Voisins Hypocrites Á L'étage

Mi querido amigo Juanma Bermúdez tiene toda la razón del mundo al decir que cualquier cosa que escribas o hables, sonará mucho mejor si está en francés. Parece que estés haciendo un halago o soltando un piropo cuando, en realidad, te estás ciscando en la familia del otro.

Hace tiempo que no escribo y eso es principalmente por dos razones, la primera es la falta de tiempo, las obligaciones laborales y domésticas apenas me dejan sentarme delante del teclado a desparramar por aquí todo lo que sale de mi cabeza. La otra es la falta del estímulo apropiado, o sea, la falta de mosqueo, de cabreo, de enfado en fin. Mi actitud hacia la vida, desde hace ya unos cuantos años, es la de tomarme todo con la mayor calma posible y, en cierto modo, aislarme del mundo de la información en general. Alejarme de noticiarios, diarios y boletines llenos de reseñas, artículos e imágenes horribles y noticias terribles, que sólo conseguian hacer que me indignara. Y eso no es bueno para la salud. Me aparté de la manipulación mediática y ahora solo atiendo a lo que me gusta, me interesa, me distrae y me deleita, vamos que, solo atiendo a aquello que me haga sentir bien. Por desgracia, me acostumbré a escribir cabreado y ahora, simplemente, me cabreo poco. Aún así, uno es realista y, por mucho que yo quiera, hasta que no me vaya a vivir al monte, en un cortijo, rodeado de tropecientas mil hectáreas de olivos en medio de la nada y alejado de la civilización, me toca convivir con otros elementos de la especie humana que, por desgracia, me han tocado demasiado cerca para mi gusto. Y eso si que me cabrea.

Hoy toca hablar de mis vecinos de arriba, tengo unos cuantos, de modo que, para proteger su intimidad (que dicho en plata, me importa un bledo) cambiaré sus nombres reales por unos inventados. En realidad me gustaría cambiarles la cara, la actitud, el sitio donde viven y mandarlos a Pernambuco, pero como no puedo me conformaré con el nombre.

La pareja formada por Mary Tacones y Juanito Martillo es, a cara vista, una de esas familias de portada de catálogo de ofertas del Lidl. Jóvenes sonrientes, con dos churumbeles, una chacha que viene día si y día también a limpiar y a cuidar a los niños, monovolumen japonés para ella y moto para él. Pijeras de buen rollito, de cara a la galería, pero que a la mínima que les lleves la contraria te pasan a la lista negra. Y ahí es donde enseñan su auténtico ser. Porque, ya se sabe que las fachadas solo esconden lo que tienen detrás si se saben mantener bien, a la mínima que empieza a desconcharse, muestra lo más feo que llevan dentro.

Juanito Martillo, se llama así por su afición a reparar cosas en el hogar a base de golpes. No hay viernes por la tarde que no saque el martinete y se líe a dar mazazos por toda la casa, cual carpintero con síndrome de hiperactividad. Da igual que sean las cuatro de la tarde que las once de la noche, si encarta, agarra el mango y se emperra con el mallo el tiempo que le haga falta. El chaval debe de tener una especie de obsesión fálica reprimida de su infancia y cuando no puede más, tiene que desahogarse agarrando algo largo y duro... ¡Perdón, perdón, perdón! Quiero pedir disculpas. Quería decir algo firme y robusto, el tamaño no importa. Por su parte, Mary Tacones es la típica que en su casa no calza zapatillas de guata con suela acolchada. No, ella lleva taconazo desde que se despierta hasta que se acuesta. Y sólo Dios sabe si tambíen los lleva cuando se acuesta, allá cada cual con sus gustos. No le importa molestar al vecino de abajo y lo mismo anda a la carrera a las siete de la mañana que a las doce, a la una o a las tres si ha estado de parranda. Y, a estas deliciosas costumbres, hay que sumar el dejar a los niños saltar como cabras por la casa, arrastrar muebles a partir de las doce de la noche o regar las cuatro plantas de la terraza por el método de la inundación, fastidiando a todo aquel que quede por debajo de la ley de la gravedad.

Hace poco nos enteramos de que la Sra. de Martillo, es miembro de la comunidad educativa de una fundación católica. Y esto es algo que me resultó terriblemente desconcertante, porque, para alguien como yo, que se ha criado en un ambiente cristiano desde niño, con unos padres religiosos, cursando estudios en un colegio de los P.P. Agustinos y despúes perteneciendo a una comunidad parroquial de manera activa durante más de diez años, descubrir que hay personas como ésta, educando a niños en valores cristianos, cuando son ellos los que no los aplican en su día a día, me parece, cuanto menos deplorable. Porque hay que ser hipócrita, para ir de guay por la vida, y aleccionar a otros en su forma de actuar. Cuando vas despotricando sobre la conducta de gente que no conoces. Levantando falsos testimonios sobre la vida de otros. Usurpando propiedades de terceros a conveniencia y a sabiendas (aparcando la moto en una plaza que no es tuya, el coche de la chacha y el de la suegra, en plazas diferentes). Y, para colmo, atacando como bellacos cuando media comunidad les dice las verdades como puños y a la cara. 

Hipocresía, si, pura y dura. Porque, si no es hipocresía atentar contra un mínimo de tres mandamientos de tu fe, a diario, alardeando de ellos, mientras que en tu trabajo aparentas ser Santa María de los Benditos Tacones, que venga Dios y lo vea.



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