal de estimulantes y vitaminas para no quedarme dormido por las esquinas. Y me armaré de paciencia para aguantar a los montones de idiotas que me voy a cruzar en estos días, y les perdonaré la vida echándole la culpa al puñetero Benjamin Franklin, que podía haberse dedicado a volar cometitas y dejar los horarios como estaban, que estaban muy bien así.

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