a semana pasada, en el trabajo, fue una de esas que te dejan física y mentalmente agotado, por la cantidad de cosas que sucedieron y, sobre todo, por la cantidad de conflictos que ocurrieron. Pero, curiosamente, todo lo que pasó me ha permitido, por una vez, regodearme de mi situación de autoridad en mi trabajo y sentirme muy satisfecho.
El lunes, para empezar bien la semana, a eso de las doce y media se nos presentó el primer problema. Un garrulo (porque no tiene otro nombre) entró a saco con el camión de reparto por el recinto. A toda leche, sin tener cuidado de si se le cruzaba otro vehículo o de llevarse por delante a un cliente que saliera de su nave en ese momento. Entre Paco (el jefe de mantenimiento) y yo, le llamamos la atención y se nos puso en plan gallito. "¡Llama a la Guardia Civil, a mí tú no me tienes que decir como ir!" Nos dijo. Y ante semejante argumento le dije que a quien iba a llamar era a su empresa, que para eso llevaba el cartel bien grande en el lateral del camión. En ese momento, el mamotreto se baja del camión y se me viene amenazante diciendo que si voy a jugar con su puesto de trabajo. "No te preocupes, que no voy a llamar" le dije pero, tú así, no entras más.
Como uno ya está algo curtido en estas lides, sabía exactamente lo que iba a suceder. Di orden a todos los compañeros de que, si llegaba cualquier mercancía por parte de esa empresa de transporte, no se recepcionara, lo demás caería como un dominó después.
No hizo falta esperar mucho. Justo cuando ya me iba para casa esa misma mañana, aparece el mismo garrulo, que al verme de lejos se quedó descolocado. Aparcó en la calle, se bajó del camión y me preguntó por el destinatario de un sobre que llevaba en la mano. "¿Marisa?" Me soltó, a lo que yo contesté encogiendo los hombros con un "No se quien es". Me leyó la dirección y le confirmé que era aquí pero, "A tí no te puedo recoger ningún envío", le dije. "Pues, no lo cojas" me soltó y se volvió al camión. Se puso a buscar el trastero del destinatario él solito y llamó al teléfono que aparecía en el sobre, que resulta que es el de mi oficina. Cuando ya vio que le era imposible hacer la entrega, fue él quien llamó a su empresa.
Poco más tarde nos estaban llamando de la oficina de transportes, de la del remitente del sobre, preguntando el motivo por el que nos negábamos a recepcionarlo y, una vez bien explicado todo, nos confirmaron que ese hombre no nos iba a traer ese paquete y nos pidieron disculpas. A la mañana siguiente vino su jefe a traerlo. Él pasaría un par de horas después, más suave que un guante, a retirar un par de cajas, entró despacito, dio los buenos días, las gracias y salió igualmente de despacio. Como debía de haber hecho el primer día. Como hacen todos los empleados de todas las empresas de transporte que vienen todos los días. Como se deben hacer las cosas.
Cuando vi como se había solucionado la cosa, me quedé muy a gusto de ver como a este tipo de gente, que va avasallando, abusando e intimidando a la gente, al final se tiene que rendir a la evidencia y a la realidad. Las reglas son muy sencillas en este mundo, si haces bien tu trabajo y tratas bien a la gente, tendrás futuro, si vas por ahí como un gorila descerebrado, la llevas clara.
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