21 febrero 2013

Soporizados

Hacía mucho que no empezaba uno de mis escritos con una definición de la RAE.



sopor.
(Del lat. sopor, -ōris).
2. m. Med. Modorra morbosa persistente.

Esta  segunda acepción es la que me viene al pelo para aquello de lo que quiero hablar hoy. Pero antes de nada, una pregunta. ¿Cuándo fue la última vez que te preocupaste de verdad por algo que se saliera de tu círculo íntimo?  Me explico. Todos tenemos preocupaciones. La salud, la educación de tus hijos, el trabajo, la hipoteca, las facturas de la luz. Cosas habituales, problemas triviales, asuntos comunes que, gracias a Dios, somos capaces de resolver con mayor o menor facilidad, porque se encuentran bajo nuestro control, más o menos, directo. En cambio, cuando se trata de problemas mayores, de un nivel superior a nuestro círculo personal, de una escala que, a veces, nos cuesta llegar a comprender, ¿qué hacemos? ¿Nos preocupamos? ¿Nos molestamos? ¿Nos interesamos? ¿Nos informamos sobre la medida real en que nos afecta directa o indirectamente? 

A eso puedo responder yo por casi todos ya que, por desgracia, también formo parte de esa inmensa mayoría que no responde a los "problemas del mundo" simplemente porque creen que les quedan muy lejos. Y no vemos el daño que esta apatía general, esta falta de implicación, este total desentendimiento causa a nuestras vidas. En general y en particular, porque los problemas de todos, lo son también de uno mismo.

Pero esta pasividad no es al cien por cien culpa del ciudadano de a pie. A fin de cuentas nosotros somos el primer y último eslabón de esta sociedad de la desinformación, en la que se nos cuenta todo para, en realidad, no contarnos nada. Porque vivimos en un país en el que se ha pasado, en cuestión de cuarenta años, de ocultar todo al gran público a contarles toda la verdad (¿y nada más que la verdad?). En este caso último, puede que la información venga en demasía. Puede no, viene y a chorros. En algún momento de nuestra jovencísima democracia, una de esas mentes pensantes, brillantes cabezas privilegiadas, mercenarios cum laude de las ciencias políticas al servicio del mejor postor, se dio cuenta de que un flujo constante, incesante e indiscriminado de noticias bomba sobre las masas, provocaba un efecto "Lag" (trad. retraso)  sobre las noticias "antiguas", que eran rápidamente ensombrecidas por las nuevas noticias, pasando a un segundo plano, perdiendo importancia en cuestión de días y finalmente siendo olvidadas. 

Así funciona el mundo de la desinformación hoy día. Aprovechando el ansia por noticias frescas que tiene el público en general, se lanza un escándalo que tapa a otro escándalo y entre mierda y más mierda, te alegran la vida con algún que otro éxito deportivo para que no te amargues demasiado y luego ¡boom! otro mazazo. Y esto ocurre a un ritmo vertiginoso, en cuestión de días. A todas horas te hablan de lo mismo, corrupcion, paro, deshaucios, suicidios, crispación, escándalos, ladrones, emigración... No importa lo que hagas, las noticias están por todas partes, rodeándote. Hasta en los programas del corazón salen los cuatro piltrafas de turno poniéndose serios hablando de política y corrupción (¡Ay que risa me da, la cremme de la cremme de la honradez española!). Incluso en los eventos culturales se aprovecha para echar leña al fuego. El fin de semana pasada estaba Ana viendo la gala de los premios Goya al cine español y yo de lejos creía que era el debate sobre el estado de la nación, que si ministro por acá, que si recorte por allá. No hay descanso posible ante tanto acoso mediático.

Por eso, cuando muchas veces me dicen, o yo mismo pienso, que la sociedad está adormecida, amodorrada o soporizada, me doy cuenta de que, en realidad, no es culpa nuestra. No es que no nos movamos porque no queramos, es que no sabemos ya contra que narices protestar, porque puede que mañana, a lo que tanta rabia te daba hoy, no le dediquen ni un triste comentario en el periódico del colegio de tus hijos.

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