Lecciones de Realidad (III)

El mismo día en que se presentó "el camionero amnésico temporal", me ocurrió otra cosa con otro cliente. Y es que los tengo de todos los colores, gustos y sabores.

¡Riiiiing! Suena el teléfono a eso de las doce y media, descuelgo y con mi aterciopelada voz contesto: "Trasteros y Almacenes, dígame" Al otro lado de la línea se escucha una voz masculina que me dice: "Un momento". Sin por favor, sin disculpe y sin vergüenza alguna. Y lo escucho hablando con una tercera persona. Me tiene unos dos minutos esperando, mientras a mi, al mismo tiempo, me estaban esperando en la oficina a que les atendiera otras personas. Cuando el señor acaba su conversación privada y personal con el que tenía en frente, me pide información de nuestros servicios y, ahí empieza lo bueno.

"Quería preguntar por el precio de los trasteros y saber cuanto costaría una mudanza de una oficina". Entonces es cuando entra una cliente por la puerta y se la devuelvo con un oportunísimo "Un momento, que voy a comprobar si tenemos libres" y, me fui a hablar con la cliente. A los tres o cuatro minutos volví a recoger el auricular y, al no escuchar nada al otro lado, colgué. En seguida volvió a llamar y empezamos de nuevo. Le doy el precio de un par de medidas y le comento que nosotros no hacemos directamente el transporte de las cosas, que tenemos acuerdo de colaboración con un par de empresas de mudanzas, que yo le puedo dar el contacto y que es el cliente el que trata directamente con ellos, nosotros no entramos en precios ni en fechas. "¡Ah! Es que he visto una furgoneta con vuestro logotipo y ponía que lo hacíais vosotros!". Incorrecto. Le explico que en la furgoneta pone claramente "Empresa Colaboradora" y el contacto del transportista. "Bueno, eso es, según se entienda", me suelta el tipo. Y yo, que ya estaba calentito de la semanita que llevaba, entro en "modo seco reseco" y con un tono más serio que un policía nacional de guardia en nochebuena, le espeto un "No, eso es así". El tipo nota que la cosa se va a calentar y me pide que le mande la información por correo electrónico. "Sin problema" le digo. Me facilita una dirección de empresa y lo dejamos ahí.

Accedo al programa de gestión de correo y abro una nueva ventana para redactar. Tecleo la dirección que me había facilitado y, de manera instantanea, el sistema de autorrelleno me completa la misma dirección que yo estaba escribiendo (¡viva la tecnología!). Eso significaba que ya habíamos tenido contacto previo, así que me puse a investigar.

Seis meses antes, estos mismos señores (se trata de un estudio de decoración) me llamaron por el mismo motivo y, en aquel momento, incluso llegamos a formalizar un contrato de alquiler. Generamos el documento, se emitieron facturas y recibos pero, jamás llegaron a utilizar el almacén. Ni siquiera fueron capaces de llamar y solicitar la anulación, simplemente no se presentaron y nos dejaron casi tres semanas con esa unidad bloqueada, hasta que decidí cancelar y anular todo. A esa actitud yo la llamo "tener poca clase". De modo que, le escribí un bonito "imeil" explicando los motivos por los que no le íbamos a alquilar. Se lo envié y me quedé más ancho que Pancho.

A la media hora, aproximadamente, me volvió a llamar para intentar arreglarlo y conseguir el alquiler. Pero, los modos no habían mejorado. Ni un disculpa, ni un siento lo de la otra vez, ni nada parecido o aproximado a eso. De manera que, le dije, con toda la cordialidad, amabilidad y educación que uno tiene (que es mucha y no se merecía) que "naranjas de la China". Esas cosas se me hacen una vez, dos veces no, si puedo evitarlo.

Así que con esta gente terminó la semanita más graciosa que he tenido en los últimos tiempos. Se que no serán los últimos casos que me encuentre de gente que quiere dárselas de listos conmigo pero, al menos estos tres, se han llevado una pequeña lección de realidad.


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