Lecciones de Realidad (II)

A los dos días de lo que ocurrió con el transportista "testosterónico", se me presentaron en la misma mañana un par de casos muy graciosos.

Estando tranquilamente en mi oficina, rodeado de papeles pero, sin demasiado agobio, aparece por la puerta un antiguo cliente, que se marchó de aquí hará cerca de diez años. Lo reconocí nada más entrar y abrir la boca para decir: "¡Anda! ¿Todavía estás tú aquí?", con esa inconfundible voz rasgada, rota por el alcohol. "¿Te acuerdas de mi?" Me preguntó. A lo que yo, inmediatamente le contesté "Claro que me acuerdo" (¿Cómo podría olvidarme de semejante tipo?). "Necesito una navecilla, como la que tenía yo y por la misma zona", me dijo. Y en seguida se me vinieron a la mente los recuerdos de su estancia.

Durante el tiempo que estuvo aquí, los conflictos de éste con otros vecinos fueron constantes. Su zona estaba llena de basura (desde cascos de botellas rotos, hasta todo tipo de deshechos innombrables). Su personal estaba cortado a viva imagen del jefe. Descuidados, desaliñados, maleducados y desagradables a la vista, al oído y, lo peor, al olfato. La policía vino a buscarlo en no menos de diez ocasiones y, en el cincuenta por ciento de las veces que lo veías, iba colocado. Aún recuerdo una grabación de seguridad en la que, un domingo por la mañana, con toda la calle solita para él, se empotró contra el único coche que había aparcado. Y menos mal que estaba el coche, si no hubiera acabado dentro de mi despacho, con el camión puesto.

Una tarde me vino a pedir un favor sencillo, dejar un paquete en la oficina para que lo recogiera un compañero. Tras decirle que no había problema, le saqué a relucir el tema de que me tenía aparcado un camión, en medio de una de las calles, desde hacía más de dos semanas, y que tenía que quitarlo. No por gusto mío. El mamotreto en cuestión estaba estorbando el paso de otros vecinos, aparte de que lo estaban reparando y pintando en plena calle, llenando de porquería todo a su alrededor, porque no tengo que recordar que estos señores no eran precisamente pulcros cual cirujanos al realizar su trabajo. La respuesta de este elemento fue la de amenazarme con pisarme la cabeza, incluso me levantó la mano para pegarme, armando la de Dios es Cristo. Tal fue el pollo que montó, que le dije a mi auxiliar, Davinia, que llamara a la policía y, como la notarían de nerviosa, que se personaron seis efectivos, dos coches y dos motos. La cosa no llegó más lejos, no le denuncié (aunque debí hacerlo) y al poco tiempo me vino a pedir disculpas. Las acepté, pero siempre estuve con la mosca detrás de la oreja con él.

Un par de meses después me dijo que se iba a ir, pero que un amigo suyo iba a seguir con la nave. Sin problema, le dije (...puente de plata, pensé para mis adentros). Evidentemente, la cosa salió mal. El que se quedó le pagaba a él y él, a su vez, tenía que pagarme a mi. A su "amigo" le cobraría de más y a mi dejó de pagarme. El amigo se marchó, le cancelé contrato y se quedarían uno o dos meses a deber. Si, lo se, el mate de los remates.

Con semejante panorama, cuando el tipo entró en la oficina, pensando que los que estábamos aquí en su época ya no seguiríamos, porque todo esto ha cambiado mucho (los colores de las naves, el nombre de la empresa, etc...) y se encontró de cara con aquí el menda lerenda, su única defensa al exponerle los motivos por los que no le podía (ni quería) alquilar de nuevo un almacén, fue desplegar la estrategia "Infanta Cristina". "Perdóname, pero es que no me acuerdo de nada". Y el caso es que, puedo entender que no se acuerde de nada de lo que ocurrió en aquellos años. El estado natural en el que yo lo conocí era el de "colocado hasta las cejas", de modo que, es más que comprensible las posibles lagunas mentales que pueda sufrir de aquel tiempo. Comprensible si, aceptable no.

Así que, despediremos esta segunda lección de realidad con un bonito refrán: "Toma Geroma pastillas de goma, que donde las dan... las toman".

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