27 mayo 2013

Momentum

Galileo lo llamó "Impeto" y Newton "Motus" y en física indica la cantidad de movimiento de un cuerpo pero, en nuestras vidas, el ritmo diario también se podría definir con ese término, Momentum.

La semana pasada pude comprobar, después de casi un año, como el ritmo de vida diario afecta a todas las facetas de tu vida. Bueno, cuando hablo de ritmo de vida, me refiero al mío, que es el del ciudadano-urbanita-medio-español-que-todavía-conserva-un-trabajo-fijo, o sea, madrugar para coger el coche por una carretera llena de cafres, trabajar durante cinco horas, volver a casa por la misma carretera llena de cafres, comer en media hora, descansar, si puedes, cinco minutos y vuelta al coche y al trabajo. Este frenesí de vida laboral, aderezado a veces con perlas de clientes insoportables, caprichos de jefes incompetentes y muuuuucha rutina, desde hace más de diez años y con, toquemos madera (porque hoy día hay que tocar mucha madera, mientras te frotas con la barriga de una embarazada, le acaricias la chepa a un jorobado, cruzas los dedos y le rezas a Santo Onofre) indicios de no cambiar en veintisiete, veintiocho, veintinueve o treinta, que son los años que, en teoría, me quedan para jubilarme (quieran Dios y los endiosados del gobierno) hace que, al final y por acumulación, tu cuerpo empiece a resentirse por algún lado.

Un día te duele la cabeza, al otro día una pierna, luego el cuello, después los riñoñes, el estómago se te pone rebelde. La gente te dice que tienes mala cara, que estás más delgado, que si se te ve cansado. Te preocupas, vás al médico y te hace unos análisis. Te dice que estás perfecto, todos los niveles en su sitio y que lo que tienes es estrés. "¡Maldito estrés!" te dices y te pones a echar cuentas. Y caes en que llevas más de un año sin tomarte un respiro, un descanso, pero de los de verdad. De modo que te pides una semanita de vacaciones y te vas.

Nosotros nos fuimos al pueblo, a Valverde del Camino, y vaya cambio de ritmo. Instantáneo. Fue llegar, respirar y descansar. Nos relajamos al momento. Nada de prisas, nada de agobios, todo el mundo iba tranquilo a todas partes, excepto por carretera, que por aquellos caminos de Dios,  los paisanos le pisan bien pero, al contrario que por aquí, si tu vas más lento, no te echan las luces, ni te tocan el claxon, ni te echan las siete maldiciones cuando te adelantan. Así da gusto conducir, además, como te cruzas con tres coches durante todos los trayectos entre pueblo y pueblo, como que hay poca presión al conducir. El entorno magnífico. Paseos por el barrio, por la plaza. Visita a Los Pinos, donde te puedes perder por un bosque fantástico y llenarte los pulmones de aire limpio. Excursiones a Aracena y su Gruta de las Maravillas, donde Lucas disfrutó viendo lagos subterraneos y cavernas gigantescas. Y visitas a familiares que siempre te reciben con los brazos abiertos y a los que acabas envidiando por vivir en un lugar como ese. El bioritmo se te acompasa en cuestión de minutos cuando te encuentras bien y allí uno se siente mejor que en casa.

Nos faltaron días para visitar más sitios, que los hay, muchos y muy bonitos. Para hacer la Vía Verde de Los Molinos de Agua, que dejaremos para otra vez. Y para recargar las pilas, con el buen ambiente, el aire puro, la buena compañía y el enorme apetito que se te despierta. Porque, aunque en España se come bien en general, en algunos sitios se come mejor que en otros y en eso, los pueblos se llevan la palma.

A la vuelta, aún con la resaca del viaje todavía fresca y las sensaciones todavía en la mente, faltaron pocas horas y un par de detalles para recuperar el "momentum" de mi vida real. A la mañana siguiente de regresar, salí a comprar el pan y, en cien metros escasos me invadió una sensación de desasosiego e inseguridad tremendas a cada paso que daba. Primero los coches, autobuses y camiones que pasan a toda velocidad por una avenida cada día más llena de baches, o sea, humo, gases y ruidos. Después te fijas en el matrimonio de ancianitos que está siendo "acosado" por un "ciudadano comunitario de la europa del este" de aspecto sospechoso, en la acera de enfrente, al que no le quitas ojo por si tienes que pasar volando los cuatro carriles de la calzada para echar una mano, o las dos, con el teléfono premarcado con el 091. Veinte metros más allá, un fulano tiene medio cuerpo metido en un contenedor de basura, dejando los aledaños bien bonitos, con bolsas abiertas de basura. Y para rematar, en la puerta del comercio, te encuentras con el señor del acordeón, que te amena la entrada con su versión de "los pajaritos" y al que en los últimos tiempos se le ha asociado un comerciante de "productos de la tierra" de dudosa procedencia. Salí de la tienda y me volví a casa con el ritmo cambiado, pensando "¡Joooodeeer y a esto le llaman calidad de vida mediterranea!" Sinceramente, si pudiera elegir, me quedaba con la del pueblo, con los ojos cerrados.

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