20 febrero 2016

Un Cabrón En Lo Más Alto

M
enudo título ¿verdad? Esa frase, que bien podría ser la leyenda del escudo de armas de Tolox, el pueblo de mis queridos compañeros Paco, Francisco y Fran (si, los tres se llaman igual) por lo de la cabra montesa en la cima de la Sierra de las Nieves, en realidad viene a colación de otro tema.


El jefe. O los jefes en general, son unos gilipollas de manual (hemos empezado fuerte, ¿eh?). Al menos en este país y por lo que yo conozco, no tengo ni idea de como serán en el resto del mundo pero, aquí son así. No importa de donde vengan, su estatus social previo, sus orígenes, sus estudios, su preparación o si fueron ungidos en su nacimiento por El Gran Senescal de la corte, al final todos se comportan igual, como unos capullos. Al parecer, y esta es una apreciación personal, para ser jefe en España hay que ser un cabrón, o hacérselo, que para el caso es lo mismo. Y, cuanto más cabrón seas, más papeletas tienes para ascender a un puesto más alto.

Y, por esta razón, siempre acaban allí los más ambiciosos, los más codiciosos, los más ruines y desalmados hijos de puta que te puedas echar a la cara. Gente que entran el primer día en la empresa poniendo los huevos encima de la mesa, a saco, como un elefante en una cacharrería, haciendo ruido a más no poder, poniendo todo patas arriba, metiendo miedo a todo el personal que, hasta antes de la llegada del susodicho, vivían y (lo que es mejor) trabajaban tranquilamente. Pero, claro está, eso de trabajar tranquilamente y sin estrés, tiene que ir en contra de alguna de esas teorías económicas que me enseñaron en la facultad (Mercantilismo, Fisiocracia, Escuela Clásica, Neoclasicismo, Marxismo o Economía Keynesiana) y a los jefes les gusta que ver a los empleados trabajar bajo presión y estresados bajo planes de objetivos.

En este país, parece además que ser así es garantía de que te van a contratar para un puesto directivo. Y que los dueños de grandes empresas buscan ese perfil como garantía de que tener a un negrero, dando latigazos, a golpe de tambor, va a conseguir que la empresa aumente en productividad y beneficios. ¿Quién es el más hijoputa del mercado? Fulanito. Pues ese "pa mi". Y allá que entra fulanito, con sus aires de valentón, sus planes de progresión empresarial y sus miradas de "cuidado con lo que dices, que te escabecho", porque pueden. Y algunos de estos entran así, escabechando, para que no se les levanten las masas, en plan ataque preventivo. ¿Dónde narices habrán aprendido esta gente gestión de personal y recursos humanos? ¿En la universidad a distancia del Tercer Reich?

Y no queda otra que tragar. Nunca ha estado el mercado para ponerse gallito y protestar demasiado (y ahora menos si cabe). Si te enfrentas al nuevo ojito derecho del Consejo de Administración, te cuelgan el cartel de reaccionario, te ponen la imagen de poco colaborador y no importa que lleves quince años al frente de tu delegación, facturando millones y resolviendo problemas, te conviertes en el enemigo en casa y a la mínima te calzan una falta disciplinaria en tu impoluto expediente. Y eso, como poco. Enseñarle los dientes al macho alfa nunca ha sido buena idea, aunque para ti se queda ese gusto.

Es una lástima en el fondo, porque no todos los jefes son así. Somos, tendría que decir en este punto, porque yo llevo diez años al frente de mi delegación y no soy así ni de lejos. Soy jefe e hijo de jefe pero, jamás me he considerado como tal, aunque mis compañeros si, como buenos profesionales que son, conocen perfectamente el lugar de cada uno, pero eso no quita que haya compañerismo, buena sintonía y, sobre todo, amistad. Y todo eso crea un ambiente bueno, que se transmite a todo lo que se hace en el día a día, y que los clientes aprecian y agradecen. En pocos sitios se irán los clientes, después de estar veinticinco años (¡25!) con las lágrimas saltadas y agradeciendo el buen servicio que han tenido todos estos años. En las tres últimas semanas me ha ocurrido en dos ocasiones.

Cosas como estas son las que, en muchas ocasiones te hacen seguir y no perder la ilusión. Al menos el agradecimiento viene por la parte más importante de la empresa, los clientes. De la otra parte, hace mucho que ya no espero nada.

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